• Por Dany Fleitas
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"Si quieres cambiar el mundo, cámbiate a ti mismo", reza un proverbio que se le atribuye a Mahatma Gandhi. Muchas culturas, como la israelí, tienen bien aprendido esto. Esto lo comprendí muy bien en Tel Aviv, de los judíos, en mi época de estudiante de posgrado, pero dicho de otra manera: "Para cambiar el mundo hay que hacer el esfuerzo por transformar primero nuestro entorno más cercano". Los israelíes lo practican mucho con el objetivo de que sus acciones no queden en meros discursos e intenciones. Para que así sea, llevan a la práctica acciones concretas desde la misma familia, en la casa.

En ciudades como Tel Aviv, donde casi no existe el analfabetismo entre sus pobladores, la conciencia ciudadana llega a tal punto que para sus residentes es una calamidad que a alguien se le ocurra arrojar un papelito a la calle cuando va caminando o desde algún vehículo, y hasta catastrófico si descubren que algún ciudadano -nacional o extranjero- tira bolsas de basura en la vía pública.

En Paraguay, un típico ciudadano israelí moriría de un infarto al toque. El paraguayo está acostumbrado a tirar basuras, no solo el que realiza una simple caminata, sino también el que va en auto o se moviliza en el transporte público de pasajeros. Por supuesto, existen honrosas excepciones, pero son todavía muy pocos con respecto a la gran mayoría que toma conciencia sobre el valor de la higiene en la vía pública.

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Con esta cuestión de la invasión de los mosquitos en casi todos los barrios de los distritos del Paraguay, del que por supuesto no escapa el entorno en el que vivo -es anecdótico decir dónde- me acordé de aquella enseñanza de los residentes milenarios de esa zona del Medio Oriente. Y pensé que si cada uno de nosotros aplicara ese principio de cuidar nuestro entorno más cercano, con acciones cotidianas de limpieza y aseo, hoy no estaríamos hablando de problemas relacionados con las picaduras de mosquitos en Paraguay.

Todo el mundo da por sabido que es necesario eliminar los criaderos de mosquitos, pero pocos lo acatan. Suena tan fácil decirlo, pero resulta tan difícil hacerlo. Qué contradicción, ¿no? La realidad es que hoy, cada uno de nuestros barrios es foco de propagación de enfermedades propagadas por las picaduras de estos molestosos y desagradables insectos.

Cuando recorro las calles de mi barrio, me doy cuenta que nos falta muchísimo para considerarnos una sociedad organizada y desarrollada. Cada quien me dará la razón. No hace falta visitar al barrio del vecino para darse cuenta. Basta con dar una vuelta al entorno para constatar lo que estoy diciendo. El paisaje es único, irrepetible e imposible de eludirlo. Se trata de nuestra cotidianeidad: basurales en patios baldíos, calles con aguas servidas que despiden un olor nauseabundo, plásticos y ruedas en nuestros arroyos que antaño eran cristalinos, piletas llenas de agua abandonadas, terrazas de cemento con agua de lluvias no vaciadas, gomerías que tienen cientos de viejas ruedas que ninguna autoridad municipal controla, entre otros "pergaminos" que adornan el lugar que vivimos. Ese es el panorama que convierte a cada uno de nuestros barrios en el oasis del vector transmisor del dengue que nos está matando.

Cada Intendencia y también el Ministerio Público, a través de sus agentes fiscales, cuentan con todas las herramientas legales para "caerle" encima al o a los irresponsables que no mantienen en condiciones su hábitat. No puede ser que a esta altura del siglo XXI se tenga que estar implorando a la gente para que cumpla con su deber; debe actuar por respeto a sí mismo, sus propios familiares que pueden ser víctimas de enfermedades y/o vergüenza a sus mismos vecinos.

Las campañas propagandísticas ayudan, pero tampoco es justo que se estén destinando millones y millones en este concepto cuando hay tantas necesidades que cubrir. Las autoridades municipales y sus habitantes tenemos la culpa de que todo esto ocurra, así, de manera compartida. Las primeras por no exigir y multar a los infractores y los segundos por no apegarse a la práctica de una cultura de la higiene.

Está más vigente que nunca aquella enseñanza judía, porque a veces somos proclives a opinar y lanzar ideas de soluciones fantásticas para problemas que aquejan al mundo, pero nos olvidamos de aquellos que nos afectan directamente. Por eso, comencemos por hablar menos y vayamos a la acción de unos pocos minutos con ir a mirar ahora mismo si hay criaderos en nuestro patio. Si los 8 millones de paraguayos hacemos esto, habremos cambiado en poco tiempo la imagen del país y daremos qué hablar a nivel mundial.

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