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Como candidato a la presidencia, Donald Trump llamó al Tratado de Libre Comercio de América del Norte con México y Canadá el "peor acuerdo comercial jamás aprobado en este país". Pronto se volverá claro qué pretende hacer al respecto. Tiene tres opciones: eliminarlo, intimidar a los socios de Estados Unidos para que hagan concesiones que meramente perjudiquen al acuerdo, o emprender una renegociación que beneficie a los tres.

El proceso de hacer grandes cambios al TLCAN ha comenzado. El 3 de febrero, el gobierno mexicano inició una consulta de 90 días con empresas sobre cuál debería ser su posición negociadora. Wilbur Ross, quien encabezará a los negociadores estadounidenses después de que el Senado lo confirme como secretario de Comercio, ha dicho que el TLCAN es "lógicamente lo primero que enfrentaremos". La notificación ante el Congreso, que debe suceder 90 días antes de que puedan iniciar las conversaciones, pudiera darse pronto.

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El TLCAN no es el fracaso que afirma Trump. El comercio en productos entre sus tres socios ha aumentado en más del triple desde que entró en vigor en 1994, y 14 por ciento del comercio mundial en productos tiene lugar bajo sus reglas. Las cadenas de suministro a través de las fronteras han hecho a las empresas estadounidenses más competitivas. Los empleos manufactureros que ha creado en México han desacelerado la migración hacia Estados Unidos.

Sin embargo, los tres gobiernos coinciden en que se le pudiera hacer funcionar mejor.

"Cualquier acuerdo puede ser mejorado", dijo David MacNaughton, embajador de Canadá en Estados Unidos, al día siguiente de que Trump ganara la elección.

El acuerdo de 23 años pudiera ciertamente ser modernizado en formas que beneficien a Estados Unidos.

No obstante, una renegociación normal quizá no sea posible bajo el mandato de Trump. Ha dañado a la relación de Estados Unidos con México al insultar a los migrantes y demandar que México pague por un muro fronterizo. Ha amenazado con imponer aranceles de hasta 35 por ciento a los autos mexicanos, lo cual violaría tanto el TLCAN como las reglas de la Organización Mundial de Comercio.

Ninguna renegociación concebible del TLCAN producirá lo que Trump más quiere: muchos más empleos manufactureros en Estados Unidos y una reducción drástica de su déficit de 63.000 millones de dólares en el comercio de mercaderías con México.

El lenguaje de Ross es menos alarmante que el de quien pronto será su jefe. Sin embargo, podría hacer más que poner un rostro amistoso al proteccionismo de Trump. Un inversionista multimillonario en compañías de antigua tecnología que se benefician de la protección, Ross no es un partidario del libre comercio. Según un artículo de The Globe and Mail, un periódico canadiense, Ross ha identificado dos prioridades para la renegociación del TLCAN: el proceso de resolución de disputas y las "reglas de origen". Estas reglas ponen un tope al valor de los insumos que un exportador a otro país del TLCAN puede comprar de fuera del área.

Ambas ideas son contenciosas. Estados Unidos se ha quejado desde hace tiempo del panel independiente del TLCAN que rige sobre los derechos antidumping, los cuales impone un país cuando piensa que su socio comercial está compitiendo injustamente. Ha dictaminado, por ejemplo, que los derechos a la madera de coníferas procedente de Canadá son una violación a la ley estadounidense. Ross probablemente demandará cambios que debiliten al panel.

Hacer más estrictas las reglas de origen, que determinan cuán porosos son los muros de un área de libre comercio, es otro objetivo. En el caso del equipo de transporte, la categoría más grande de productos comerciados dentro del TLCAN excepto por el petróleo y el gas, hasta 62,5 por ciento del valor de los componentes debe ser producido en Norteamérica para que sean exportados libremente. Ross probablemente quiere elevar el requisito y cerrar los resquicios dentro de él, lo cual alentaría a los fabricantes de autos a adquirir más partes con proveedores de los tres países.

México y Canadá quizá no objeten eso. Al negociar el Tratado de la Asociación Transpacífico (TPP, por su sigla en inglés), un acuerdo de 12 países del cual Trump ha retirado a Estados Unidos, ambos países presionaron por reglas de origen más estrictas que Estados Unidos.

"Estamos tratando de ver si hay una forma creativa de elevar el valor añadido regional en Norteamérica", dijo Jaime Zabludovsky, director del Consejo Mexicano sobre Relaciones Exteriores, que está ayudando al gobierno mexicano en sus consultas con las empresas.

Sin embargo, la idea plantea riesgos. Si las empresas norteamericanas tuvieran que comprar más insumos dentro del TLCAN, podrían volverse menos competitivas frente a sus similares de China y Japón, tanto interna como externamente. Las reglas más estrictas en industrias con bajos aranceles, como los autos, pudieran volverse contraproducentes: si son demasiado estrictas, las compañías simplemente pudieran decidir pagar aranceles, volviendo irrelevante al TLCAN.

Otra idea que podría tentar a Ross –permitir a los socios del TLCAN individuales establecer sus propias reglas de origen– perturbaría a las cadenas de suministro tanto como imponer aranceles dentro del grupo. Eso es imposible en lo que respecta a los mexicanos.

Hacer al TLCAN más como el TPP podría ayudar a aplacar a Trump, aun cuando él rechazara el acuerdo más grande. El TPP fortalecerá los derechos de los trabajadores, por ejemplo a la huelga y a negociar colectivamente. Eso es bueno, desde el punto de vista de Trump, porque ayudaría a los estadounidenses a competir con los trabajadores mexicanos sobre una base más igualitaria. El TLCAN también tiene un componente de derechos laborales, pero es un acuerdo colateral y quizá menos aplicable. El TPP tiene reglas beneficiosas para Estados Unidos en cuanto a la industria de la tecnología, de las cuales carece el TLCAN. Castiga la piratería en línea y prohíbe a los gobiernos imponer derechos aduanales a los dispositivos digitales, por ejemplo.

Ross también podría intentar derribar las barreras restantes a las exportaciones y la inversión estadounidenses erigidas por sus socios del TLCAN. México, por ejemplo, impone engorrosos procedimientos de prueba a las importaciones de equipo eléctrico y limita las compras de propiedades residenciales por parte de extranjeros cerca de sus costas. La lista de quejas sobre Canadá es al menos igual de larga. Incluye la protección para los granjeros lecheros y avícolas, límites a la propiedad extranjera de empresas de telecomunicaciones y monopolios provinciales sobre la venta de alcohol.

Si esa es la agenda de Ross, las negociaciones serán muy difíciles. México, el cuarto exportador de autos más grande del mundo, se mostrará renuente a aceptar reglas de origen más estrictas que volvieran a sus fabricantes menos competitivos. Canadá resistirá cualquier dilución de su capacidad para apelar contra los derechos antidumping estadounidenses. Hacer al TLCAN más como el TPP es más difícil de lo que suena. México aceptó la protección más fuerte para la mano de obra solo porque el TPP ofrecía acceso al enorme mercado japonés. Estados Unidos, que ya da a México acceso a su mercado, no está ofreciendo un incentivo extra.

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