Por Pablo Noé
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La sociedad globalizada construyó un paradigma para el que ninguno de los que estamos encargados de encabezar los compromisos sociales estamos preparados. Porque no fuimos educados para comprender las peripecias del mundo digital, virtual o como quiera denominarse a esta construcción social que se edifica de manera paralela a nuestras existencias terrenales y a la que tanta atención le damos, mucho más de lo que verdaderamente merece.
El acceso a la información democratizó el conocimiento poniéndolo al alcance de una masa que de otra manera no hubiera tenido acceso a datos que son esenciales para su desarrollo personal. El impacto es enorme y la normalización de este proceso no tiene otra lógica que la misma que la de la selva, adaptarse para sobrevivir y el que triunfa es el más fuerte; es decir, aquel que tuvo los mejores elementos para adaptarse a la nueva forma de existencia.
La brecha es real y en situaciones concretas se agiganta. El primer lugar en donde se siente es la casa, en donde ya la distancia es grande entre padres e hijos y ésta se profundiza más aún cuando en el proceso de formación integral también intervienen abuelos y otras personas que provienen de una concepción de sociedad que ya forma parte de la historia, sin televisión y medios masivos como un factor determinante en su día a día.
El siguiente espacio afectado es el aula, porque los contenidos que plantean en los planes educativos son absolutamente obsoletos en comparación a la manera que niños y jóvenes, nativos digitales, están acostumbrados a incorporar los datos a sus vidas. La figura del maestro está en cuestionamiento constante, porque el docente es el representante tangible de ese mundo que debe defender para educar, pero que ya es desechado por esta generación que entiende y siente la sociedad de una manera radicalmente distinta.
Como derivación directa de estos espacios que se ven afectadas las relaciones interpersonales, que también tienen otra manera de ser entendidas. Los grupos de Whatsapp, quizá el emblema más significativo de este mundo actual, son las nuevas rondas de tereré para compartir información y sentimientos con seres cercanos, sin el tradicional bebida y los intercambios cara a cara, tan necesarios para el ser humano.
La prensa y periodistas también nos vemos afectados por esta nueva construcción de acceso a la información y opinión. En primer lugar porque despojó el pedestal que creíamos tener al ser los primeros en tener alcance a cierto tipo de datos y fuentes. La interacción con autoridades, denunciantes y público en general está al alcance de todos, todo el tiempo y desde cualquier plataforma.
El acceso a la información democratizó el conocimiento poniéndolo al alcance de una masa que de otra manera no hubiera tenido acceso a datos que son esenciales para su desarrollo personal. El impacto es enorme y la normalización de este proceso no tiene otra lógica que la misma que la de la selva, adaptarse para sobrevivir y el que triunfa es el más fuerte; es decir, aquel que tuvo los mejores elementos para adaptarse a la nueva forma de existencia.
Sin embargo, a pesar de este escenario tan claro, persistimos en el viejo vicio de considerar que el rol del periodista nos brinda cierto tipo de privilegios, cuando en realidad lo único que tenemos es mayor exposición pública de nuestro trabajo. Seguimos empleando las nuevas plataformas como sitios para resaltar nuestras figuras, poniendo la carreta delante del burro, o sea, nuestra presencia por encima de la información. Despreciamos la opinión de la gente, considerando que son una masa amorfa y acrítica, movida por intereses sectoriales, cuando en realidad el público es cada vez más crítico y puntilloso en el trabajo que hacemos.
Nuestra preocupación principal pasa por conseguir voces que ratifiquen nuestro pensamiento, engrosando una agenda que consideramos es la prioridad nacional, cuando en verdad la gente, aquella informada y crítica, muchas veces tiene otro tipo de prioridades, muy alejadas a lo que solamente nosotros creemos es lo que importa. Estamos convencidos que las grandes figuras se erigen en las redes sociales, olvidando que el periodismo se ejerce en los medios, con información confiable, y no se sostiene con poses que solo ayudan a elevar egos.
La globalización de la información despedazó la audiencia en mil partes y destrozó el carné de privilegios que considerábamos éramos portadores los trabajadores de la prensa. El proceso comunicativo mutó definitivamente y nos interpela a otro tipo de desempeños, mirando las nuevas herramientas, analizando lo que pasa en el país, y dejando de lado el espejo. El desafío es real y en todos los ámbitos debemos trabajar para acomodarnos a este nuevo mundo. El que lo hace ganará la batalla más importante.