De The Economist

Hay que dar crédito a Justin Trudeau en cuanto a inteligencia emocional. El 13 de febrero, al realizar su primera visita a Washington después de que el presidente Donald Trump asumiera el cargo, el primer ministro canadiense llevó a su anfitrión el regalo perfecto: una fotografía del presidente en su juventud con el padre de Trudeau, Pierre, un glamoroso primer ministro de los años 70. La sutil caricia a la vanidad de Trump pareció ser bien recibida. Trudeau volvió a su país con la promesa de Trump de que Canadá tiene poco que temer de su plan para renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el cual da a Canadá, México y Estados Unidos acceso preferencial a sus respectivos mercados.

Antes de la reunión, los canadienses estaban nerviosos. Las repetidas amenazas de Trump de renegociar el TLCAN o eliminarlo estaban destinadas casi totalmente a México (el cual, a diferencia de Canadá, tiene un gran superávit comercial con Estados Unidos). Sin embargo, Canadá tiene casi tanto que perder si Estados Unidos rescinde el acuerdo de 23 años de antigüedad o demanda revisiones unilaterales. El valor del comercio de Canadá mundialmente es equivalente al 65 por ciento de su producto interno bruto; Estados Unidos compra tres cuartas partes de las exportaciones de Canadá. El proteccionismo estadounidense pudiera desencadenar una crisis económica y una turbulencia política al norte de la frontera.

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La planeación canadiense de la reunión fue más allá de buscar en los archivos una foto favorecedora. Trudeau reorganizó su gabinete el mes pasado para tomar en cuenta la nueva realidad en Washington. Chrystia Freeland, una ex periodista que ha trabajado en Estados Unidos y conoce a muchos de quienes toman las decisiones, reemplazó al cerebral pero brusco Stéphane Dion como canciller. Antes de la cumbre, Trudeau envió a sus ministros de relaciones exteriores, finanzas y defensa a Washington.

Los canadienses no disfrutan ver a su primer ministro hacer la corte a Trump. Casi 75 por ciento de ellos piensa que será un mal presidente, según un sondeo publicado el mes pasado. los Nuevos Demócratas, un partido de oposición, instó al primer ministro a castigar a Trump por su prohibición al ingreso de refugiados (algunos de los cuales han cruzado hacia Canadá a solicitar asilo). Trudeau se contuvo en sus declaraciones, pero conservó la dignidad canadiense al insinuar su desacuerdo con las políticas de Trump.

Esta astucia parece estar funcionando. Trump declaró que las relaciones comerciales de Estados Unidos con Canadá son "espectaculares" (mientras que las que tiene su país con México siguen siendo "extremadamente injustas"). Las modificaciones al TLCAN, dijo "beneficiarán a nuestros dos países". Sabiendo que él prefiere los acuerdos bilaterales, algunos analistas piensan que podría reemplazar al TLCAN con acuerdos separados con Canadá y México.

La bonhomía pudiera desaparecer cuando Trump defina sus políticas más claramente. Quiere un programa de "comprar lo producido en Estados Unidos", lo cual discriminaría contra los exportadores canadienses. Un "impuesto de ajuste fronterizo" sobre las importaciones, parte de una propuesta reforma de los impuestos corporativos, reduciría el PIB de Canadá en 1 por ciento, estima el Instituto C.D. Howe, un grupo de análisis. Eso sería un mal agradecimiento por el regalo de Trudeau.

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