• Por Alex Noguera
  • Periodista
  • alexfnoguera@hotmail.es

Ya en las primeras orbes del mundo hicieron su aparición los mendigos. Estos eran, generalmente, ex soldados que, tras ser heridos en alguna batalla, quedaban lisiados, por lo tanto sin posibilidad de trabajar honradamente, matando. No fue extraño ver a los tullidos de la antigua Roma pidiendo limosna en las esquinas o trasladándose con dificultad por las calles con una muleta.

Y aunque en Asia también se producían conflictos entre naciones, con sus naturales consecuencias, fue en Europa donde la mendicidad se hizo profesión. En casi todas las ciudades había mendigos, ya que las guerras eran cotidianas. Si no peleaban por poder lo hacían por tierras, y como si no fuera suficiente, también lo hacían por honor o por cuestiones de fe. Así la historia vio a templarios yendo a luchar a Tierra Santa y a turcos y cristianos combatiendo en las aguas del mar Mediterráneo. Las banderas con calaveras navegaban los océanos y surgieron nombres terribles como Barbarroja o Francis Drake.

Cuando América fue "descubierta" no tenía mendigos. La cultura era diferente, ya que los menos favorecidos no debían recorrer las calles para alimentarse. Bueno, tampoco había muchas calles por ese entonces, sin embargo las familias ayudaban a sus miembros.

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Con el paso de los siglos, la mendicidad evolucionó. Las ciudades en el nuevo continente generaron mendigos, pero esta vez ya no producto de las salvajes guerras, sino de la inmisericorde desigualdad económica y social. Los ancianos, al no encontrar defensa en la cultura ancestral encontraron calle y a ella fueron.

Y llegamos al siglo XXI. En esta época, la profesión de mendigo mutó gracias a un gen. En las calles ya no existen los fantasmas con tarritos, quietos, mansos, resignados, vestidos de pordioseros. Los mendigos de hoy son peligrosos, violentos, alimentados con años de rencor y muchas veces sostenidos por drogas. Se reúnen en las calles y forman corporaciones y se dividen territorios. Unos cuidan coches y si no reciben recompensa dañan la propiedad ajena. O simplemente se adueñan de los lugares públicos destinados a estacionamientos.

Los hay peores, los limpiavidrios, que explotan las esquinas y coordinadamente entre varios integrantes saquean a los conductores. No extienden la mano pidiendo limosna, sino que disparan un chorro de agua al parabrisas de los vehículos como señal de advertencia. Y aunque la víctima de turno se niegue al servicio, éste es prestado obligatoriamente. Y si no se paga por él, la reacción agresiva es inmediata.

Los limpiavidrios se disfrazan de inocentes ovejas. Se mimetizan en el concepto de personas excluidas, sin embargo están organizados como las mafias. La Policía, que debería proteger a los ciudadanos, hace la vista gorda. Hace unos días los medios publicaron una imagen en la que se ve a un conductor bajando de su vehículo con un machete en mano. Meses antes un periodista fue agredido. Pero todos los días, madres que llevan a sus hijos a la escuela, empleados que van a su trabajo, repartidores y profesionales que se desplazan, son amenazados para entregar su aporte en cada semáforo.

Los mendigos se convirtieron en sociedad productiva. En cada semáforo "trabajan" al menos seis limpiavidrios. Tres para cada sentido. Si cada luz roja durase un minuto, estos trabajadores podrían recaudar aunque sea "mil'i". Como no todas las veces reciben su recompensa, podríamos pensar que una vez cobran y otra no, lo que en 10 minutos sumarían G. 5.000, por lo menos. En una hora habrán recaudado G. 30.000. En 8 horas de labor, el botín llegaría a G. 240.000. Es decir, en un mes esa esquina rinde G. 7.200.000, alrededor de tres sueldos mínimos.

Lo que hacen los limpiavidrios no es trabajo. Trabajo es un servicio que redunda en beneficio del que paga. En este caso, el beneficiado es solo el pseudo mendigo.

Dicen que erradicar a estas mafias de los semáforos es una cuestión complicada, sin embargo la Municipalidad de Asunción encontró la solución. El miércoles sacó de la calle a 6 y el jueves a otros 29. Su método es sencillo. Con la Policía requisan los elementos de trabajo y sin ellos no pueden trabajar. Si la Policía controla que los ciudadanos no porten armas en las calles, bien puede verificar que en los semáforos la gente no tenga sus botellitas y esponjas.

Otras comunas deberían imitar la iniciativa de Asunción. No pueden seguir lavándose las manos. Son responsables. Y es que varias ciudades se convirtieron en refugio de estos mendigos mutantes.

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