De The Economist

En la Biblia, siete años de festín fueron seguidos por siete años de hambre. Para los bancos han sido 10 años de vacas flacas. Los incumplimientos de pagos sobre los préstamos de riesgo empezaron a aumentar en febrero del 2007, causando casi el colapso de la industria en Estados Unidos y Europa. Luego hubo rescates de parte de los gobiernos y después años de postración ante los reguladores, despidos masivos y trimestre tras trimestre de malos resultados que dejaron decepcionados a los accionistas de los bancos.

Ahora, una década después, los prestamistas están preguntándose discretamente si el 2017 es el año en el cual su industria dará un giro.

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Durante los últimos seis meses, el índice FTSE de acciones de bancos globales ha aumentado en 24 por ciento. Los bancos estadounidenses encabezan el camino, con un aumento del 67 por ciento en el valor del Bank of America y del 39 por ciento en el de JP Morgan Chase. En Europa, el valor de mercado de BNP Paribas se ha elevado en 52 por ciento. En Japón, las acciones en el lerdo Mitsubishi UFJ Financial Group, el banco más grande del mundo rico por activos, se han comportado como las de una dinámica empresa emergente de internet, y han subido 57 por ciento.

Las predicciones sobre los rendimientos futuros de los bancos globales sobre el capital han dejado de caer, señalaron analistas de USB, un banco suizo.

Algunas de las mayores víctimas de la crisis financiera incluso están creciendo. El 20 de diciembre, Lloyds, rescatado por los contribuyentes británicos en el 2009 a un costo de 33.000 millones de dólares, anunció que compraría MBNA, una compañía de tarjetas de crédito, por 2.000 millones de dólares.

El entusiasmo se puede explicar por las tres R: réditos, regulación y rentabilidad. Consideremos primero los réditos, o tasas de interés. El desplome en las tasas ha sido terrible para los bancos. Entre el 2010 y 2015, el ingreso por intereses netos de los 100 bancos más grandes del mundo rico cayó en 100.000 millones de dólares, o alrededor de la mitad de las utilidades del 2010. En contraste, cuando aumentan las tasas en toda la economía, los bancos pueden ampliar los márgenes cobrando más a los deudores, mientras trasladan solo parte del beneficio de las tasas más altas a los depositantes.

Por tanto, los banqueros han estado observando el mercado de bonos con alegría apenas disimulada. Los réditos de los bonos gubernamentales a 10 años han aumentado en un punto porcentual en Estados Unidos, y en entre 0,30 y 0,64 puntos en las grandes economías de la zona del euro y Japón durante los últimos seis meses. Los inversionistas están hablando de una "reflación" inspirada por Trump. El presidente electo promete embarcarse en un auge de gasto público. En Alemania, la inflación, de 1.7 por ciento, está en su nivel más alto en tres años.

Los directores ejecutivos de los bancos también se sienten animados porque piensan que la regulación ha alcanzado su clímax. En Estados Unidos, es probable que el nuevo gobierno revoque la ley Dodd-Franck, una legislación de 848 páginas promulgada en el 2010, o presionen a los reguladores para que la apliquen menos celosamente. La fatiga de estar asestando golpes a los bancos parece haberse asentado entre el público.

Cierto, cuando los bancos se comportan mal, sigue habiendo una tormenta de indignación. John Stumpf, director ejecutivo de Wells Fargo, renunció en octubre después de que su banco admitió crear cuentas falsas. Sin embargo, muchas personas pueden ver que el poder se ha trasladado de la banca a la élite de la tecnología en California. La combinación de altos salarios, tendencias monopolistas y enormes utilidades que atrae el resentimiento populista ahora se encuentra más en Silicon Valley que en Wall Street o la City de Londres.

Los supervisores mundiales siguen preparando nuevas reglas, conocidas como "Basilea 4", pero es poco probable que demanden un gran aumento en el colchón de seguridad que la industria tiene en forma de capital. Los bancos más fuertes están indicando que desembolsarán más en dividendos y recompras, en vez de acumular aún más capital. Hoy, los 100 bancos principales del mundo rico desembolsan alrededor de 40 por ciento de sus utilidades.

Una tercera razón para el optimismo en las salas de consejo bancarias es la rentabilidad. El rendimiento sobre capital de la banca global ha regresado lentamente a un respetable 10 por ciento. Lo peor de las multas impuestas por los reguladores estadounidenses ha pasado. Hasta ahora, las empresas emergentes de la "fintech" que usan la tecnología para competir con los bancos del mundo rico no han conseguido mucha participación de mercado, mientras que los bancos han usado la tecnología para impulsar la eficiencia. También han mejorado en determinar cuáles de sus actividades crean valor después de hacer ajustes para el riesgo y el capital que comprometen. Barclays, antes conocido por sus recortes de presupuesto, dice que puede calcular el rendimiento sobre el capital generado por cada uno de sus clientes comerciales. Está deshaciéndose de 7.000 de ellos.

Dado el estado de ánimo embelesado, el gran peligro empieza con la C de "complacencia". Los reguladores creen que los bancos ahora representan menos una amenaza para los contribuyentes. Los prestamistas estadounidenses tienen 1,2 billones de dólares de capital principal, más del doble de lo que tenían en el 2007. Citigroup, el banco más sistémicamente importante en ser rescatado, ahora tiene tres veces más capital que sus pérdidas acumulativas en el 2008-2010. Los colchones de capital de los bancos europeos han aumentado en 50 por ciento desde el 2007, a 1,5 billones de dólares.

Sin embargo, sigue habiendo muchos bancos débiles que pudieran causar el caos. Deutsche Bank, varios prestamistas italianos y los dos monstruos hipotecarios estadounidenses operados por el Estado, Fannie Mae y Freddie Mac, son ejemplos de ellos. Los megabancos quizá simplemente sean demasiado grandes para que los controle cualquier mortal. Por cada dólar de activos que administra Jeff Immelt de General Electric, Jamie Dimon en JP Morgan Chase supervisa 5 dólares.

Además, los bancos aún carecen de un plan postcrisis más allá de reducir costos. Pese a sus acciones al alza, la mayoría están valuados en alrededor del nivel que alcanzarían si sus activos fueran liquidados, lo cual difícilmente indica optimismo sobre sus perspectivas. Antes de la crisis, inflaron sus utilidades ampliándose en formas poco sanas. Capturaron ingresos gracias a garantías estatales, crearon incluso más capas de deuda en relación con el PIB e impulsaron sus hojas de balance por medio del fuerte sobreendeudamiento. Han revertido gran parte de esta expansión durante la última década, pero esa estrategia no puede continuar por siempre.

En el 2017, los bancos necesitarán articular una nueva misión de crecimiento y demostrar que pueden ampliar las utilidades sin provocar la indignación pública o una reacción regulatoria. Un área de promesa es la campaña para elevar la productividad del mundo rico. Eso impulsaría ampliamente a las economías, y sus propias utilidades. Hay mucho que los bancos pudieran hacer: otorgar más crédito a las empresas jóvenes, mejorar los sistemas de pagos de manera que una proporción más alta de empresas medianas puedan involucrarse en el comercio electrónico transfronterizo y aprovechar la tecnología para hacer a la banca tan barata y fácil de usar como una aplicación de smartphone.

Los jefes bancarios progresistas ya están enfatizando esos objetivos. Si pudieran alcanzarlos durante la próxima década, incluso podrían hacer realidad un cuarta R: redención.

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