• Por Milia Gayoso-Manzur
  • milia.gayoso@gruponacion.com.py

S. Le pone azúcar a la miel, y aún así no le resulta dulce. Si ve un jardín repleto de rosas, le encontrará algún defecto a los pétalos o criticará las espinas de las plantas. Si nota que un amigo, pariente o conocido muestra algún indicio de felicidad, le bajará de las nubes esa felicidad como sea.

Ni hablemos si descubre que Mengano tuvo un ascenso laboral o le va bien económicamente, en ese caso, le tirará una bomba de mala energía capaz de secar a una planta de quebracho.

S (hombre o mujer), es una rara mezcla de ser insatisfecho y resentido, con alguien a quien le falta afecto. Este tipo de personas va por la vida lastimando a los demás con sus comentarios y su falta de sensibilidad. No le importa cuantos heridos deja a su paso, al parecer, el dolor ajeno le produce satisfacción.

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Así como hay gente maravillosa que nos hace sentir bien, y es un placer compartir charlas o momentos, otros solo desean herir, tirar ponzoña y sembrar cizaña, y eso le produce la felicidad que no logra conseguir cultivando una linda paz interior o trabajando para tener aquello que le molesta en los demás, ya sea físico o intangible.

Aquellos que sufren del síndrome del erizo, con púas que no son precisamente elementos de defensa, sino de ataque, no pueden ver bien al otro. Craso error querer compartir con ellos los logros, las alegrías, las pequeñas satisfacciones personales, porque de una u otra manera, encontrarán la forma de bajar de las nubes al bendecido y/o agraciado.

Pero no son la mayoría –por suerte– todavía hay quienes se congratulan con las pequeñas delicias de la vida del otro, replican las sonrisas del amigo, pariente o vecino y celebran los escalones que pueda ir subiendo ya sea en su vida familiar, laboral o profesional.

Pero a S. la dicha del otro no le hace gracia, y es capaz de encontrar (poniendo) el pelo en la leche ajena, para que no la disfrute. ¿Qué provoca que haya gente llena de amargura contagiosa? Los psicólogos pueden dar mayores explicaciones que yo, una simple mortal, pero desde mi humilde opinión de observadora, creo que son seres que han crecido con carencia de amor y por lo tanto, son incapaces de brindarlo.

Los S. del mundo critican el sobrepeso de los otros, y no ven sus flotadores capaces de salvarlos del peor naufragio, ven la viga en el ojo ajeno y no pillan el tronco de lapacho que tienen atravesado en su retina; indagan en las vidas familiares del prójimo y no notan que la suya se derrumba a causa de su desatención, mal carácter o falta de humanidad.

Los S. están seguros de ser el ombligo del mundo, y que todo gira en su alrededor, como planetas que orbitan en torno al sol; se creen superdotados y poderosos, pero son solo seres tristes que llevan una gran carga sobre sus espaldas, carga que intentan poner sobre los demás para alivianar su propia infelicidad e insatisfacción.

Los S. necesitan cariño y paz. Pero como viven lastimando, es difícil que encuentren voluntarios que les brinde ese remedio contra su exceso de hiel.

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