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Durante demasiado tiempo los trabajadores estadounidenses han sido ignorados, declaró el presidente Donald Trump el 13 de febrero, mientras prometía "modificar" la relaciones comerciales con Canadá y transformar una relación "extremadamente injusta" con México. Acompañado por el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, Trump puso en claro que mantiene su promesa de campaña de reescribir el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, un pacto de 23 años de antigüedad que apuntala al comercio entre Canadá, México y Estados Unidos.

Satanizar al TLCAN ayudó a Trump a ganar la presidencia. Pero, en realidad, millones de empleos estadounidenses son apoyados por ese pacto. Uno de ellos pertenece a Chris Gambrel, quien construye enormes motores diésel en Seymour, Indiana. Sería extraño pensar en Gambrel, un empleado capacitado y fornido de Cummins, un fabricante de motores, como ignorado u "olvidado". Él está orgulloso de los motores "de clase mundial" que produce: gigantes de 95 litros lo suficientemente poderosos para tirar de un tren de carga. Tres cuartas partes de ellos son exportados a clientes extranjeros por hasta un millón de dólares la pieza.

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La reglas del libre comercio, notablemente las ofrecidas por el TLCAN, ayudaron a convencer a los jefes de Gambrel de construir los gigantescos motores en Seymour, en vez de en una planta de Cummins en India, que casi se quedó con el trabajo. Estados Unidos ofrecía menores costos de transporte y menos papeleo al exportar los motores, y –vitalmente– menos y menores derechos aduanales cuando se importan los componentes desde proveedores efectivos en costos en todo el mundo. Sumado el rápido acceso a los ingenieros estadounidenses, el Medio Oeste se convirtió en el sitio más competitivo. El empleo de Gambrel involucra instalar cabezas cilíndricas hechas en México, una tarea que él lleva a cabo con cuidado de cirujano.

En otra parte de la planta de Seymour, que emplea a 1.300 trabajadores, líneas de ensamblaje completas se mantienen rentables gracias a las cadenas de suministro que corren hacia y desde México, dice un gerente. Una de las líneas "remanufactura" motores de 16 litros de partes desmontadas, limpiadas y reparadas en una planta de Cummins en Ciudad Juárez. Los trabajadores experimentados en Seymour pueden ganar 28 dólares la hora o más. Cummins paga hasta 7.000 dólares al año para que los empleados obtengan títulos universitarios. El gerente señala orgullosamente que, en 10 años, puede contar "con una mano" a los trabajadores con salario por hora que se fueron de la compañía por propia voluntad.

El resto de Seymour en realidad tampoco ha sido ignorado; ciertamente cuando se le compara con los lugarcitos más sombríos del Cinturón del Óxido del Medio Oeste. Además de Cummins, ofrecen empleos estables Valeo y Aisin, compañías de autopartes que tienen sus matrices en Francia y Japón, respectivamente. Con una tasa de desempleo de 3,2 por ciento, la ciudad disfruta de lo que los economistas consideran empleo pleno. Su centro, aunque no exactamente bullicioso, alberga negocios populares como el restaurante Larrison's, la tienda de armas Bite the Bullet y las casas club de órdenes fraternales como los Caballeros de Colón y los Elks. Seymour está compuesto en un 85 por ciento de blancos, aunque su población hispana ha aumentado en más del doble en una década, conforme migrantes de Guatemala y otros países cubrían los empleos de bajos salarios en industrias como el procesamiento de huevos.

Desde fuera, Seymour está navegando bastante bien por la era de la globalización. Sin embargo, sus residentes se extasiaron ante Trump, y sus distópicas declaraciones de que el comercio produjo una "carnicería" en Estados Unidos. En el 2012, el condado de Jackson, del cual forma parte Seymour, dio al candidato presidencial republicano, el rígidamente aristócrata Mitt Romney, 62 por ciento de sus votos. En el 2016, el condado se inclinó fuertemente por Trump, dando al populista que critica duramente al TLCAN el 73 por ciento.

Gambrel sugiere que Seymour estuvo dispuesto a correr el riesgo: "La gente estaba cansada; quería un cambio". Al preguntarle si teme que la arriesgada política trumpista pudiera poner en peligro su empleo, el fabricante de motores se encoje de hombros: "Los acuerdos comerciales vienen y van. Probablemente haya que pagar un precio", dice. "Pero yo estoy tan lejos que estoy aislado. Y la prensa lo saca todo de proporción". En cuanto a los componentes mexicanos que Gambrel instala, le gustaría ver que se produjeran en Estados Unidos. En el fondo, confía en Trump: "El hombre es multimillonario; ha tomado algunas decisiones inteligentes".

Otro trabajador de Cummins, Lew Findley, admite que los componentes mexicanos más baratos quizá salven a algunos empleos estadounidenses. Pero sin embargo su corazonada es que los trabajadores como él están más seguros bajo el mandato de Trump, de quien siente que comparte sus valores sobre otros temas, desde las armas (buenas) hasta el aborto (malo). El alcalde republicano de Seymour, Craig Luedeman, dice que los temas como el derecho de poseer armas y la inmigración explican mucho del apoyo a Trump. Pero, a diferencia de los trabajadores de Cummins, el alcalde teme lo que una guerra comercial pudiera provocar a su ciudad: "Ya no estamos en una economía regional; somos globales".

ESTADOS UNIDOS PRIMERO ES UN ARGUMENTO DIFÍCIL DE VENDER FUERA DE ESTADOS UNIDOS

Tom Linebarger, presidente y director ejecutivo de Cummins, tiene un mensaje similar para sus 55.000 empleados en el mundo, de los cuales más de 25.000 están en Estados Unidos. "Nuestros empleos existen abrumadoramente debido al comercio", dice Linebarger en una entrevista en sus nuevas oficinas en Indianápolis. Las ventas en 190 países hacen a la empresa menos vulnerable a las crisis locales que antes, argumenta. Pero la desventaja de vender a tantos países es que una compañía global no puede simplemente fabricar en un lugar y exportar productos desde ese centro de producción, como a algunos mercantilistas les gustaría que hiciera Estados Unidos. En parte, eso es porque las condiciones de mercado locales deben ser comprendidas en el terreno. Pero Linebarger formula un argumento más sutil: A otros países les preocupan también sus propios trabajadores. "Si tu propuesta de negocios es, me parece bien exportar pero no importar; hablando en general la mayoría de la gente no aceptará esa propuesta".

Como director general de una multinacional, Linebarger conoce tanto el gran poder como la ansiedad que ese poder provoca. Cada vez que visita una instalación de Cummins en alguna parte del mundo, ya sea en una economía en desarrollo o una madura, a los empleados "les preocupa que yo esté yendo a cerrar su planta", comenta. Los defensores de un orden mundial abierto están aprendiendo que dos tareas difíciles deben abordarse juntas: debe hacerse funcionar al comercio, y debe convencerse a los trabajadores de que tienen un lugar en la economía de hoy. Ciudades como Seymour –más afortunadas que muchas, y sin embargo dispuestas a arriesgarlo todo con un presidente que critica al comercio– son un recordatorio viviente de cuánto está en juego.

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