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Estos son momentos emocionantes para el 52% de los votantes británicos que, en junio del 2016, optaron por abandonar la Unión Europea. Después de meses de rumores de que una conspiración anti-Brexit estaba siendo planeada por el establishment local amante de Europa, que incluso ganó un caso en la Corte Suprema y logró que la Justicia prohibiera al gobierno desencadenar el Brexit sin el permiso del Parlamento, al final pareciera que la independencia muestra firmes señales de estar en camino.
Esta semana, la Cámara de los Comunes votó a favor de aprobar el proceso de salida de la Unión Europea (UE). La primer ministro Theresa May invocará el artículo 50 del Tratado de la UE el próximo mes, comenzando una cuenta regresiva de dos años hacia la libertad.
Sin embargo, el estado de ánimo triunfante está a punto de adquirir un sabor agrio y por una razón que pocas personas han captado.
El primer punto del orden del día en Bruselas, en el que los términos de la separación se pondrán sobre el tapete, será una gran demanda de efectivo. A los británicos que votaron por abandonar la UE porque se les dijo que Gran Bretaña ahorraría 440 millones de dólares por semana, esto vendrá como una sorpresa. El proyecto de ley apunta a una cifra enorme: algunos en Bruselas hablan de 64.000 millones de dólares, suficientes para albergar las Olimpiadas de Londres cinco veces. Además, sus cálculos anticipan discusiones sin fin.
Hasta ahora, el debate del Brexit se ha centrado en cuestiones más importantes, como el futuro de la relación comercial de 640.000 millones de dólares al año entre Gran Bretaña y la UE. Sin embargo, una batalla sobre la indemnización de salida podría descarrilar las conversaciones en sus primeras etapas.
La cuenta es como para llorar. Los pasivos británicos incluyen contribuciones al programa de pensiones de la UE, que es generoso y totalmente sin fondos. El elemento más importante, que Gran Bretaña con seguridad va a cuestionar, es su parte en la responsabilidad de aportes de miles de millones de euros de futuros proyectos a los que la UE se ha comprometido, pero aún no asignó un presupuesto. Estos pasivos, y otros más pequeños, pueden compensarse un poco por la parte que le corresponde a Gran Bretaña de los activos de la UE, principalmente bienes raíces en Bruselas y en otras partes del mundo. Según un análisis, el costo podría ser tan exiguo como US$ 26 mil millones o podría llegar hasta US$ 78 mil millones.
Es evidente que hay mucho para regatear. Sin embargo, la idea misma de que los costos son negociables irrita a muchos eurócratas, que lo ven como una cuenta sencilla de ser resuelta. Los negociadores de la Comisión Europea insisten en que el acuerdo de separación debe ser firmado antes de que las disputas puedan comenzar en cualquier otra cosa, como las futuras relaciones comerciales. Gran Bretaña preferiría ajustar el proyecto de ley en paralelo con las conversaciones sobre otras cuestiones, con el fin de intercambiar más dinero por un mejor acceso al mercado de donde se quiere retirar.
Es de interés para todos llegar a un acuerdo. Si las conversaciones fracasan y Gran Bretaña sale sin pagar, la UE se quedará con un gran agujero en sus planes de gastos. Los contribuyentes netos, principalmente Alemania y Francia, enfrentarían pagos más altos y los beneficiarios netos verían reducir sus beneficios. Para Gran Bretaña, la satisfacción de haber huido sin pagar se evaporaría en medio de las relaciones rancias con el continente, destruyendo las perspectivas de un acuerdo comercial, sin mencionar una ruptura en todo, desde la inteligencia compartida hasta la investigación científica conjunta y quizás la visita de los oficiales de la Corte Internacional de Justicia.
Tal resultado sería malo para la UE, pero sería aún peor para Gran Bretaña.
Ese desequilibrio se convertirá en un tema de las negociaciones del artículo 50. Sugiere que los británicos tendrán que asumir la mayor parte de las negociaciones. May no debe perder el calendario de dos años regateando por unos pocos miles de millones de dólares, cuando el comercio que vale mucho más pende de un hilo. La UE puede ayudar al acordar discutir el acuerdo post-Brexit en paralelo con el debate sobre el dinero. El lanzamiento de los dos en uno aumentaría las oportunidades de resultados que beneficiarían a ambas partes.
Existe el peligro, sin embargo, que los duros en Londres y Bruselas harán el compromiso imposible. Algunos en la Comisión Europea están demasiado ansiosos por hacer una advertencia sobre la salida de Gran Bretaña y sobreestiman la capacidad de May para convencer a su país sobre la necesidad de negociaciones duras.
El público británico no está preparado para la cuenta de salida, que no se menciona en el documento oficial del gobierno sobre esas conversaciones. La prensa pro-Brexit, todavía aturdida por su victoria inesperada el verano pasado, se centrará, tanto en la sorprendentemente enorme cuota total de salida, así como en los detalles: la pensión media del eurócrata (funcionario público de la UE) dobla a los ingresos del hogar promedio de Gran Bretaña. Esto le valió halagos a May ya que se la comparó con la primera ministra Margaret Thatcher, quien logró un famoso descuento de la UE en 1984.
Una pequeña banda de parlamentarios pro-Brexit tiene un deseo "trumpiano" de llevar a cabo no solo un Brexit duro, sino uno que sea revitalizadoramente disruptivo. La mayoría funcional de May en el Parlamento es solo de 16 legisladores.
Y todo el mundo estará peor si las conversaciones del artículo 50 se hundieran. Sin embargo, la amplitud de la brecha en las expectativas entre la UE y Gran Bretaña, y la falta de tiempo para hacer un puente, significa que tal acto de daño mutuo es peligrosamente posible.