• Por Antonio Carmona
  • Periodista
La palabra barra, con el significado de grupo de personas con cierta afinidad, existe antes de que existiera el fútbol. El diccionario de la lengua la registra como americanismo con la más generalizada opinión de hinchada de clubes de fútbol, cuyo contenido se ha ido degradando con los años. Registra muchos otros, pero el más particularmente nuestro, quiero decir, rioplatense y paraguayo en especial, es el de grupo de amigos o amigas o ambos que mantienen una relación afectiva y amistosa, es decir que se reúnen con periodicidad y comparten aficiones y diversiones, así como solidaridad y confraternidad. Es decir, una hermosa palabra que tiene una fraterna connotación.
Vale la pena recordarlo hoy en que en Argentina ha sido detenido un “histórico” hincha, el club no importa, podría ser de cualquiera; como hace poco se produjo la detención de un grupo de hinchas, uno de tantos, por protagonizar hechos de violencia que se han vuelto frecuentes, desmesurados, mafiosos y, lo que es más grave, criminales.
El dato que aporta este caso es que detrás del liderazgo del hincha se escondía su negocio, negociar con su producto, la hinchada, para ponerla a disposición de lo que fuera a cambio de prebendas, pasajes internacionales y, sobre todo, plata.
Es una lástima que una linda palabra, asociada a una linda práctica social, la de practicar la amistad, la igualdad y la fraternidad que nos embanderó a todos con la Revolución Francesa, se haya convertido en una mala palabra, asociada a la delincuencia y hasta crímenes adentro y en las afueras de las canchas, tras los partidos, sin ningún sentido, simplemente por la motivación y el fomento exacerbado del fanatismo hasta la absurdidad, hasta la estupidez, para culminar en patoterismo, que es, creo yo, la palabra que le correspondería a estos grupos, ya que la palabra patota tiene una mayor connotación de violencia y, encima, es fea.
Se pueden encontrar en el DRAE con las diferentes acepciones, siempre con el lugar común de asociación no formal de personas con un interés común. En nuestro caso concreto, barra significó principalmente y significa aún hoy, aunque con vías a ser tragada por el significado violento que ha adquirido, por desgracia, del fútbol que la absorbió en origen, aún sin connotaciones violentas, a mitad de camino entre la barra amistosa y parrandera y la barra con reminiscencias de la maldita palabra hooligan de los ingleses que, al parecer, fueron los inventores o los perfeccionadores de llevar el fanatismo a las graderías y, luego, a las afueras de las canchas.
Cuando el tema llegó a un grado de terror, los británicos se deshicieron de la palabra y de los fanáticos.
Nosotros, sin embargo, aprendices de brujo, empezamos con espíritu futbolero y terminamos en lo que hoy es sinónimo de tragedia que ve, impotente, muchas veces los mismos familiares de víctimas y victimarios presos, detenidos, cuando no heridos o muertos, sin saber por qué como tampoco lo supieron las víctimas; como tampoco lo supieron los victimarios.
La conclusión que podemos sacar es que, tal vez sin pensar hasta dónde llega el fanatismo fomentado por intereses crematísticos, les guste o no a los clubes y a sus dirigentes, detrás de todo está el fútbol. Y que la solución, como la que tomaron los británicos, debe salir de los clubes y los dirigentes deportivos. Hemos escuchado muchas veces a fiscales y policías quejarse de tener que hacer de cuidadores de lo que pasa en las canchas y sus alrededores, mientras los delincuentes disfrutan de la distracción del personal de seguridad.
Si consideramos la palabra en sus orígenes, fraterna, pacífica y festiva, la cuestión se vuelve más triste, por la degradación que muestra de la sociedad en el paso de tan poco tiempo.
Habría que pedir la fórmula que terminó con la plaga hooligan y ver si podemos terminar con la nuestra, pero la responsabilidad principal y, por lo tanto, el deber principal está en la dirigencia pelotera, que es hora de que haga algo.
Será justicia.

Dejanos tu comentario