Declan Fitzsimons

Norman Mailer escribió una vez que hay una cruel pero justa ley de la vida: llega un momento en el que debemos cambiar o pagar un costo creciente por no hacerlo.

Diariamente, me encuentro con líderes para quienes esa "ley" es real. Saben lo que sucederá si no cambian su negocio, pero no están seguros de cómo propiciar esos cambios. ¿Se trata de aprender cómo organizar reuniones más eficaces? ¿O cómo ser mejores oyentes? ¿O adoptar un estilo de liderazgo diferente?

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Si bien no hay una respuesta correcta a estas preguntas, hay fundamentos. Una fuente de conocimiento sobre estas cuestiones es la obra de William Shakespeare.

En el libro "Shakespeare: The Invention of the Human", de Harold Bloom, quien enseñó en Yale, sugiere que antes de Shakespeare, los personajes en una obra de teatro solían desplegarse, pero no necesariamente se desarrollaban.

Si los personajes simplemente se despliegan, intuimos que ya sabemos todo lo que hay que saber sobre ellos cuando aparecen por primera vez. Sus autores les han robado la única cualidad que los haría interesantes: la capacidad de autoindagación que podría revelar algo inesperado no solo para nosotros, sino para ellos mismos. Esto es el equivalente del gerente que deja una sesión de retroalimentación y piensa: "Nada nuevo. La misma retroalimentación que he escuchado antes", y luego dice: "Tengo mi manera de hacer las cosas y a algunas personas les gusta y a otras no".

Shakespeare nos muestra que no somos simplemente quienes decimos que somos, sino que estamos formados por muchas partes desconocidas y en conflicto. Al dotar a sus personajes de complejos mundos internos, Shakespeare nos invita al autodescubrimiento. No hay un solo Hamlet, sino varios. Después de enterarse del asesinato de su padre, descubre en monólogos que no puede soportar permanecer como está. Tan torturado él está por sus conflictos internos que considera los pro y los contra del suicidio.

Shakespeare nos muestra que, para cambiarnos a nosotros mismos, primero debemos descubrirnos a nosotros mismos y cómo se vería ese cambio. Al convertirse en rey, el joven Príncipe Hal, en "Enrique IV, Parte 2", evita a sus antiguos compañeros y comienza su transformación del príncipe prófugo al rey Enrique V, héroe de Agincourt.

Los lectores ven que el cambio consiste en moverse hacia las ansiedades que los desafíos externos provocan dentro de nosotros, antes que rehuirlas. Hamlet se enfrentó a su inercia y cobardía. Hal encaró su estilo de vida disoluto y abrazó una nueva identidad. Pero ambas transformaciones fueron posibles solo después de que los personajes estuvieran dispuestos a descubrir lo que había dentro de ellos.

Shakespeare nos enseña que, de cara a un mundo incierto, la autoconciencia –esa calidad de liderazgo tan alardeada– solo es digna de tal nombre cuando es reveladora. Y solo puede ser reveladora cuando admitimos que nos conocemos apenas parcialmente.

(Declan Fitzsimons es profesor adjunto de comportamiento organizacional en INSEAD).

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