- Por Esteban Aguirre
- @panzolomeo
"Esta es la parte en donde no dormir se pone buena" – Alguna película que alguna vez vi.
La familia es un concepto sencillamente complicado. Uno nace perteneciendo a un grupo para eventualmente llegar al deslumbramiento de que había sido era un individuo. Puro y duro, un trovador de su propia existencia sin entendimiento de que la melodía de la vida está compuesta de las mismas notas. Y que do re mi fasooooostenido patada al forro de los huevos (si me disculpan el francés) de sentimiento ladrón de tiempo es venir a enterarse de eso ya adentrado en los 30…s, al menos hablo desde mi teclado, si quieren su propia opinión, cómprense una máquina de escribir.
Esa extraña idea de pertenecer dentro de una búsqueda que viene a ser la familia. Un lugar en donde nacemos de una división de dos personas del cual irónicamente ya venimos condicionado a eventualmente multiplicarnos. Lo extraño del asunto es que si no sumás más seres humanos al mundo dentro de tu propio proceso de multiplicarte, el guión social (la secuela de la biblia) decide eliminarte del casting. Si no creás "familias paraguayas" (reiterativa muletilla de recientes discursos políticos) la sociedad como la -bien- conocemos te borra de la idea de simplemente ser mientras te preguntas "¿¡Quién soy!?"
He vivido una adolescencia de teléfonos a discos evolucionados a faxes, eventualmente a "¡Cortá! Estoy en internet" propinado por la sordera de una especie de sexo entre burro y gorila en versión digital regurgitando en el tubo del teléfono (lo llamábamos tubo jóvenes de apodo millenial, "gugléenlo"), a un simultáneo beeper posicionado en el pasacinto elevando la pregunta de "¿Quiénes somos? ¿'Doctores"!?", con la paulatina exposición al teléfono celular, primero en un auto, luego en un maletín, luego en una especie de ladrillo gris gigante que Jordan utilizaba para jugar golf hasta una equitativa disminución de tamaño a Maradona elevando un celularcito de nombre "V" al eventual acabóse del mueble enciclopédico de la Enciclopedia Británica, el nacimiento de Encarta en CD Rom, el internet emergiendo de la línea baja (así la llamábamos) al cable hasta convertirse en una señal del aire llamado WIFI. Y, casi tomando aire para seguir, celebramos la llegada del gran esperma mental del señor Jobs, el iPhone maridado con la inconcebible creación del héroe y padre de la www como la conocemos, Tim Berner Lee.
Una maratónica celebración de un artilugio novedoso tras otro descarrilándose en la eventual de-evolución de la comunicación con la llegada de Facebook (una red social tavyrona muy ajena a la practicidad de liberar música de Napster en el pasado y socializar vehículos y habitaciones como Uber y Airbnb en el futuro), yendo de mal en peor comprando y convirtiéndose en la máscara más grande de la red social; el Whatsapp.
Un contramano quinta a fondo de lo que fue el m.i.r.c, el ICQ, el messenger, hasta encontrarse con la compra y venta más cara de la historia de la globalización, el Whatsapp. El ninja de las redes sociales que tiene a todos vestidos de tortugas ninjas, transitando la pseudo carencia de redes sociales con frases como "Yo ni ahí con Instagram" enmascarados en una repetición casi voyeaur de ver quién está en línea, ya bautizó tu mensaje con dos rayitas azules o simplemente está entre tus parientes lejanos llamados "contactos". Una red social que se comporta como "mensajito" pero sin embargo tiene todos los vicios y juguetes al igual que el resto.
Empecé hablando de la familia y me desvié tal vez ilustrando en demasía la herramienta que me alejó de la mía. En tiempos de acceso pulgar a la familia, la comunicación análoga está en vías de extinción, o como mejor lo describía mi tía Gloria "La internet acercó a los de lejos y alejó a los de cerca". En tiempos de fiestas el existencialismo y análisis mundano tienen la tendencia de elevar a las cabezas para preguntar ¿cómo anduvo todo en los recientes 365 días?, siendo siempre un cuestionamiento difícil de atender.
La familia, aquella duda que se desdibuja entre memes y gifs, notas de voz y no de vos, y el eventual mensaje de grupo en días festivos con aroma a flor de coco de "¿Dónde nos encontramos a cenar?".
Y si bien nuevamente pinto un panorama de pantones grises en esta antagónica era de "Despacito" y piropos que valen un sueldo mínimo, permítanme la ironía de decirles que mis ojos están mirando un panorama regado de ámbar, en donde la indiferencia ha triunfado. Una indiferencia religiosa, política, social, comunal, barrial y familiar reducida a la duración de pensamiento de los caracteres de un tweet. Achicharrada a "tipo tipo tipo" como base argumental de un diálogo poco fructífero en el momento en que las herramientas de comunicación superan nuestra capacidad de utilizarlas apropiadamente.
En un resumido resumen de una idea noble de ahondar: Si esta es la verdad de la realidad, yo simplemente quiero que me mientan.
¡Salú!