De The Economist
El consulado sirio en el elegante distrito Nisantasi de Estambul es un sitio con mucha actividad. Los hombres se apiñan afuera en medio del frío a la espera de su turno para pasar a través de las adornadas puertas del edificio. El resto del barrio, sin embargo, está inusualmente tranquilo. Una serie de ataques terroristas en la ciudad y un intento de golpe de estado en julio pasado, seguido por una purga de supuestos simpatizantes, ha causado desánimo.
"Después de que estalla una bomba, nadie sale", dijo un tendero. "Se pierde una semana".
Además de la guerra en el país vecino y el terrorismo localmente, la economía de Turquía ha sido sacudida por la turbulencia política más distante: la lira se desplomó en más de 15 por ciento frente al dólar desde la elección de Estados Unidos el 8 de noviembre. Muchos inquilinos no pueden permitirse ahora pagar las rentas de Nisantasi, las cuales a menudo se cotizan en divisas extranjeras. Incluso la casa de la niñez de Orhan Pamuk, el novelista mejor conocido de Turquía, tiene un letrero de "Se renta" en la puerta.
En noviembre, Turquía tuvo mucha compañía en su miseria económica. Otros mercados emergentes también reaccionaron mal al resultado de la elección de Estados Unidos, provocando declaraciones sobre un "berrinche por Trump" igual al "berrinche por la reducción" después de mayo de 2013, cuando la Reserva Federal de Estados Unidos empezó a considerar una reducción de su ritmo de compras de activos.
En las últimas semanas, sin embargo, la fortuna de los mercados emergentes se ha bifurcado. El rand de Sudáfrica ha recuperado la mayor parte de sus pérdidas postelectorales frente al dólar. Las monedas de India e Indonesia están dentro de un margen del 2 por ciento de sus paridades antes de la elección de Trump. El real de Brasil, que se debilitó en 8 por ciento frente al dólar en los primeros días tras la elección, ahora está más fuerte que antes. Solo el peso de México, aún abajo en un 10 por ciento, ha rivalizado con la declinación de la lira.
Los mercados quizá hayan concluido que las políticas de Trump, destinadas a poner a Estados Unidos primero, golpearán a algunas economías emergentes más que a otras. Consideremos cuatro peligros potenciales: un dólar más fuerte, guerras comerciales, topes a la inmigración y una tregua fiscal que provoque que las empresas estadounidenses repatrien utilidades extranjeras.
Rusia en gran medida no es vulnerable a ninguno de estos riesgos, según Nomura, un banco. México está altamente expuesto a todos ellos. Otras economías caen en algún sitio entre los dos.
¿Qué hay de Turquía? A primera vista, parecería tener poco que temer. No es altamente vulnerable a una guerra comercial, la repatriación de utilidades o los topes a los trabajadores migrantes. Después de una crisis fiscal y financiera en 2001, Turquía también ha reparado sus finanzas públicas, reformado su sistema bancario, domado la inflación y puesto en flotación a la lira.
Sin embargo, aunque Turquía ha aprendido mucho de su pasado, ha aprendido más bien menos de sus pares. La experiencia de otras economías emergentes durante los últimos 20 años demuestra que los déficits de cuenta corriente pueden ser tan traicioneros como los déficits fiscales. También demuestra que financiar ese déficit con inversión directa extranjera a largo plazo es mejor que depender del "dinero caliente". La historia también sugiere que, si el dinero tiene que ser caliente, es mejor que tome la forma de capital, en vez de deuda. Si tiene que ser deuda, es mejor que esté denominada en la propia moneda del país, no en la de alguien más.
Pese a todas sus fortalezas, Turquía no se ha apegado a esas reglas generales. Su persistente déficit de cuenta corriente, que se estima excedió el 4 por ciento del PIB en el 2016, le ha dejado con una deuda externa a corto plazo que representaba más de 100.000 millones de dólares a fines de noviembre, 84 por ciento de ella denominada en divisas extranjeras. Eso es aproximadamente igual a toda su existencia de reservas internacionales, con valor de menos de 98.000 millones de dólares a fines de noviembre. Las reservas de México, en contraste, son aproximadamente del doble de su deuda externa a corto plazo, según el Fondo Monetario Internacional.
Estas deudas externas y déficits dejan a Turquía vulnerable al retiro de capital extranjero. Evitar eso podría requerir tasas de interés más altas, pero el banco central hasta ahora ha restringido solo tentativamente. En vez de simplemente elevar su tasa de "referencia"–la tasa repo a una semana–, ha dejado de ofrecer subastas repo totalmente. Eso ha forzado a los bancos a pedir prestado a su tasa de crédito de un día para otro más alta, la cual se elevó en 0,75 puntos porcentuales el 24 de enero, o incluso a tasas más altas ofrecidas en su ventana de liquidez "tardía".
Para algunos economistas, la falta de sencillez en la política del banco central sugiere una falta de convicción. Les preocupa que, pese a su independencia reglamentaria, sea renuente a antagonizar al cada vez más poderoso presidente Recep Tayyip Erdogan, quien ha explotado contra el "cabildeo de las tasas de interés" y demandado costos de endeudamiento más bajos. Erdogan preferiría defender la moneda recurriendo a las profundas reservas de patriotismo de Turquía, instando a los turcos a convertir sus dólares en liras "si aman a este país". Un barbero dijo a una estación televisiva local que ofrecería un corte de cabello gratis a cualquiera que convirtiera 300 dólares.
Si ni los banqueros centrales ni los barberos detienen la caída de la lira, quizá sean los acreedores de Turquía quienes terminen formados para un corte de cabello. El 27 de enero, Fitch, una agencia calificadora, redujo a chatarra la calificación del crédito en divisas extranjeras de Turquía, citando la exposición del país a la deuda externa y la erosión de los pesos y contrapesos del presidente. La agencia piensa que más préstamos requerirían una reestructuración, especialmente los hechos a compañías turísticas y energéticas, pero cree que los bancos de Turquía tienen suficiente capital para soportar "sacudidas moderadas".
El otro riesgo que representa una divisa en declive son los precios al alza. Turquía tiene una larga historia de inflación alta, lo cual forzó a Erdogan a eliminar seis ceros de la moneda en el 2005: algunos turcos aún dicen "mil millones" cuando quieren decir "mil". Históricamente, una caída del 10 por ciento en la lira se traduce en un aumento de 1,5 por ciento en los precios, lo cual pondría más en peligro a los esfuerzos del banco central para reducir la inflación del 8,5 por ciento a su meta del 5 por ciento. Sus propios economistas argumentan que el impacto inflacionario de una moneda débil podría ser compensado por la economía débil.
Pudieran tener razón. Al lado del consulado sirio hay una tienda pintada de brillantes colores, la Pop-Up Shop, que no ofrece sino importaciones de consumo, desde cereales hasta cosméticos, ayudando a los residentes ricos del barrio a satisfacer sus gustos esotéricos adquiridos en el extranjero. Su variedad ecléctica incluye loción para después de afeitarse Brut, salsa barbecue Jack Daniel's, detergente Tide y aminoácidos sabor durazno.
La lira declinante ha elevado sus costos, pero aún así se ha visto obligada a reducir sus precios para beneficio de sus clientes en apuros financieros. El gerente de la tienda ha descartado al 2017 como un año perdido.
"Ya estamos hartos", se quejó su padre, tirando del cuello de su abrigo, un gesto turco que equivale aproximadamente a extender las manos en señal de exasperación.
Sin embargo, al menos su renta, la cual el padre cita en miles de millones, no en miles, está cotizada en liras.