• Por Mario Ramos-Reyes
  • Filósofo político

Lo que yo llamo el fetichismo de la ciencia y de la democracia, es llamativo. Fetichismo en su acepción de veneración excesiva y, por lo mismo, falsa. Creer que la democracia es la medida de la verdad política, o que la ciencia, la del conocimiento verdadero, es fetichismo. Nos induce a creer en algo que es parte de la realidad, es el todo. Dejo por el momento el tema de la democracia –ya le dediqué otros escritos– y me aboco al de la ciencia. Y en esto, a la pretensión de que la teoría del género es una ciencia y no una ideología.

La pretensión, como tal, no es extraña. Muchas ideologías, antes que la del género han pretendido lo mismo: la de no ser una ideología, sino una ciencia. Piense nomás el lector en el marxismo que, al decir de Marx, no era una ideología sino una "ciencia". Con mayúscula. El socialismo no es "mera filosofía", es "científico".

Y ello es atendible. Marx tenía, en sus inicios, un concepto negativo de ideología. Para el filósofo alemán, ideología "encubre" la realidad, engañando y alienando a los individuos. Lo ideológico deviene así, como la conspiración del poderoso contra el inocente. Hace, en fin, que no seamos nosotros mismos. Y qué peor que la religión, según Marx, para encabezar ese engaño. Mi religión me hace sumergir en una pesadilla de ilusiones –como un fumadero de opio adormece a las masas evitando el sufrimiento de la realidad– al decir del autor del Manifiesto Comunista. De ahí que el ateísmo militante del socialismo "científico" sea la manera de exorcizar lo ideológico.

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Así, existe una inclinación acentuada a hacer a la ideología a conocimiento encubridor, engañoso, para contraponerse con el de la ciencia, que aparece como el único, el verdadero, el válido en todo tiempo y lugar. La ciencia, así, es la liberación, pues sería inobjetable, apodíctica. El resto, lo no científico, sería lo ideológico, lo supersticioso, la inmadurez de juicio, el error.

La teoría del género pretende poseer, precisamente, ese estatus: su racionalidad pretende ser tan exacta como la matemática. Exenta de estimación moral o evaluación ideológica, toda ella generaría solo medición, descripción de la realidad como es. Supondría fundarse en datos medibles, que, por lo mismo, garantizarían sus conclusiones necesarias. Y estas serían, entre otras muchas, la desigualdad entre mujeres y hombres. Y se evitaría así, la violencia. Esto último, la conclusión, no puede ni debe negarse. No creo que ningún ciudadano serio puede negar esa aspiración. Los derechos humanos son parte central del discurso de la democracia liberal.

Pero la cuestión es si una "ciencia" como la del género, es la única que puede garantizar esa igualdad y la no violencia, o bien, otros males sociales. Fijemos solo un punto: la necesidad de ser nosotros mismos, de definirnos como género, aún cuando no corresponda a nuestra biología; ¿es eso "científico?" Ciertamente, esto parecería hacer al individuo libre, y, por lo mismo, nadie recibirá nada impuesto. Sería el punto de partida de la libertad. Pero, ¿a qué tipo de cientificidad correspondería? No a la biología, ciertamente, pero tal vez a la psicología? ¿O a la sociología? Pero, ¿es posible lograr un conocimiento científico, sea sociológico o psicológico, así sin más, absoluto, sin condicionamientos sociales? Sostener esto, creo, es caer en el cientificismo más cerril.

O tal vez, pensemos en la tesis de que la heterosexualidad es, al decir de Foucault, la razón de la violencia a las mujeres. ¿Se colegiría entonces que, eliminada aquella, se supera la violencia? A mí me suena más a una afirmación de tipo ideológica, mera probabilidad pues, no habrían otros elementos que influyen también? ¿No se debería comenzar con la pregunta básica: ¿qué es el ser humano, antes de afirmar semejante tesis?

Ese es, precisamente, el problema de la teoría de género: no reconocer que no deja de ser eso, una serie de intuiciones, afirmaciones, observaciones sobre la realidad social –unas más razonables que otras–, una ideología, o casi, pero sin un estatuto científico determinado. Y mientras ese reconocimiento no ocurra, le pasará lo que al marxismo cuando invocaba su "cientificidad": tratar de imponerse por la fuerza, a falta de razones últimas. No debe sorprender entonces, que la del género trata de ser totalizadora, totalista y, muchas veces, totalitaria. Y todo el que se opone es rotulado de reaccionario, homofóbico, retrógrado.

Lo que no justifica que uno se preocupe solo en criticarla y olvidarse de las injusticias sociales reales que la misma indica. La violencia a las mujeres es una realidad y un desafío a otras perspectivas, o ideologías que también participan en la construcción de la sociedad. De lo contrario, toda crítica no pasaría de ser otro fetichismo más: la de suponer que existiría otra postura, contraria a la del género, que monopolizaría la solución a los problemas sociales. Pero eso no sería una democracia republicana, pues esta, funda su realidad y legitimidad en el pluralismo de la sociedad civil.

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