Andrew Ross Sorkin
Desde hace años, los empresarios han vivido con el miedo de estar en la mira del inversionista activista Carl Icahn.
Pero ahora viven con el temor de un tipo de activista diferente y más bien inesperado: el presidente Donald J. Trump.
Ahora que los ejecutivos de empresas de todo el mundo tratan de captar las implicaciones que tendrá el gobierno de Trump en sus negocios, parecen estar teniendo una reacción casi bipolar: la sensación de euforia porque las regulaciones y los impuestos pronto podrían reducirse –lo que probablemente incrementaría sus ganancias y sus salarios– pero, al mismo tiempo, cierta ansiedad de llegar a ser el blanco de las diatribas de Trump en Twitter, lo que podría acabar con su negocio e incluso con su carrera.
En los dos últimos meses, decenas de empresarios han hecho el peregrinaje a Trump Tower en Nueva York. El ritual implica tomarse la foto en el vestíbulo, frente a los elevadores dorados, y hacer que su nombre sea tuiteado apresuradamente por la muchedumbre de periodistas y curiosos que participan en este espectáculo.
Por ahora, la acción parece haberse desplazado a Washington DC. El 23 de enero llegó un grupo de ejecutivos –en el que iban Elon Musk de Tesla, Kevin Plank de Under Armour y Andrew Liveris de Dow Chemical– a las nueve de la mañana para asistir a una reunión en la Casa Blanca.
Según más de una docena de ejecutivos que han asistido, esta reunión, y otras similares, son consideradas por la clase ejecutiva no solo como una oportunidad de influir a su favor en las políticas, sino, quizá más importante, como una medida defensiva destinada a hacerse "amigos" del nuevo presidente para no incurrir en su ira posteriormente.
No se equivoquen: las empresas están haciendo cambios –o, al menos, anuncios públicos– dirigidos (en parte o en su totalidad) a apelar a Trump o a apaciguarlo. Amazon anunció que iba a contratar cien mil empleados. Ford canceló sus planes de construir una planta en México y declaró que crearía 700 empleos en el país.
El 23 de enero, Foxconn, el fabricante chino del iPhone de Apple, anunció que podría invertir 7.000 millones de dólares en Estados Unidos para construir una planta que emplearía a unas 50.000 personas.
La noticia que atrajo la atención en todo el mundo fue una evidente concesión hacia Trump. En muchos sentidos, la declaración de Foxconn fue vista como una protección contra la posibilidad de que el nuevo presidente –que ha amenazado con iniciar una guerra comercial con China y ha criticado a Apple por fabricar su iPhone en el extranjero– quiera ejercer más presión en la empresa.
Jack Ma, el fundador de Alibaba, visitó a Trump hace dos semanas y anunció planes de construir una plataforma en línea que, aseguró, crearía un millón de empleos en el Oeste Medio para agricultores y pequeños negocios que quieran exportar productos a China. Los planes de esta plataforma estaban en la mesa de trabajo desde antes de la elección de Trump pero claramente ayudó a quedar bien con él, que se llevó a Ma a posar para la foto en el vestíbulo de Trump Tower.
Y al parecer, Masayoshi Son, jefe de SoftBank, sirvió de pieza de utilería para Trump, cuando anunció en diciembre que planeaba invertir 50.000 millones de dólares en Estados Unidos. Eso, pese a que más de un mes antes ya había anunciado sus planes de iniciar un fondo por 100.000 millones de dólares, y se esperaba que gran parte de ese dinero fuera a gastarse en Estados Unidos.
"Tengo la extraña sensación de que Amazon y muchas otras empresas no quieren irritar a Trump", observó Tim Bajarin, presidente de la firma de consultoría Creative Strategies Inc. en un ensayo de Recode. "Lo que él dice y hace desde su 'púlpito de abusador' podría dañarlas mientras él esté en el poder".
Icahn, amigo y simpatizante de Trump, que recientemente fue nombrado asesor especial de regulación, declaró en entrevista telefónica: "Tiene razón al decir que mi relación con las empresas es en cierta forma análoga a la relación de Trump con los jefes de empresa".
"Si se están aprovechando del sistema, entonces sí deben de estar asustados", advirtió Icahn refiriéndose a las empresas. "Recuerden que muchos de los tipos a los que yo ataqué se lo merecían; pero en muchos casos, yo compré acciones en empresas cuya administración me gustaba y las ayudé a hacer que se hicieran las cosas cuando la junta directiva era recalcitrante".
"Va a ser un camino accidentado", agregó Icahn. "Pero a largo plazo vamos a hacer un excelente trabajo con el país".
Aunque algunos ejecutivos pueden estar concentrados en la óptica de su negocio en relación con Trump, Laurence D. Fink, presidente y director general de BlackRock, el administrador de dinero más grande del mundo –que maneja un patrimonio de más de 5 billones de dólares–, advierte que cada empresa debe de reconsiderar su estrategia.
"Creemos que es imperativo que las empresas entiendan estos cambios y adapten su estrategia según sea necesario", señaló Fink en una carta que va a enviar a los ejecutivos de las principales compañías cotizadas en bolsa del país. "No solo después de un año como el 2016, sino como parte de un proceso constante de comprender el ambiente en el que operamos".
"Estaremos viendo cómo refleja y reconoce su marco de trabajo el impacto de los cambios del año pasado en el ambiente global", agregó Fink. "Cómo han impactado su estrategia esos cambios y cómo planean ustedes dar el giro, si es necesario, a la luz del nuevo mundo en el que estarán operando".
Uno de los grandes temas al que probablemente se enfrenten las empresas –y al que Trump podría enfrentarse por ellas si no tienen suerte– es cómo se usaría el dinero traído del exterior si se aprueban las reformas fiscales en Washington. Trump ha hecho de la creación de empleos la base de su presidencia. Empero, muchos empresarios ya han dicho que si pudieran repatriar dinero a una tasa impositiva baja, lo dedicarían a comprar sus propias acciones y a las fusiones y adquisiciones. (BlackRock señaló que "el valor de los dividendos y las recompras de las empresas de S&P 500 excedió el beneficio operativo de esas empresas en el periodo de doce meses concluido en el tercer trimestre del 2016.)
Fink advirtió que él también estaba observando. "Si la reforma impositiva contempla cierta forma de gravamen reducido por la repatriación de capital atrapado en el extranjero, BlackRock va a examinar el marco estratégico de las empresas para que le expliquen si van a traer su dinero de vuelta a Estados Unidos. Y si ese fuera el caso, para que digan cómo piensan utilizarlo. ¿Se destinará simplemente a recomprar más acciones? ¿O será parte de un plan de capital que reparta debidamente el capital regresado entre los accionistas y la inversión prudente para el crecimiento futuro?".
Entre Trump y los inversionistas, los empresarios podrían estar más acorralados que nunca en su oficina al tratar de ajustarse a la nueva realidad.
Adam Grant, profesor de administración y psicología en la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania, señala que los estudiosos de la conducta tienen un término que se aplica a lo que los empresarios piensan de Trump: "relación ambivalente".
Parece bastante adecuado.