• Por Narumi Akita
  • Socia de ADEC

Según una publicación de la agencia de comunicación BestRelations, hemos visto en los últimos años el surgimiento de la generación hit, "cuya forma de relacionarse con el contenido es de manera superficial, ra?pida y efi?mera, lo que les convierte en depredadores de vi?deos, noticias, memes o tweets". Si bien esto refleja un comportamiento en cuanto al consumo de la información, cada vez más este hábito permea a otros ámbitos de nuestras vidas, haciéndonos perder interés por aquello que implique algo profundo, lento y permanente. Se nos hace cada vez más difícil aplicar el principio de la siembra y la cosecha, nos impacientan los procesos, echar raíces y todo aquello que implique tiempo, dolor, mucha atención y disciplina. Principalmente, nos cuesta estar quietos, escuchar y trabajar pensando en el largo plazo.Se trate de una empresa, de un emprendimiento, de una relación, o de algún desafío que tengamos por delante, debemos comprender que los verdaderos cambios no son producto de un gran evento, de una conferencia o de una solución mágica, sino de una concatenación de pequeñas decisiones cotidianas.

Pasa que nos distraemos en el ímpetu inicial, en las fuertes emociones, en el "discurso de campaña". Al igual que en un matrimonio, hay mucha atención al día de la boda, al corto plazo, a la luna de miel, al brindis, a los flashes; pero lo que verdaderamente importa son todos los días que vendrán después durante la convivencia, cuando nadie nos ve. Esos otros días en donde no hay glamour; esos días de disciplina, de decisión, de coraje, esos son los ladrillos que sustentan la casa. Lo más relevante es el proceso, allí debemos enfocar nuestra energía, porque de su matriz salen los más profundos cambios y hábitos para todo lo que emprendamos.

Ojo, no siempre encontraremos la adrenalina y el estímulo para perseverar en algo. La disciplina no es atractiva en sí misma. De hecho, mientras escribo estas líneas siendo las 23:00, me desmotiva el hecho de saber que mañana tengo que despertarme bien temprano y correr a las 6:00AM -probablemente con lluvia- como parte de un entrenamiento que estoy haciendo para correr una maratón. Lo único que voy a querer hacer a la hora en que suene mi despertador probablemente será abrazar más fuerte mi almohada. No lo neguemos, somos reacios al dolor, al postergar la gratificación y al largo plazo. Pero como diría John Ortberg: "La vida no se trata de las emociones que sentimos, sino del carácter que cultivamos". Por eso me voy a levantar a correr.

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La velocidad y el placer son dos aspectos ponderados de nuestros tiempos pero no son buenos amigos de los procesos y de la profundidad. La madurez no está lista con 1 minuto en el microondas. No queremos pasar por la etapa del dolor, pero es el dolor el que nos lleva a los beneficios del largo plazo. Como diría el genial Dr. Henry Cloud: "La disciplina antes que la fuerza y la inversión antes que el retorno". Por ejemplo, en ADEC hablamos de la responsabilidad social empresarial como modelo de gestión desde hace años y recién hoy se están viendo muchos resultados de la siembra que se realizó. Me pregunto, ¿qué hubiese pasado si nos hubiéramos dado por vencidos ante de la indiferencia y escepticismo del empresariado en los primeros tiempos? Vamos a ver auténticas transformaciones si entendemos el principio del largo plazo: es un día a la vez, una comida a la vez, una conversación a la vez, un tratamiento a la vez, un viaje a la vez, una reunión a la vez, un riesgo a la vez, un libro a la vez, una venta a la vez, un kilogramo a la vez, una batalla a la vez, un kilómetro a la vez. No es un evento aislado, no es un atajo, no es una pastilla, ni una fórmula instantánea, es una suma de decisiones muy compenetradas en el tiempo las que nos llevarán a los cambios verdaderos que buscamos.

Pablo escribió en su carta a Timoteo en sus últimos días de vida: "He peleado la buena batalla, he terminado la carrera y he permanecido fiel". ¿Podremos nosotros decir lo mismo? ¿Hemos entregado todo cada día? ¿Hemos salido de las trincheras a pelear por algo que vale la pena? ¿Hemos perseverado hasta terminar algo? ¿Nos hemos mantenido fieles más allá de las circunstancias externas? ¿Hemos resistido la tentación de lo efímero y lo superficial? Son esas decisiones diarias las que determinan el curso de nuestras empresas… y sin darnos cuenta, de nuestras vidas mismas.

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