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Cuando empezó el 2016, la economía que más preocupaba a los inversionistas era la de China. Los recuerdos de una enorme crisis de los mercados bursátiles seguían frescos. El capital estaba saliendo del país mientras los ahorradores anticipaban una devaluación del yuan. Al final, sin embargo, otros países ofrecieron los grandes disgustos del año.
En algunos aspectos, la economía china es más fuerte hoy de lo que ha sido durante un par de años. Los precios al productor, atrapados en la deflación durante 54 meses consecutivos, finalmente están elevándose. Las utilidades corporativas están subiendo. Las promesas de reducir la capacidad excesiva de carbón y acero, y de reducir el exceso de viviendas sin vender, han rendido frutos. Después de tres trimestres consecutivos de un crecimiento anual de 6,7 por ciento, los economistas están convergiendo en torno –adivine– un 6,7 por ciento en sus predicciones para el último trimestre del 2016.
Sin embargo, esta estabilidad externa es engañosa. Los riesgos merodean tanto fuera de las fronteras de China como dentro de ellas. Si no cambia su actitud hacia la reforma, el Reino Medio pronto pudiera estar muy presente en la mente de los inversionistas de nuevo.
Una fuente de ansiedad obvia es el potencial para una guerra comercial. Mucho depende de lo que haga el presidente electo Donald Trump cuando asuma el cargo en enero. Sin embargo, las tensiones ya están aumentando. China había esperado obtener el estatus de economía de mercado en diciembre, 15 años después de su ingreso a la Organización Mundial de Comercio, pero Occidente lo rechazó. Como China ve esto como una promesa rota, bien podría seguir un juego de proteccionismo de toma y daca.
Otro punto álgido es la moneda. Las expectativas de tasas de interés más altas en Estados Unidos han fortalecido al dólar, al cual el yuan está parcialmente vinculado. Mientras tanto, las empresas y los ciudadanos chinos quieren más activos extranjeros, haciendo bajar al yuan.
Una forma en que el gobierno trata de hacer gradual la declinación es con los controles de capital. Sin embargo, eso solo se suma a la percepción de que la depreciación es una apuesta unidireccional, que alimenta más flujos hacia el exterior. Además, estos controles, si persisten, socavarán la confianza en la economía, un disuasivo para la futura inversión.
Sume la afirmación actualizada de Trump de que China está debilitando al yuan para ayudar a sus exportadores, y el gobierno está en un apuro: la receta macroeconómica correcta hace que se corra el riesgo de una guerra comercial.
Aun cuando las relaciones comerciales de China permanezcan en calma, su economía interna sufre de enormes problemas sin resolver. Pese a una promesa del gobierno, el país no ha iniciado el desapalancamiento. Una combinación de políticas –notablemente, permitir que los gobiernos locales intercambien préstamos por bonos _ ha hecho a las deudas más sostenibles, pero siguen creciendo dos veces más rápidamente que el PIB nominal. La deuda total debería alcanzar casi 300 por ciento del PIB en el 2017, una cifra sin precedentes para un país del nivel de ingresos de China. Preocupado por la efervescencia en el mercado de bonos, el banco central recientemente restringió la liquidez a corto plazo. Sin embargo, cuando las compañías más pequeñas empezaron a sufrir, discretamente ordenó que los grandes bancos les prestaran.
Por último, los bienes raíces son una fuente de preocupación recurrente. China impone una desconcertante variedad de restricciones que determinan quién puede comprar casas dónde y con qué tipo de hipoteca. Los líderes del país expresaron su intención sucintamente cuando delinearon sus planes para el 2017: no debería haber "grandes alzas y bajas" en el mercado inmobiliario.
No obstante, la microadministración ha conducido a una oferta insuficiente crónica de casas y por tanto a precios de burbuja en las grandes ciudades, donde el crecimiento es más fuerte, y a un exceso en las ciudades más pequeñas y más débiles. Si China atendiera a las señales de los precios, permitiría que el mercado inmobiliario se ajustara para adaptarse a la población. En vez de ello, quiere ajustar la población para que se adapte al mercado inmobiliario, sacando a las personas –típicamente a las de bajos ingresos– de las grandes ciudades.
Estos trueques son endiabladamente difíciles de manejar, y el gobierno está incluso menos dispuesto a correr riesgos que lo común. En el otoño del 2017, el Partido Comunista se reunirá para una gran conferencia quinquenal, en la cual se espera que el presidente Xi Jinping consolide su dominio del poder. Antes de esa fecha, nadie en Pekín quiere correr el riesgo de reformas que arruinen la ocasión si fracasaran.
Sin embargo, la búsqueda de la estabilidad económica a menudo siembra las semillas de su propio deceso. En el proceso de hacer frente a Estados Unidos, los aumentos graduales han acumulado problemas: ahora ceder ante el mercado y dejar caer al yuan podría apresurar una guerra comercial. Si los funcionarios realmente desearan desacelerar el crecimiento del crédito, la economía pronto lo sentiría. ¿Quién se atrevería a arriesgarse a eso cuando Xi quiere que el crecimiento permanezca en alrededor de 6,5 por ciento?
A los inversionistas quizá les guste la apariencia de estabilidad. Para evitar una crisis mañana, sin embargo, China debe aceptar las sacudidas hoy.