• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

La memoria es la potencia integradora de la historia. La afirmación es del 2005, pero nunca pierde actualidad. Sobre todo, en tiempos de sospechosos olvidos y de esa fijación incesante por la manipulación del pasado. La frase inicial pertenece al cardenal (hoy Papa) Jorge Mario Bergoglio, publicada en el opúsculo “La nación por construir: utopía, pensamiento y compromiso”. Ya la cité varias veces. Si grandes intelectuales de las ciencias sociales repiten artículos o capítulos en libros diferentes, me siento habilitado a hacer lo mismo desde mi modesta posición de comentarista de los hechos cotidianos y sus vínculos con la tradición (“el camino andado por nuestros mayores”), la identidad, el entorno y la sociedad en la cual prolongamos nuestra existencia. Una sociedad huérfana de certezas y poblada de relativismos, desarraigos y “pensamientos débiles”. Las incoherencias, las contradicciones y las imposturas marcan el sentido del comportamiento humano en todos los campos de la vida –incluyendo aquellos con categoría de “sagrados”–, transformándose en un territorio hostil a la ética, al mérito y a la virtud, siempre con las salvedades de las excepciones. Excepciones que deberían constituirse en la norma para recuperar, por ejemplo, la política como servidora del pueblo, antes que de los sectores privilegiados, así como ocurre ahora desde el poder.

La candidatura de Mario Abdo Benítez para la presidencia de la Junta de Gobierno del Partido Colorado aglutina todas las aberraciones del carácter en una sola persona. No solo es un despropósito jurídico y un atropello a la cordura, sino que es la confirmación de que nunca le interesó la gestión del Estado a favor de la gente (para la cual nunca demostró preparación), sino sus prioridades electoralistas. Un gobierno lastrado por la ineficiencia, la mediocridad y la corrupción impune terminará de hundirse en la agonía de un mandato que expira irremediablemente. A su demostrada incapacidad deberá sumar ahora el desgaste natural de una campaña política sin futuro, azuzado y alentado por la burbuja en que habita con su círculo voraz que acumula y acrecienta sus fortunas a expensas del bien público. Y de yapa, empieza su discurso con la misma estrategia fracasada del vicepresidente de la República y aspirante a la Presidencia, Hugo Velázquez, de intentar dividir al partido entre colorados puros y los demás.

Una mañana despertó Marito para anunciar que “tiene la obligación moral de recuperar las banderas secuestradas del coloradismo”. El Partido Nacional Republicano estuvo verdaderamente secuestrado durante los 35 años que duró el régimen despótico del general Alfredo Stroessner. Su ideología fue bastardeada por el culto a un personalismo bruto e inculto –hoy replicado por los obsecuentes de este gobierno–, su Declaración de Principios pisoteada en todos sus artículos, especialmente el cuarto, donde el partido se declara “contrario a toda dictadura de individuos y de grupos”, y su doctrina social arrebatada a golpes y tiros de fusil para convertir a obreros y campesinos en parias en su propia tierra. Cientos de los hombres más ilustres, moral e intelectualmente, de la Asociación Nacional Republicana murieron en el exilio (como Epifanio Méndez Fleitas y Teodoro S. Mongelós), algunos en la más absurda y atroz indigencia (Carlos Miguel Jiménez y Víctor Morínigo) y otros en las mazmorras de las torturas, como el doctor Agustín Goiburú. Ese es el legado aciago y funesto de un hombre al que el mandatorio reivindica constantemente.

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Para Mario Abdo, hijo, la lógica es una asignatura fuera de su malla curricular. Ni siquiera el sentido común figura. Que no pasaría de ser un problema entre él y su inteligencia, si no fuera porque quiere medirnos a todos con el rasero de su ignorancia. O de su mala fe, traducida en la deliberada ambición de engañar y confundir a la ciudadanía. “El Partido Colorado –le escribió alguien en las redes sociales– debe volver a sus raíces, a su doctrina, a sus ideales históricos y estar al servicio de toda la nación paraguaya”. He aquí la confesión pública de su fracaso. Vamos a tratar de explicarle de la manera más sencilla posible. O, quizás, alguien más despierto, pueda traducirle. El que llegó al Palacio de López en representación de la Asociación Nacional Republicana para poner en práctica “su doctrina, sus ideales históricos y estar al servicio de toda la nación paraguaya” se llama Mario Abdo Benítez. Y si no lo hizo estando en el poder, ¿cómo piensa hacerlo desde la Junta de Gobierno, que es la autoridad de una asociación política limitada a sus funciones específicas? ¿O nunca escuchó o leyó al doctor Luis María Argaña cuando enunciaba que, doctrinariamente, el partido no es el gobierno y el gobierno no es el partido? Su misión es controlar y, si hace falta, censurar los actos de los gobiernos colorados que contradigan la doctrina del partido. Lo que no realizó estando en el gobierno promete hacerlo desde la Junta de Gobierno. La razón está de huelga. Creo que le estamos pidiendo demasiado al olmo.

Y, por último, plantea una falsa dicotomía: el coloradismo contra el dinero de sus adversarios. Falsa, porque, aunque aceptando una de sus premisas como verdadera, la otra es necesariamente una falacia. Mario Abdo no representa al coloradismo, sino al estronismo. Es servil a su herencia y obsecuente a sus barbaries. Él y su cohorte de alcahuetes. Esa potencia integradora de la historia nos recuerda que es una cosecha tardía de la tierna podredumbre. Buen provecho.

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