Por Augusto Dos Santos

El sicariato se instaló en Asunción”, decía dramática y casi lacrimógenamente una persona con fuerte oposición al Gobierno. No sonaba triste como se pudiera pensar. Sonaba con rabia, como si llegamos a un tiempo en que el diálogo cedió su lugar al ladrido entre políticos, periodistas, amas de casa, amigos, que piensan diferente. Por cierto, el sicariato siempre existió en Asunción, desde la colonia hubo gente que mata a otra por dinero o por encargo de algún tipo en estas tierras.

Lo mismo ocurre con el tratamiento del tema secuestro. Ayer leíamos las declaraciones del ex presidente Nicanor Duarte Frutos condenando la inseguridad en el presente gobierno. El detalle que faltaba apuntar es que su gobierno fue campeón absoluto en materia de secuestros, y es más, nunca en la historia hubo tantos secuestros en Asunción como durante su gestión. ¿Es culpa de Nicanor? No. Es esencialmente culpa de los secuestradores. Este es el perfil que la oposición política y mediática se niega a ver en el juzgamiento del actual proceso gubernativo.
Por lo tanto, si ocurriera un secuestro, tampoco podría decirse (aunque seguro se diría) que “el secuestro se instala en Asunción” porque hasta el 2011 ocurrieron con cierta frecuencia: María Edith Bordón de Debernardi, 2001; Katia María Riquelme Seif Eddine, 2002; María Ángela Martínez Hustin, 2003; María Mercedes Elizeche Martínez, 2003; Gilda María Estela Vargas, 2003; Sebastián Llano Cavina, 2004, Cecilia Cubas Gusinky, 2004; Amín Riquelme Seif Eddine, 2004; Evelin Kuo Almeida, 2005; María Belén Argaña, 2007; Dalia Scappini Campos, 2011.
Salta a la vista que utilizando el método calificador citado al inicio de este comentario se podría decir que “el secuestro se instaló en Asunción con Nicanor Duarte Frutos”. Pero caeríamos en el mismo problema: que llevados por el fanatismo político, tanto en el periodismo como en la autoría política, estaríamos viendo la consecuencia pero no los antecedentes, lo cual es paupérrimo como método de análisis.
En verdad es vergonzoso que se sindique a un gobierno como responsable de un acto de sicariato, teniendo todos los elementos para juzgar tanto los antecedentes como el contexto de lo ocurrido el miércoles último. Pero eso no acaba ahí, es aún más vergonzoso que mientras se culpa a un gobierno se encienden sahumerios olorosos a uno de los protagónicos centrales de todo lo que está ocurriendo, que no mora precisamente en Mburuvicha Róga, sino en una celda.
Es insólito, pero cuando todavía estaba en curso el luctuoso suceso, salta a ocupar todo el generoso espacio en varios medios la abogada del narco más famoso y provoca el mismo libreto de siempre, la victimización del mismo en momentos claves y visibles, sometiendo al público a esa atmósfera por sobre sus posibilidades de leer contextos urgentes.
Es más, no fue necesario que el Ministerio del Interior (que dicho sea de paso tardó una eternidad en hablar) diga que los implicados en el hecho tenían vínculos con el narco, cualquier reportero policial podía deducirlo desde sus identidades; pero aun así, la centralidad de la cobertura en varios medios giró a la idea fuerza: “Pavão corre peligro, el Gobierno es inútil”.
Esta perversidad solo se puede entender en un clima de odio e intereses creados que hoy existen entre sectores de poder en el Paraguay, lo cual es desde todo punto de vista reprochable. Es más, se entiende por la naturaleza de la gestión de prensa la crítica al Gobierno, pero cuál es la necesidad de “blindar” a la otra punta, a la punta realmente peligrosa, de esta historia?

Silogismo

Probablemente nos faltaría refrescar aquellos viejos conocimientos de secundaria de los que correspondemos a la generación X, cuando nos enseñaban lógica en el colegio. El viejo e infalible silogismo, para decir:
– Si la instalación de estas personas en Asunción tiene que ver con la proximidad a un liderazgo narco.
– Y, si estas personas son ultimadas en el marco de la guerra que se libra entre sectores narcos por el control del poder.

ERGO:

La culpa no es del Gobierno, sino de los sectores narcos que están en guerra.
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Desmemoriada contabilidad

Es también vergonzoso que no se recuerde los actos de sicariato, secuestro y muerte ocurridos durante la dictadura, como si la “contabilidad” de los crímenes en Asunción se hubiera “instalado” recién con la transición. Es cierto, hay un pasado vergonzante que hoy se esconde bajo la alfombra.
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Nadie que tenga vínculos con el pasado estronista puede cuestionar la inseguridad pública con cierta coherencia, porque el clima de inseguridad era un factor genético de la dictadura. La violencia y el miedo eran su modus operandi y el factor de acumulación de sus fortunas. Sería como ser gallina y cuestionar la existencia del huevo.

Baleando la canoa

Nuestra incapacidad para estar unidos en las causas nacionales, como la lucha contra el narcotráfico y el combate al EPP, arroja a todas luces un escenario trágico.
Da la impresión que las dificultades que existen o los tropiezos que se puedan presentar en la lucha contra tales plagas de la actualidad nacional, lejos de convocar a una actitud estadista de unidad de esfuerzos de la oposición política y de grupos empresariales opuestos al Gobierno, aumentan la polaridad.
Es como que todos estamos preocupados porque hay un zorro rondando el gallinero, pero cuando el zorro se merienda una gallina, el desgraciado es el granjero y el zorro una víctima más que corre peligro. Es el relato perverso que describe la lucha de poderosos sectores que se enfrentan hoy al Gobierno, en vísperas de las elecciones internas del Partido Colorado, para la que apuestan todas sus fichas (y recursos) a la victoria el sector disidente.

Los soldados

Es imposible luchar contra objetivos cruciales, como son las mafias narcos y el EPP, si como sociedad damos la espalda a nuestros soldados. Muchas veces actuamos como si los policías y militares que se ocupan en tales acciones estuvieran en un inofensivo certamen de “paintball”; en tanto, en cada operación, tanto en el Norte como en cualquier parte del país, sus vidas corren peligro. La generosidad con la que se bautiza como “fracaso” sus acciones, la ausencia de reconocimiento social a esta guerra, termina por desmoralizar a quienes deben ocuparse de tan delicado asunto.
Tenemos que ofrecer un nuevo respaldo (y no hablamos de presupuestos ni de cuestiones logísticas) a quienes tienen que hacer el trabajo de proteger a nuestra sociedad de estas mafias y bandas armadas, ellos también requieren del factor anímico para seguir adelante. Hay probablemente un niño o una niña que el viernes en la noche vio el noticiero de las 20:00, orgullosa/o porque su padre vigilaba a tres sicarios narcos atrapados. Son parte de nuestra sociedad y se mueven con los mismos estímulos del resto de la gente, no lo olvidemos.

Apelación imposible

Es, probablemente, una apelación de cumplimiento imposible. Al menos hasta el 17 de diciembre y quizás hasta abril del año que viene: se trata de separar como opinión pública lo importante global de lo importante sectario. Tenemos luchas que deben estar por encima de los peñistas, abdistas, alegres o llanistas. Esas luchas tienen que ver con la seguridad, la economía, la educación, la vivienda, la salud. Y también tiene que ver con una herramienta fundamental, como lo es el Presupuesto General de la Nación.

Puede que sea mucho pedir, pero es fundamental que tales rubros queden por encima de los intereses partidistas, que no se embarren las buenas intenciones; que ningún sector olvide que –finalmente– es el pueblo el que paga los platos rotos de la mala política.

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