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En las primeras horas del 7 de diciembre del 2.013, después de semanas de regateo, los representantes comerciales agotados se pusieron de pie para aplaudir. Se había llegado a un acuerdo sobre el primer acuerdo comercial en la historia de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Ya no podía ser acusada de ser apenas un taller de oratoria, paralizada por la búsqueda del consenso.
"Por primera vez en nuestra historia, el WTO ha cumplido realmente", dijo Roberto Azevêdo, el jefe del organismo comercial.
Hoy, ese acuerdo está tentadoramente cerca de entrar en vigor, necesitando sólo dos ratificaciones nacionales más. Chad, Jordania, Kuwait y Ruanda están compitiendo para llevarlo hasta la línea de llegada.
En teoría, el Acuerdo de Facilitación del Comercio (TFA, por sus siglas inglés) es un faro de esperanza en el panorama comercial. Los países ricos y pobres lo acordaron unánimemente. Si se aplicara plenamente, podría tener un impacto aún mayor que cortar todos los aranceles. Es un ejemplo de un acuerdo ganador / ganador, en el que la presión de los pares empuja a los gobiernos a hacer la vida más fácil y más próspera.
El acuerdo evita cortar los subsidios o derribar los aranceles y, en lugar de ello, ataca a la maraña de las barreras comerciales regulatorias. La burocracia es más dura en los países más pobres: en el África subsahariana los exportadores deben soportar casi 200 horas de inspecciones, reglamentos y trámites administrativos. Los países más ricos sólo deben enfrentar 15 horas.
El TFA supone superar esos obstáculos, por ejemplo, estableciendo estándares, racionalizando procesos y reduciendo los honorarios. Esto reduciría los costos comerciales hasta en un 15% en los países más pobres. También impone una mayor transparencia, porque el crecimiento impulsado por las exportaciones es difícil si la gente no sabe cómo exportar. Un estudio realizado por Evdokia Moïsé y Silvia Sorescu, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), sugirió que una mejor información por sí misma podría reducir los costos comerciales en un 1,7% en los países de bajos ingresos.
Sin embargo, retrocediendo un poco, el TFA parece bastante desaliñado. Se levantó de las cenizas de la Ronda de Doha, el último gran intento de un acuerdo comercial mundial, como el tema menos controvertido. Los grandes acuerdos comerciales, nunca destacados en las agendas de los gobiernos, en las últimas décadas han apuntado más a bloquear la práctica existente que a ganar nuevas concesiones importantes. El TFA refleja una ambición restringida, lo que quedó después de que se abandonaran los planes de acuerdos en áreas como la propiedad intelectual y el comercio de servicios.
Pero su inclusión "amigable" tiene un costo, por supuesto. Los países más pobres tienen flexibilidad sobre qué estándares pondrán inmediatamente en práctica, para lo cual necesitan tiempo y dinero. Algunas partes del acuerdo son exhortaciones y no reglas. La implementación puede ser lenta. Un estudio publicado en diciembre del 2016 señaló que, incluso cuando los acuerdos comerciales regionales incluyen disposiciones sobre facilitación del comercio, no siempre se ponen en práctica. Un comité supervisará la implementación, pero los especialistas no saben cuánta presión exactamente enfrentarán los gobiernos que no cumplan.
Ocho meses después de que Azevêdo triunfalmente saludara el éxito de la OMC en su primer acuerdo, la India casi lo arruinó, manteniéndolo como rehén por un argumento no relacionado sobre los subsidios agrícolas. Los expertos de la OMC todavía se retuercen recordándolo. Oportunamente, Estados Unidos lanzó una conciliación en un acuerdo paralelo.
Así, en la historia del Acuerdo de Facilitación de Comercio destaca la beligerancia de algunos gobiernos y, de manera alarmante para quienes siguen los pronunciamientos sobre el comercio de la nueva administración de Trump, la importancia del liderazgo estadounidense.