Andrew Ross Sorkin

Stephen A. Schwarzman dio otra fiesta de cumpleaños.

La celebración de su septuagésimo cumpleaños fue el fin de semana en su casa de Palm Beach, Florida, y en ella hubo camellos, trapecistas y una presentación de Gwen Stefani. Algunos reportes especulan que la fiesta costó hasta 20 millones de dólares, cifra que los enterados dicen que está ridículamente inflada. Pero es evidente que el evento entra en la categoría de lo excesivamente costoso.

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Normalmente, la fiesta de cumpleaños de alguna celebridad no ameritaría una sola frase fuera de las páginas de chismes. Pero Schwarzman no es cualquier celebridad: es el multimillonario fundador del Grupo Blackstone, así como el más reciente amigo íntimo del presidente Donald Trump en su calidad de presidente del foro de política estratégica del presidente. Y el festejo por su cumpleaños se convirtió en un punto de referencia cultural.

El lector quizá recuerde que hace diez años, la fiesta por el sexagésimo cumpleaños de Schwarzman –entonces se dijo que la celebración en Park Avenue Armory de Manhattan había costado cinco millones de dólares– desató una crisis existencial en Wall Street sobre los males del consumo ostentoso que duró todo un año.

En Wall Street y en los medios, la fiesta de Schwarzman en el 2007 fue tratada como un incendio de cinco alarmas. Muchos medios de comunicación la examinaron de forma destacada con un reproche implícito. The New Yorker declaró que el evento había convertido a Schwarzman en el "villano designado" de los títulos privados. Charles E. Grassley, senador republicano por Iowa, presentó un proyecto de ley llamado ley Blackstone para poner fin al tratamiento fiscal del interés acarreado, aunque la oposición de la industria logró echarlo para abajo.

¡Cómo han cambiado los tiempos!

En tiempos de Trump y su célebre pent-house dorado, la fiesta de Schwarzman ha sido pasada por alto a excepción de un poco de parloteo en Town & Country y de críticas entre la élite de la Costa Este, siempre gozosa ante la desgracia ajena.

Quizá Trump ha normalizado la ostentación del consumo. En Twitter, Instagram y Facebook hay algunas fotos tomadas de contrabando en la fiesta de Schwarzman, pero no ha habido gran cosa de lo que se llama protesta clamorosa viral. Una pequeña banda de manifestantes, que trató de sabotear la fiesta el sábado, no logró ni acercarse a su cometido y los medios tampoco se hicieron eco del mensaje del grupo.

La indiferencia colectiva quizá diga algo sobre los cambios en la forma en que algunos sectores del país consideran la riqueza descomunal; y quizá sea así como siempre han pensado acerca del dinero a lo grande.

La elección de Trump y la designación de multimillonarios en su gabinete podría atraer las iras de sus críticos, pero la gente que lo eligió –que viene en gran medida de la clase media y baja– parece indiferente ante la extravagante ostentación de la riqueza, tanto de Trump como de otros. De hecho, según varias encuestas, gran parte del país aspira a vivir como Schwarzman y Trump.

Aunque Trump no asistió a la fiesta, sí estuvieron ahí su hija Ivanka y su yerno Jared Kushner. También estuvieron otros miembros del gobierno, como Elaine L. Chao, secretaria de Transporte; Steven T. Mnuchin, secretario de la Tesorería, y Wilbur Ross, nominado a la secretaría de Comercio. Y entre los invitados hubo de todo, desde el destacado financiero Henry R. Kravis de Kohlberg Kravis Roberts y la diseñadora de modas Donatella Versace, hasta Susan George, directora ejecutiva del Fondo de Becas para los Barrios Bajos de Nueva York.

Gente que asistió a la fiesta ha dicho que las canchas de tenis estaban cubiertas con plataformas de temas asiáticos y que a Schwarzman le ofrecieron un descomunal pastel que parecía templo asiático. Pero aun el más generoso recuento de los más lujosos componentes no nos lleva ni siquiera cerca de los veinte millones. Aun suponiendo que Gwen Stefani hubiera cobrado el millón de dólares que se dice que cobró Rod Stewart en la fiesta de los 60 años (y que no cobró; lo que se le pagó a Stefani fue sustancialmente menos), se hubieran necesitado veinte cantantes como ella para llegar a ese costo.

Un amigo de Schwarzman comentó que una de las lecciones de la reacción a la fiesta de 60 años fue que es imposible satisfacer a los críticos, por lo que él tiene que seguir su vida bajo sus propias condiciones. A los 70 años de edad, señala ese amigo, que habló a condición de quedar en el anonimato a fin de poder expresar opiniones francas, Schwarzman ha aportado mucho a la sociedad y no necesita quedar bien con nadie.

En verdad, Schwarzman se convirtió quizá en el financiero más exitoso de Wall Street en los últimos diez años, haciendo crecer a Blackstone en el administrador patrimonial por excelencia del país, aventajando con mucho a sus rivales de títulos privados y convirtiendo a su empresa en la inversionista en bienes raíces más grande del mundo. Y su generosidad se ha extendido en donativos millonarios –hay varios por más de cien millones de dólares– a Yale, la Biblioteca Pública de Nueva York y un programa de becas que sigue el modelo de la beca Rhodes, para que estudiantes de Estados Unidos asistan a la Universidad Tsinghua de China.

La semana pasada, en respuesta a las críticas de algunos beneficiarios de la beca contra su decisión de ayudar a Trump, Schwarzman explicó en una carta: "Lamento que algunos becarios tengan reservas por el hecho de que yo siga esta estrategia con el nuevo gobierno de Washington. En la vida, muchas veces descubrimos que tener influencia y ofrecer consejos razonables es algo bueno, aunque ello atraiga las críticas o requiera ciertos sacrificios".

El sentimiento populista y en contra de Wall Street, que fue tan sonoro después de la crisis financiera, encontró su voz el año pasado en la campaña de Bernie Sanders y, en cierta medida y paradójicamente, también en la de Trump. Cualquier animosidad que pueda existir contra los peces gordos ha quedado enmudecida entre los que votaron por Trump en los estados republicanos, al menos temporalmente, en la medida en que cumpla su promesa de crear empleos. Ese es un argumento que pasaron por alto muchos comunicadores, entre los que me cuento yo mismo.

En efecto, la sorpresiva elección de Trump puede revelar mucho sobre la forma en que grandes sectores del país ven actualmente a los grandes negocios, así como los esfuerzos de Trump por bajar los impuestos y desregular algunas actividades de Wall Street. Y Schwarzman está en el centro de muchos de esos esfuerzos.

Allá en el 2012, NPR publicó un artículo que evidentemente no atrajo la atención que merecía, en especial porque auguraba el siguiente ciclo electoral. El titular era: "La brecha del ingreso: ¿Es injusta o solo tenemos celos?".

En ese tiempo, muchos medios estaban reportando regularmente sobre la desigualdad del ingreso, la separación cada vez más grande entre los ricos y los pobres.

El artículo de NPR estaba basado en los resultados de un estudio del Centro de Investigaciones Pew que vale la pena repetir: mostraban "un cambio significativo en el concepto público del conflicto de clase en la vida estadounidense", pero "no necesariamente significan un aumento en las quejas contra los adinerados".

Según el reporte del Pew, "es posible que las personas que ven más conflicto entre las clases piensen que la ira hacia los ricos esté mal encauzada". Los datos, agrega el informe, no indican que haya "un apoyo creciente a medidas del gobierno para reducir la desigualdad de ingresos".

Quizá eso lo explique. O quizá todos los que criticaron a Schwarzman hace diez años ahora estén muy ocupados concentrándose en Trump.

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