Univisión-deportes. Mex.

Ver a Miguel Samudio en su constante ida y vuelta por el carril izquierdo fue un espectáculo tan asombroso como frustrante: el guaraní no logró alzar servicios verdaderamente peligrosos y su fuerte no es que digamos la gambeta ni la picardía. Incluso tuvo una frente a Nahuel Guzmán y su remate salió machucado.

Nadie puede negar que Pablo Aguilar y Bruno Valdez son bravos zagueros que van bien arriba para rechazar centros del enemigo o para definir en momentos importantes a la salida de los tiros de esquina a favor. Aguilar desde su llegada a Coapa es el mejor goleador americanista, solo después de Oribe Peralta y recordemos que Valdez emparejó la final en el Estadio Azteca.

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Si por "paraguayización" entendemos los atributos que definen a los futbolistas de Paraguay (coraje, fortaleza física, juego simple y sacrificio defensivo), incluso podríamos decir que Paolo Göltz y Silvio Romero son más paraguayos que argentinos. El punto es que el América se está volviendo fuerte en unos rubros pero débil en otros.

Y esos otros rubros son igualmente importantes: la asociación, la técnica con la pelota en los pies, la capacidad para tenerla y no regalarla con un pase errado. Se trata de ese muy usado concepto del "volumen de juego" o del "tiki-taka". De un tiempo acá hay a quienes les duelen los ojos viendo a los azulcremas fallar en el básico abecé del fútbol.

Para el Lavolpismo es imprescindible el buen toque de balón. Jugadores técnicos como Pável Pardo, "El Chato" Rodríguez, o el chileno Fabián Estay fueron las piedras angulares de los esquemas lavolpistas de toda la vida. Es más, Pardo y Estay fueron incluso jugadores azulcremas, pues en el ADN del América también se halla el gen del buen fútbol.

La "paraguayización" del América no es algo malo. Lo que está mal es la excesiva "paraguayización" del América. Los equipos grandes deben tener jugadores complementarios: para cada Modric hay un Pepe, para cada Messi hay un Mascherano.

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