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El presidente George W. Bush vio a los ojos a Vladimir Putin y pensó que había visto su alma. Se equivocó.

El presidente Barack Obama intentó "reiniciar" las relaciones con Rusia, pero para el final de su mandato Rusia se había anexado Crimea, agitado el conflicto en otras partes en Ucrania y llenado el vacío de poder que Obama había dejado en Siria.

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El presidente Donald Trump parece querer ir más lejos y forjar una alineación estratégica totalmente nueva con Rusia. ¿Puede tener éxito, o será el tercer presidente estadounidense consecutivo que es superado en astucia por el presidente Vladimir Putin de Rusia?

Los detalles de la realineación de Trump siguen siendo vagos y variables. Esto es en parte debido a los desacuerdos en su círculo interno. Aun cuando su embajadora ante Naciones Unidas ofreció una "clara y firme condena" a "las acciones agresivas de Rusia" en Ucrania, la relación personal del presidente con Putin seguía siendo ardiente. Cuando un entrevistador en Fox News le dijo a Trump esta semana que Putin era "un asesino", el presidente respondió: "Hay muchos asesinos. ¿Qué, piensa que nuestro país es muy inocente?".

Que un presidente estadounidense sugiera que su propio país es tan asesino como Rusia no tiene precedente, es un error y representa un regalo para los propagandistas de Moscú. Que Trump piense que Putin tiene mucho que ofrecer a Estados Unidos es un mal cálculo no solo del poder e intereses de Rusia, sino también del valor de aquello a lo que Estados Unidos tendría que renunciar a cambio.

Si uno se guía por lo que se dice alrededor de Trump, el guión para Rusia parece ser algo como esto: Estados Unidos se uniría a Putin para destruir al "terrorismo islámico radical"; y, en particular, al Estado Islámico en Irak y Siria. Al mismo tiempo, Rusia podría aceptar abandonar su colaboración con Irán, un antiguo enemigo de Estados Unidos en Medio Oriente y una amenaza para sus aliados, incluidos Bahréin y Arabia Saudita. En Europa, Rusia dejaría de fomentar el conflicto en Ucrania, aceptaría no hostigar a los miembros de la OTAN en su umbral y, posiblemente, iniciar conversaciones sobre control de armas nucleares.

A más largo plazo, los lazos más estrechos con Rusia también pudieran ayudar a frenar la expansión china. Stephen Bannon, el asesor más alarmante de Trump, dijo el año pasado que no tenía "ninguna duda" de que "vamos a ir a la guerra en el Mar Meridional de China dentro de cinco o 10 años". De ser así, Estados Unidos necesitará a sus aliados, y Rusia es una potencia nuclear con una frontera de 4.160 kilómetros con China. ¿Qué hay que no pueda gustar?

Casi todo. El hackeo ruso quizá haya ayudado a Trump en las urnas, pero eso no significa que él pueda confiar en Putin. Los intereses del Kremlin y los de Estados Unidos son dos mundos aparte.

En Siria, por ejemplo, Putin hace mucho ruido sobre el combate a los terroristas del Estado Islámico, pero no ha realizado un verdadero esfuerzo para hacerlo. Su precio por trabajar con Estados Unidos pudiera ser asegurar una presencia militar rusa permanente en el Medio Oriente apuntalando al presidente Bashar al-Assad, cuyo régimen, según se reveló esta semana, ha colgado a miles de sirios después de juicios de dos o tres minutos. Nada de esto es bueno para Siria, para la estabilidad regional o para Estados Unidos.

Aun cuando Putin y Trump compartieran un objetivo común, que no es el caso, y aun cuando a los estadounidenses no les importara convertirse en cómplices en las atrocidades rusas, lo cual debería importarles, las fuerzas estadounidenses y rusas no pueden combatir fácilmente lado a lado. Sus sistemas no funcionan juntos. Hacer que funcionaran requeriría compartir secretos militares para cuya protección el Pentágono gasta una fortuna. Además, los aviones rusos no añaden mucho al poderío aéreo de la coalición que ya está atacando al Estado Islámico. Las tropas terrestres si lo harían, pero es altamente improbable que Putin las despliegue.

Asimismo, Rusia no pretende enfrentar a Irán. Las tropas del país son un complemento al poderío aéreo ruso. Irán es un mercado prometedor para las exportaciones rusas. Más que todo, los dos países son vecinos que muestran todos los signos de trabajar juntos para manejar al Medio Oriente, no de querer pelear por él.

La idea de que Rusia sería un buen aliado contra China es incluso menos realista. Rusia es mucho más débil que China, con una economía en declive, una población que se contrae y un ejército más pequeño. Putin no tiene el poder ni la inclinación de buscar un pleito con Pekín. Al contrario, valora el comercio con China, teme a su poderío militar y tiene mucho en común con sus líderes, al menos en su tendencia a intimidar a sus vecinos y rechazar los aleccionamientos occidentales sobre democracia y derechos humanos. Aun cuando fuera sensato que Estados Unidos intensificara el enfrentamiento con China –que no lo es–, Putin no serviría para nada de ayuda.

El riesgo más grave del cálculo erróneo de Trump, sin embargo, está en Europa. Aquí, la lista de deseos de Putin cae en tres categorías: cosas que no conseguiría hasta que se comporte mejor, como el levantamiento de las sanciones occidentales; cosas que no conseguiría bajo ninguna circunstancia, como el reconocimiento de su anexión del territorio ucraniano, y cosas que socavarían al orden mundial basado en reglas, como la connivencia estadounidense en el debilitamiento de la OTAN.

A Putin le encantaría que Trump le diera una mano más libre en el "extranjero cercano" de Rusia, por ejemplo, retirando las defensas antimisiles de Estados Unidos en Europa y frenando la ampliación de la OTAN con el ingreso de Montenegro, que debe darse este año.

Trump parece no darse cuenta de cuán gigantescas serían estas concesiones. Emite señales confusas sobre el valor de la OTAN, llamándole "obsoleta" el mes pasado pero prometiendo apoyarla esta semana. A algunos de sus asesores parece no importarles si la Unión Europea se desintegra; como Putin, favorecen a líderes como Marine Le Pen de Francia a quienes nada les gustaría más. Bannon, aunque admite que Rusia es una cleptocracia, ve a Putin como parte de una rebelión mundial de los nacionalistas y tradicionalistas contra la élite liberal; y por tanto un aliado natural para Trump.

La búsqueda de una gran negociación con Putin es ilusoria. No importa cuán gran negociador sea Trump, no obtendría ningún buen acuerdo. En realidad, un riesgo pasado por alto es que Trump, traicionero y sensible, termine presidiendo sobre una pelea peligrosa y desestabilizadora con Putin.

Mejor que una negociación o una pelea sería trabajar en las pequeñas cosas para mejorar las relaciones de Estados Unidos con Rusia. Esto incluiría el control de armas e impedir que las fuerzas rusas y estadounidenses accidentalmente se vayan a los golpes. Los congresistas republicanos y sus asesores más sensatos, como sus secretarios de Estado y de Defensa, deberían esforzarse en convencer a Trump de esto.

La alternativa sería realmente muy mala.

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