• Por Jorge Torres
  • Periodista

Es notable como algunos referentes del periodismo paraguayo acomodan su discurso para cada ocasión y ahora, con lo ocurrido en la misa central de la festividad de Caacupé, no fue la excepción. Es así como los habituales detractores y principales críticos de todo lo que hace la Iglesia, de repente se descubrieron grandes devotos de la Virgencita Azul en su día. Hasta el mismo que se "cagó en la puta Iglesia Católica" apareció el viernes pasado pretendiendo colgarse de una homilía que estuvo dirigida a todos y no sólo a una persona, como se quiso dar a entender. O el diario que en la misma semana en que el pueblo comenzaba a caminar hacia la Villa Serrana publicaba una serie dedicada a desprestigiar a un obispo ya fallecido que ni siquiera se podía defender. Lejos de lo que hasta los propios romanos tenían como consigna, cuando decían "parce sepulto", que significa respeto y perdón a los muertos, a quienes no debemos acusar porque ellos ya no se pueden defender.

Sin dudas, lo expresado por el Obispo de Caacupé tiene una gran connotación política, pero, más que nada, debería ser interpretado como un llamado de atención para todos los fieles, no solo quienes ocupan algún cargo público en el estado.

Insisto en lo que había planteado en esta misma columna días pasados, en referencia a los "moralizadores" del país que no se miran al espejo, pues la corrupción no es culpa de una sola persona o de un gobierno. El problema de la corrupción existió siempre, también en los tiempos de Jesús y el Evangelio nos recuerda que fueron precisamente "los escribas y fariseos", es decir, los periodistas de la época y los que se jactaban de ser "honestos y puros", los que salían al paso de cualquier circunstancia para juzgar a los demás hasta que el mismo Cristo los puso en su lugar. Esta misma postura farisaica es la que nos lleva muchas veces a asumir posiciones equivocadas ante los demás y la realidad.

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Lo que hizo monseñor Ricardo Valenzuela en su homilía fue describir una realidad que todos conocemos y a nadie resulta indiferente, pero también estoy seguro que no sentó a nadie en el banquillo de los acusados; por el contrario, cada uno debería reflexionar desde el lugar que le toca ocupar en la sociedad, en qué medida ha contribuido para llegar a esta situación.

En todo caso, que se ponga el sayo a quien le venga. Además, como enseña el magisterio de la Iglesia, el pastor no ha sido llamado a ocupar el púlpito para recibir aplausos, sino a cuidar y pastorear el rebaño con paciencia y diligencia.

Sobre este punto, recuerdo lo que escribía hace un par de años, en esta misma época, el filósofo y político paraguayo Mario Ramos-Reyes, acerca de la propuesta de la Iglesia, que afirma a la persona como tal y la cual, no está separada de la sociedad. "Los cristianos viven con otros en el mundo, en la familia o en grupos. El hecho de ser seres sociales, es previo a la individualidad de cada uno. De ahí que la moral que se propone no es "individual" para cada uno de manera privada, sino personal, es decir, una que abraza a uno mismo y a terceros. Es comunitaria. El ser humano no posee una humanidad "esquizofrénica", en donde vive ciertos valores de manera privada y otros en el ámbito público. La moral cristiana está enraizada en el modo natural de ser de todos. En la naturaleza social de las personas" (Caacupé, Iglesia y democracia, La Nación, 10/12/2015)

Por eso, cada uno de nosotros está llamado a ser protagonista del cambio y no esperar como siempre que este venga de arriba, pues esta es la excusa perfecta para no hacer nada y seguir esperando que el gobierno de turno -sea del color que sea- solucione siempre todos nuestros problemas.

Las diferentes reacciones que escuchamos, vimos y leímos luego de Caacupé, son simplemente reflejo del moralismo que es la mera insistencia sobre los deberes éticos, los valores, por sobre lo que fundamenta dichos valores y el comportamiento humano.

La tentación del hombre es siempre alejarse del origen, de lo que constituye el contenido del "yo" para quedarse en las consecuencias. El clericalismo y el laicismo son la doble cara de esta postura. Ambas posturas están encerradas en esta mentalidad moralista, que al olvidar la totalidad de los factores en su relación con la realidad, pretende imponer comportamientos a los demás. Ambas posturas viven de prédicas, de recomendaciones, bien cerradas en sus respectivas posturas ideológicas y de poder.

La postura moralista es siempre irracional porque nunca parte de la totalidad sino de una parcialidad de la realidad y por ende crea el fanatismo. Puedo estar equivocado, pero es lo que pienso.

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