Por Alex Noguera

Periodista

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Sin haber sido construido siquiera, el hasta ahora invisible muro anunciado por Donald Trump ya dio como fruto el primero de sus futuros cientos o tal vez miles de muertos. Hace unos días, el mexicano Guadalupe Olivas Valencia (44), minutos después de haber sido deportado de los Estados Unidos, desesperado, se suicidó lanzándose desde un puente que está a apenas 20 metros de la línea fronteriza. Su cadáver y sus sueños quedaron deshechos al lado de la bolsa de plástico en la que llevaba sus escasas pertenencias, en una ciudad en la que no conocía a nadie.

Esta situación me recuerda una vieja novela en la que una reina –creo que era inglesa– llamaba a su habitación a su hijo, al príncipe heredero del trono, para aconsejarle sobre las pesadas responsabilidades que le esperaban. En tono maternal le decía que en unos años más él sería el rey y que como tal debía cuidar cada una de sus acciones. Le recordaba que tendría miles de súbditos a sus pies, pero que con cada paso que diera, se expondría a pisarlos… como si fueran hormigas. También le decía que sería como un dios, que en ese idioma es "God", porque tendría tierras y privilegios que sus vasallos jamás podrían alcanzar, pero que él mismo debía imponerse un límite y no pasarse de la raya o sino se convertiría en "Dog", un perro. La mujer lo preparaba para ser un buen gobernante, le enseñaba sobre la sutil diferencia entre ser un God y un Dog, sobre la importancia de la humildad, a no creerse todopoderoso, a no comportarse como un niño malcriado, a no pisar las hormigas como Trump.

Pocas horas después de la muerte de Guadalupe, a miles de kilómetros, Miguel López conducía su camioneta. Era el miércoles 22 de febrero, a las 20:36. De pronto, en la oscura y lluviosa noche un fuerte ruido alertó a los transeúntes. Y como si fuera una exitosa obra teatral, la escena sin aplausos se repitió una vez más sobre la avenida Cacique Lambaré. Otro muro, esta vez el que divide ambos carriles, se introdujo debajo del vehículo de Miguel, causando costosos daños materiales.

Millones de dólares en obras, esperanzas, esfuerzos, puestos laborales y el muro mal concebido que impide el acceso por ambos carriles.

Una vez más, esa muy cuestionada estructura demuestra cuán peligrosa es y los automovilistas en vez de encontrar ventajas solo ven problemas en ella. Les vuelve angosta la arteria por la que diariamente circulan miles de rodados.

Coincidentemente, ese miércoles también se inauguró la más reciente gran inversión de la ciudad, el Century Plaza, sobre la misma avenida. Una paradoja: millones de dólares en obras, esperanzas, esfuerzos, puestos laborales y el muro mal concebido que impide el acceso por ambos carriles.

Existen muros visibles y otros invisibles. Los primeros, los de varillas y concreto, aunque resistidos, son fáciles de derribar. Son los otros los que cuestan. Esos como los de Trump que dejan muertos o los de las leyes que crean impunidad.

La administración municipal actual mantiene ese peligroso muro de cemento, que sigue causando perjuicios. Y la administración que creó esa estructura se fue sin medir las consecuencias de sus actos. El muro visible debe ser derribado, así como el invisible que permite que los intendentes y concejales dejen sus cargos sin que la ciudadanía –que les paga el sueldo– tenga opción de reclamarles.

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