Por Pablo Noé
Director periodístico La Nación TV
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Denuncia de un grave hecho de corrupción. Documentos respaldan el caso, evidenciando un multimillonario despilfarro de recursos del Estado, destinados para el bien común, pero que habrían sido dilapidados, con una miserable manipulación de por medio, para favorecer a empresas fantasmas que pertenecerían a miembros de la directiva del organismo. Es tan grotesca la situación descrita, con respaldo documental, que parece impensable que no exista conocimiento de la cúpula central, que por complicidad u omisión tendría responsabilidad en el caso.
Acto seguido, otros integrantes del ente realizan una histórica manifestación cuestionando la mancha enorme para la credibilidad de la institución a la que entregan –literalmente– su vida, sin pedir nada a cambio. Horas de esfuerzo, años de servicio, se ven empañados por el accionar de un pequeño grupo que en lugar de mantener la honorabilidad la trayectoria en la sociedad, en un acto tan grotesco, pone en jaque toda una vida de entrega desinteresada hacia los más necesitados.
La Justicia, actúa como corresponde, toma los documentos, e imputa a los sospechados. Todo parece encaminarse para que, prensa de por medio, se deslinden responsabilidades, se desplace de sus cargos a los culpables y se restaure el orden dentro de una institución que siempre fue objeto de admiración y respeto por parte de propios y extraños.
Sin embargo, las llamas del incendio se fueron apagando lentamente y la vorágine de los hechos cotidianos fueron desplazando el tema hacia el olvido. Los implicados siguen pendientes, pero los ojos de la ciudadanía se desplazaron hacia otros hechos que también indignan. La calma parece apoderarse del caso, hasta que por una resolución interna, a cargo de quienes están investigados, se separa del organismo a los que serían los responsables de la denuncia. Como el reino del revés, quienes pelearon por la transparencia, por la dignidad, por la honestidad, son degradados de sus cargos. Las excusas para esta decisión no son trascendentes, puesto que todo está al servicio de los que defienden la impunidad.
Si hacemos una rápida revisión de la forma en la que se administran recursos, la manera en la que ciertas claques se eternizan en el poder, podemos ver que lo que sucede en la administración de recursos del Estado no es más que una réplica de lo que ocurre en pequeños grupos en donde el concepto del ejercicio del poder está totalmente tergiversado.
Este caso, contado de manera genérica podría ocurrir en cualquier institución pública, organización no gubernamental, cooperativa, comisión vecinal, club u otro ente dentro de una sociedad que percibe de manera peculiar la construcción de la misma. Porque sin agregarle protagonistas, el grado de involucramiento en el hecho es selectivo. Si los protagonistas pertenecen a partidos políticos, la indignación puede llevarnos a las calles. Si es un grupo, que no está vinculado a los círculos de poder político, el compromiso aparenta menor, y es hasta descartable.
Lo fácil siempre es mirar el accionar de la élite política para descargar toda nuestra rabia hacia ellos. Es cierto, los méritos que hacen son suficientes para ser motivo de esta avalancha de críticas. Sin embargo, los defectos de una sociedad que urge otro tipo de manejos no se limitan al andar politiquero y sus consecuencias.
Si hacemos una rápida revisión de la forma en la que se administran recursos, la manera en la que ciertas claques se eternizan en el poder, podemos ver que lo que sucede en la administración de recursos del Estado no es más que una réplica de lo que ocurre en pequeños grupos en donde el concepto del ejercicio del poder está totalmente tergiversado. Los encargados se apoderan del control de la lapicera y no la terminan de soltar.
La diferencia debe marcar el control social, que ya de por sí es mínimo en los encargados del poder, y que es nula para los responsables de organizaciones que dilapidan recursos estatales que están destinados al bien común. En todos los casos, el inicio del proceso de cambio está en la gente, que debe entender que la corrupción no hace distinción de colores ni ideologías políticas.