• Por Augusto dos Santos
  • analista

Los Millennials son la generación más genial que parió la humanidad. Vienen después de nosotros, la generación X (quizás la más romántica y triunfal, la más revolucionaria de todas) y antes de los Centenials, los hijos del nuevo siglo que aún no estamos en condiciones de definir con propiedad. Pero los millennials, aparte de ser creativos, libres, insumisos, emprendedores, amantes sin complejos, seres con la gestión tecnológica y el inglés incorporado en sus genes, tienen un problema, quizás conectable a su matrimonio estable con la World Wide Web: tienden a ser más masivos que estratégicos en sus reacciones de indignación colectiva.

Por eso los "call to action" funciona de perillas con esta generación. Pero allí vuelve a saltar un problema. Es la primera generación de la historia que no debe moverse de su silla para "movilizarse", puede hacerlo por internet. Esto esta bien y está mal, porque la mitad de los activistas creen que es lo mismo protestar desde las teclas que protestar en una plaza.

Descripto este contexto, hablemos del fenómeno suscitado la semana pasada con el precandidato a diputado Carlos Viveros y su operación comunicacional en un muro de la ciudad, en el que, previo a su publicidad electoral, existía una obra de arte muralista. El resultado, una explosión en las redes sociales. Más tarde, se abrió un ruidoso debate sobre si todos caímos en la trampa de contribuir a la visibilidad del polémico neopolítico.

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Convengamos en primer lugar que no es el primer exabrupto importante del joven político. Su aparición en la opinión pública estuvo signada por una foto con exaltaciones nazistas, lo cual de entrada le generó mala espina a demócratas de todos los colores y posiciones. Adentrado en la campaña electoral tuvo un lapsus "políticamente correcto" tomándose fotos de su ida al estadio para alentar a la selección, etc., pero luego con el paso de los días, probablemente (es una especulación) este muchacho pensó (o alguien que lo asesora) que no estaría mal volver a la opción controversial. "Sos bueno y nadie te ve", probablemente le dijeron.

A renglón seguido ocurrió aquel suceso calificado por diversos sectores como una barbarie: la destrucción de un mural integrado al sistema de intervenciones artísticas que fuera conocida con el nombre de "Latidoamericano" y que le agregó un toque creativo y feliz a una ciudad expresivamente triste. En reemplazo de la obra, desplegó a manos llenas los colores del Partido que representa y sus nominaciones sectoriales.

Aquí es donde sucedió un fenómeno que es digno de estudiarse académicamente. Las redes sociales estallaron de indignación para condenar el hecho, pero, al mismo tiempo, ubicaron a Carlos Viveros en el pináculo de la visibilidad por tres días, lo que en el ecosistema comunicacional posmilenario equivaldría -probablemente- a medio año de publicación constante en los medios escritos tradicionales.

Es posible que en tres días los "enredados" en la web pudieran responder con mayor rapidez cómo se llama el chico que reemplazó el mural por su publicidad política que cómo se llama el rector de la Universidad Nacional, por citar un organismo sobre el que se informa con frecuencia.

Se trata -técnicamente- de un "dilema del diablo". Un amplio sector que condena una acción y produce un fusilamiento ético de alguien, pero al mismo tiempo contribuye a la visibilidad del cuestionado y probablemente a su afirmación en determinado Target que mira la vida y piensa como él, en el mismísimo corazón de una coyuntura electoral: coyuntura que es una de las variables que estuvo ausente de los comentarios desde el sentido común y la moral de muchos ofendidos

VEAMOS EL CONTEXTO

En una campaña política es muy importante la convergencia de varios elementos, esencialmente la popularidad (cuyo insumo vital es la visibilidad), el contenido o discurso político y la estructura. Con ello conocemos a alguien, podemos identificarlo el día de la votación en una boleta, sabemos que nos propone y él tiene condiciones para conducirnos hasta las urnas por los diversos métodos, angelicales y diabólicos existentes.

Normalmente todo se desarrolla de acuerdo a un cronograma más o menos descripto en todos los manuales de campaña:

a) se instala una candidatura y se sondea los segmentos de la población que coincide con sus ideas y los segmentos que la rechazan.

b) Se destinan esfuerzos a afirmar los sectores que aprueban y a seducir a los sectores indiferentes o aquellos bolsones que pudieran cambiar de opinión porque aun dudan.

Con este mapa todo es mucho mas fácil. Las candidaturas que están muy ceñidas a un universo duro, por ejemplo las que se destinan a los sectores de la población que añoran la mano dura y un gobierno autoritario, (que parece ser el target de Viveros) probablemente no solo producirán un "discurso de campaña" que empate y fidelice a este sector, sino puede recurrir a otra técnica que es aún más rentable: la gloriosa generación de controversias con el sector que representa la polaridad de sus ideas o que está en contra. Un recurso viejo como el arado de palo.

Con este procedimiento no solo logra el aplauso de los que piensan igual a él, sino, al generar una reacción del "enemigo" se provoca un proceso de exaltación o agitación o avivamiento de los electores fieles y probablemente su multiplicación dentro del mismo conjunto socio-político por una sencilla razón física y química: la polarización.

Aquí es donde esa aprehensión que existe en el periodismo nacional y otros sectores pensantes, basados en lo políticamente correcto, se perdieron cándidamente la semana pasada, la oportunidad de analizar este fenómeno desde una base un poco más sofisticada que el rudimentario "esta bien o esta mal". A lo sumo se cuestionó ya dentro de un enorme esfuerzo intelectual si fue o no una acción deliberada de Viveros. Lo cual es debate estúpido porque lo deliberado es explícito en la propia propuesta que representa.

Con ello se perdió un análisis substancial. El fenómeno realmente no radica en Viveros vs. la democracia Paraguaya, sino en la tensión que enfrenta a los que piensan un modelo y otro de construcción política, y cómo, un episodio como el del muro, sirvió para instalar una oferta.

PARA VERLO MÁS SENCILLO

Los seguidores de Carlos Viveros probablemente no se mueren de la emoción cuando ven un arte muralista, como – probablemente – los sectores progresistas no saltan de la alegría cuando observan un plan de privatización o un liberal cuando alguien lanza una idea estatista.

Nada indica que la visibilidad hace ganar una elección, es un componente, no es el todo de una campaña exitosa, es más, el propio Carlos Viveros la tiene muy difícil las próximas internas, ni hay dudas que el gesto de reemplazar el mural es deplorable y es lógico que esto se debata apasionadamente en las redes. Pero también es interesante comentar que muchas de las cosas que suceden en los tiempos de campaña, ocurren por la febril intención de sembrar en la chacra que generará votos para cada quien.

¿La ética? La ética suele tener la pésima costumbre de pedir vacaciones en los tiempos electorales y eso no ocurre solamente en lo del muchacho Viveros, lamentablemente.

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