• Por Alex Noguera
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Hace 70 años que voy y vengo por este mundo y tan solo me quedan 30 años más, decía en guaraní José Cristaldo, un veterano de la guerra del Chaco, que narraba historias a los niños que acudían al fogón de su cocina hecha con troncos de cocoteros partidos por la mitad. En 70 años todavía no entiendo este mundo –reconocía con pena–, pero quizá tenga tiempo, reflexionaba con seriedad. Nosotros, los chicos del barrio, acompañábamos el dolor de su ignorancia asintiendo como si entendiéramos realmente de lo que hablaba aquel hombre.

Entre esas tres paredes la magia bailaba como las llamas del fuego que producía ese gran trozo de leño que se iba derritiendo lentamente al formar los tizones amarillos que alejaban el frío de la noche. La cuarta pared, inexistente, era el lugar por donde se metían las habituales grandes ramas que alimentaban la hoguera.

Miren, decía, y arrojaba un pedacito de cecina al suelo de tierra. Como malévolos espectros convocados por el humo azulado, desde la oscuridad cuatro gatitos salieron y se arrojaron sobre esa minúscula carne seca y entre sonidos amenazadores y zarpazos se disputaron el botín.

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Fíjense bien, invitaba a su audiencia. Así somos los hombres. Dios nos arroja preciosos regalos y en nuestro egoísmo desmedido nos peleamos por lo que no nos pertenece y es pasajero. Esos animalitos son hijos de una gata que un día desapareció. Eran cinco, pero uno murió por falta de leche. De los cuatro que quedan, tres están sanos, pero uno es el más débil. Los hermanos, en vez de ayudarlo, lo maltratan, lo apartan, comen su ración y engordan sin importarles nada. Se pelean, arañan, son despiadados. Así también, somos nosotros con lo que Dios nos da. ¿Qué pasaría si yo me enojara por tanto egoísmo y no les diera más de comer? Morirían. Eso es lo que la gente no entiende. ¿Y si Dios un día se enoja y no nos da más regalos? Nada es nuestro, y el hombre comete atrocidades, reflexionaba don José, quien en carne propia había visto los horrores de la Guerra del Chaco.

A veces contaba sobre las heridas de los soldados. Otras, sobre los rigores de la falta de agua, sobre el cansancio de caminar leguas bajo el sol, sobre el polvo, sobre el miedo de morir de un balazo escondido detrás de un arbusto espinoso. También hablaba de la sangre, de la vida de tantos jóvenes que se escapaba irremediablemente en las trincheras, en las emboscadas.

Cuando don José estaba melancólico también desenvolvía historias que le habían contado sus mayores, sobre todo su abuela y las viejas matronas que ya no estaban. Hablaba de la otra guerra, la Guerra Grande, como si la del Chaco hubiera sido un juego y la otra sí una verdadera. Nuestra mente infantil no lograba dimensionar lo que las palabras de ese anciano intentaban transmitir.

La atrocidad en su máxima expresión, el saqueo, la vergüenza, los abusos, las mujeres ultrajadas, madres e hijas, sin piedad… el hambre, el dolor por los hombres muertos que no podían regresar para defenderlas.

Hace apenas dos días se recordaba el infausto aniversario 150 de cuando Luque se convertía en capital de la República, luego de que las naves brasileñas lograran atravesar finalmente el último escollo llamado Humaitá y avanzaran por el río Paraguay, lo que provocó que se ordenara la evacuación de Asunción.

Un día como hoy, hace 150 años, el 24 de febrero de 1868, a las 2:00, los buques enemigos abrieron fuego sobre la capital. Los cañones de San Gerónimo contestaron la invitación y luego de 30 o 40 disparos, las naves retrocedieron.

Como nubes en el cielo, el viento del tiempo se lleva los recuerdos de la memoria y hoy celebramos el Día de la Mujer Paraguaya sin entender muy bien el por qué. Tal vez ni don José lo supiera, pero coincidentemente apenas un año antes de ese infame bombardeo, el 24 de febrero de 1867, un grupo de mujeres de la capital y del interior se reunía en la Plaza de Mayo de Asunción para donar sus joyas con el propósito de financiar la guerra. Conmemorando esa primera asamblea de mujeres americanas, reconocidas como "Las Residentas", en 1974 se declaró la fecha como el Día de la Mujer Paraguaya.

Como si las coincidencias no fueran suficientes, este amanecer del 2018 sorprende a las mujeres del país con un regalo sin precedentes. Y es que ayer nomás en Villa Elisa se inauguró la Ciudad Mujer, un exclusivo complejo al que los hombres no tienen acceso y donde las mujeres recibirán atención integral de forma gratuita. Es el paraíso de las mujeres, el oasis en el que se concentrarán sus derechos en medio del desierto de los hombres y su maldad.

Egoísmos como los de los gatitos de don José no tendrán cabida en Ciudad Mujer. Allí, ellas estarán a salvo, lejos de cualquier guerra, de cualquier abuso, lejos de la ignominia. Felicidades a las heroicas mujeres paraguayas.

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