En la ciudad lituana de Panevezys, una nueva y reluciente fábrica, construida por Devold, un fabricante noruego de ropas, ocupa solitaria la zona franca local. La fábrica no puede llenar 40 de sus puestos de trabajo, un octavo del total.
Eso no es porque los trabajadores en Panevezys sean demasiado exigentes, sino porque ahí hay cada vez menos mano de obra disponible. Actualmente, hay casi la mitad de los estudiantes en las escuelas del municipio que hace una década, dijo el intendente.
Circunstancias como estas son cada vez más comunes en toda Europa central y oriental, donde las tasas de natalidad son bajas y las tasas de emigración altas. Los países ex comunistas que se unieron a la Unión Europea después del 2004 soñaron con transformarse rápidamente en Alemania o Gran Bretaña. En cambio, muchos de sus trabajadores simplemente emigraron al país germano o al Reino Unido. La población en edad laboral en Letonia ha disminuido en un cuarto desde el 2000 y un tercio de los que se graduaron de la universidad entre el 2002 y el 2009 habían emigrado en el 2014. Las encuestas de estudiantes de medicina de Bulgaria demuestran que hasta el 90% planea emigrar después de graduarse.
La pérdida de trabajadores en Lituania es costosa, dijo el economista Stasys Jakeliunas. Las remesas del exterior y el dinero de la Unión Europea para mejoras de infraestructura ayudaron, pero la escasez de mano de obra desalienta la inversión externa y perjudica el crecimiento económico. De acuerdo al Fondo Monetario Internacional, en algunos países de Europa Oriental la emigración devoró de 0,6 a 0,9 puntos porcentuales del crecimiento anual del IPB entre 1999 y el 2014. Para el 2030, el PIB per cápita en Bulgaria, Rumania y algunos de los países bálticos puede ser del 3% al 4% inferior a lo que habría sido sin la emigración.
Todo esto pone en peligro las finanzas públicas. Las pensiones, que absorben alrededor de la mitad del gasto social en Europa Oriental, son la mayor preocupación. En el 2013, Letonia tenía 3,3 adultos en edad de trabajar por cada persona mayor de 65 años, aproximadamente igual a Gran Bretaña y Francia. En el 2030, se prevé que caiga a poco más de dos, un nivel que Gran Bretaña y Francia no alcanzarán hasta el 2060. Los países están aumentando la edad de jubilación –aparte de Polonia, que la está bajando imprudentemente–. Los beneficios ya son escasos, dejando poco espacio para los cortes. Como porcentaje del PIB, el gasto social en Bulgaria, Rumania y los países bálticos es aproximadamente la mitad de lo que se registra en muchos países europeos más ricos.
Incapaz de disuadir a la gente de emigrar, los gobiernos están tratando de atraerlos, inspirados en los esfuerzos exitosos en Irlanda y Corea del Sur. Daumantas Simenas, director de proyectos de la zona franca de Panevezys, acredita su regreso de Gran Bretaña al país mediante el programa "Crear para Lituania", que combina profesionales educados de la diáspora con empleos gubernamentales. Tener un trabajo ya asegurado hizo que la decisión de volver fuese más fácil, añadió. Además, agregó, "el hogar es el hogar".
Si tales esfuerzos pueden llegar a cambiar la marea de la emigración está en duda. "Crear para Lituania" trajo de regreso a más de 100 personas desde su lanzamiento hace cinco años, remarcó Milda Darguzaite, que comenzó el programa después de dejar una carrera de banca de inversión en los Estados Unidos por un puesto del gobierno en Vilnius. Los repatriados incluyen un diputado, un intendente adjunto y varios asesores del primer ministro.
Recuperar a médicos e ingenieros, sin embargo, es más complicado. Los estudios demuestran que los trabajadores calificados de Europa del Este se sienten atraídos hacia el extranjero principalmente por la calidad de instituciones, tales como las buenas universidades, mientras que los mejores beneficios sociales importan más para los migrantes no cualificados. Los datos sobre la migración de retorno son escasos, pero un informe reciente del FMI sugiere que ha sido "modesto", en algunos países tan bajo como 5% de los que se fueron.
Las empresas se están adaptando a la escasez de mano de obra. En una reciente conferencia de negocios en Bulgaria, los empleadores dijeron que están teniendo que aumentar los salarios para atraer a los trabajadores de más y más lejos. En Bulgaria y los países bálticos, los salarios han crecido más rápido que la productividad de los últimos cinco años, lo que hace que las exportaciones sean menos competitivas.
Eso puede cambiar. Los altos costos laborales están presionando a las compañías para que se automaticen, expresó Rokas Grajauskas, economista del Danske Bank. En la planta de la fábrica en Devold, muchas tareas que alguna vez se hacían a mano, tales como cortar las telas en los moldes para los pullovers de invierno, ahora son ejecutadas por los robots.
Algunos países están apostando a otra solución: los inmigrantes de los vecinos más pobres. La población de Estonia aumentó en el 2016 por segundo año consecutivo, gracias a los recién llegados de Ucrania, Belarús y Rusia, después de caer de manera constante durante los años noventa.
Sin embargo, la inmigración no puede detener la fuga de cerebros. Casi todos los 400.000 ucranianos que obtuvieron los permisos de residencia en Polonia en el 2015 trabajan en la agricultura, en la construcción o en el servicio doméstico. Por el contrario, alrededor del 30% de los emigrados polacos tienen educación superior, aproximadamente el doble de la población general de Polonia.
Para aquellos que abandonan Europa Oriental, la libertad de vivir y trabajar donde uno elige es una inmensa bendición. Sin embargo, los países donde se criaron enfrentan un difícil desafío. Deben aprender cómo atraer y retener a nuevos trabajadores, o empeorar.