Por Alex Noguera

Periodista

En la ciudad, cuando miramos hacia adelante vemos la calle, los autos, la gente. Ese es nuestro nivel. No llegamos más allá; sin embargo, si subimos al techo de la casa podemos ver la fila de coches que se forma buscando el verde del semáforo o el hormiguero de gente que pulula a cinco o seis cuadras. Nos sentimos superiores porque nuestra visión llega más lejos. Ni qué decir si subiéramos el ascensor y accediéramos a la terraza de un edificio de 40 o más pisos. Nos daría miedo la desacostumbrada perspectiva, el fuerte viento que nos hace dudar acerca de nuestra seguridad, pero el rango de visibilidad no se compara con estar en la vereda o sobre la casa.

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La introducción vale porque para reflexionar sobre la siguiente cuestión debemos empezar desde abajo, desde el asfalto. Y es que desde allí nuestro ángulo de análisis nos permite ver el desenfreno de los asaltos, los motochorros, los reclamos sociales. Incluso con sorpresa vemos cómo algunos de quienes deberían proteger al conglomerado social se aprovechan de su situación para sacar ventajas de forma egoísta. Unos explican este hecho diciendo que en el mundo siempre los avivados tuvieron un mejor pasar que el de los menos despiertos. Sin embargo, no creo que eso explique nada, y tal vez deberíamos subir al techo de la casa para ver de forma diferente.

¿Que tal si en realidad el avivado no obtiene sus ganancias debido a su "talento", sino a que el menos despierto es quien se lo permite? Sería como una madre que le pregunta al hijo si ya estudió para el examen de mañana. Ella sabe bien que su niño ha desperdiciado el tiempo viendo la tele, jugando fútbol, durmiendo. Pero la respuesta es sí, ya estudié. Ella calla. El niño avivado cree que engañó a la mamá, pero ella sabe bien cuál es la verdad. La menos despierta le dio una oportunidad a su hijo para que este tome sus libros y se capacite. Pero él prefirió ser un avivado y no estudiar.

Si subimos al techo de la casa, vemos que en la sociedad hay demasiados niños avivados, no solo en la Policía, en el Congreso, incluso entre los que ejercen la medicina y la educación, entre los que imparten justicia y hasta entre los que dicen defender los derechos laborales de sus compañeros trabajadores y no negocian ventajas para ellos, sino para sí mismos.

Si el niño estudiara más y jugara menos fútbol; si el parlamentario viera el interés del país y no el de su bolsillo; si el médico apreciara más la vida y menos la cuota de su Mercedes-Benz; si el compañero fuera compañero y no dirigente, no haría falta que la mamá sienta un dolor en el corazón con el "sí, estudié". Estos niños no engañan a nadie. O sí, a ellos mismos. Se creen superiores y ni siquiera han dejado la vereda. No saben que desde el techo hay gente que los observa.

Pero subamos al ascensor y notaremos que el problema es más complejo que el observado desde el techo de la casa. Vemos que los motochorros ya no solo delinquen por un celular, sino que ni entienden lo que roban. Su mente está tan contaminada con drogas y frustración que no es el celular el objetivo, sino apretar el gatillo. Y no disparan al transeúnte indefenso, sino que en su nube de comprensión apuntan al sistema que los deja fuera del circuito de ganancia económica, fuera de la posibilidad de ser alguien, de formar una familia. Es que muchos avivados antes les robaron ese derecho a una oportunidad y hoy juzgan desde arriba a ellos que están abajo.

A los 33 años también él miró hacia abajo, pero no juzgó desde la cruz. A medianoche festejaremos su cumpleaños y todavía no entendimos el mensaje. Vimos tele, jugamos fútbol, pero no aprendimos la lección.

¿Imaginan el dolor de la madre del motochorro drogadicto y asesino que no tuvo oportunidad; es el mismo que el de la madre de la víctima que despide a su hijo, que yace inerte en el cajón fúnebre y el mismo que el de la madre que parió hace 2000 años.

En vísperas de la Navidad, deberíamos darnos la oportunidad de ir y estudiar un poco, apagar la tele, salir y mirar a la familia, preguntarnos si la merecemos realmente. ¿Estamos allí gracias al esfuerzo personal o porque nos aprovechamos de los menos despiertos? ¿O fueron ellos los que nos permitieron estar hoy donde estamos?

Navidad es nacimiento, tiempo de responder preguntas. ¿Estudiaste o vas a seguir mintiendo hasta que alguien te lo reclame? Tal vez ese alguien no sea tu madre, tal vez la pregunta no sea sobre una lección de colegio, sino una de vida, con tu semejante. Tal vez la pregunta venga de más arriba de la azotea del edificio más alto, del cielo, donde las cosas adquieren otra perspectiva. Tal vez no te den más la oportunidad de mentir.

Llega la Navidad.

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