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Para una cierta parte del liberalismo (*), el 2016 se presenta como una recriminación. Si usted cree en las economías y sociedades abiertas, donde se alienta el libre intercambio de bienes, capital, personas e ideas y donde las libertades universales están protegidas contra el abuso estatal por el Estado de Derecho, este ha sido un año de retrocesos, no solo por el Brexit y la elección de Donald Trump, sino también por la tragedia de Siria, abandonada a su sufrimiento, y en el amplio apoyo en Hungría, Polonia y otros países a la "democracia antiliberal".
A medida que la globalización se ha convertido en una "tontería", el nacionalismo y hasta el autoritarismo han florecido. En Turquía, el alivio por el fracaso de un golpe de Estado fue superado por las represalias salvajes y populistas.
En Filipinas, los ciudadanos eligieron a un presidente que no solo desplegó escuadrones de la muerte, sino que se jacta de jalar el gatillo. Mientras tanto, Rusia, que invadió la democracia occidental, y China, que la semana pasada intentó burlarse de Estados Unidos apoderándose de uno de sus drones marítimos, insisten en que el liberalismo es solo una cobertura para la expansión occidental.
Frente a esta letanía, muchos liberales del mercado libre han perdido la paciencia. Algunos han escrito epitafios para el orden liberal y han emitido advertencias sobre la amenaza a la democracia. Otros sostienen que, con un tímido ajuste a la ley de inmigración o una tarifa adicional, la vida simplemente volverá a la normalidad.Eso no va a ser suficiente.
La amarga cosecha del 2016 no ha destruido repentinamente la pretensión del liberalismo de ser la mejor manera de conferir dignidad y producir prosperidad y equidad. En lugar de esquivar la lucha de ideas, los liberales deben saborearla.En el último cuarto de siglo, fue demasiado fácil para el liberalismo. Su dominio tras el colapso del comunismo soviético degeneró en pereza y complacencia.
En medio de la creciente desigualdad, los "ganadores" de la sociedad se dijeron a sí mismos que vivían en una meritocracia y que su éxito era por lo tanto merecido. Los expertos reclutados para ayudar a dirigir grandes partes de la economía se deslumbraron con su propio brillo. Mientras tanto, la gente común a menudo veía a la riqueza como una cobertura o justificación para el privilegio y a la experiencia como un interés propio encubierto.
En un mundo en constante cambio, la disputa y el argumento son no solo inevitables sino bienvenidos, porque conducen a la renovación.Lo que es más, los liberales tienen algo que ofrecer a las sociedades que luchan contra el cambio. En el siglo XIX, como en la actualidad, las vías antiguas estaban siendo superadas por incesantes fuerzas tecnológicas, económicas, sociales y políticas. La gente anhelaba el orden.
La solución antiliberal era instalar a alguien con suficiente poder para dictar lo que era mejor, frenando el cambio si eran conservadores o aplastando la autoridad si eran revolucionarios. Se escuchan ecos de eso en llamadas a "recuperar el control", así como en los gritos de los autócratas que, convocando a un nacionalismo airado, prometen contener la marea cosmopolita.Los liberales tuvieron una respuesta diferente.
En lugar de concentrarse, el poder debe dispersarse, utilizando el imperio de la ley, los partidos políticos y los mercados competitivos. En lugar de poner a los ciudadanos al servicio de un poderoso Estado protector, esta marca de liberalismo ve a los individuos como los únicos capaces de elegir lo que es mejor para ellos mismos. En lugar de dirigir el mundo a través de la guerra y las luchas, los países deben abrazar el comercio y los tratados.Esas ideas se han impregnado en Occidente y, a pesar del coqueteo de Trump con el proteccionismo, probablemente perdurarán, pero solo si el liberalismo puede lidiar con su otro problema: la pérdida de la fe en el progreso.Los liberales creen que el cambio es bienvenido porque, en general, es para mejor.
Y efectivamente, pueden señalar cómo la pobreza global, la esperanza de vida, la oportunidad y la paz están mejorando, incluso con la lucha en el Medio Oriente. De hecho, para la mayoría de la gente en la Tierra, nunca ha habido un mejor momento para estar vivo.Grandes partes de Occidente, sin embargo, no lo ven así. Para ellos, el progreso es algo que le llega principalmente a otras personas. La riqueza no se propaga, las nuevas tecnologías destruyen empleos que nunca vuelven, una subclase está más allá de cualquier ayuda o la redención y otras culturas representan una amenaza, a veces violenta.Si es para prosperar, el liberalismo debe tener una respuesta también para los pesimistas. Durante estas décadas en el poder, sin embargo, las soluciones de los liberales han sido desalentadoras. En el siglo XIX, los reformadores liberales encontraron el cambio con la educación universal, un vasto programa de obras públicas y los primeros derechos laborales.
Luego, los ciudadanos obtuvieron el voto, el cuidado de la salud y una red de seguridad social. Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos construyó un orden liberal global, utilizando organismos como las Naciones Unidas y el Fondo Monetario Internacional para dar forma a su visión.Nada tan ambicioso como lo mencionado proviene de Occidente hoy.
Eso debe cambiar. Los liberales deben explorar las avenidas que la tecnología y las necesidades sociales abrirán. El poder podría ser transferido del Estado a las ciudades, que actúan como laboratorios para nuevas estrategias sociales. La política podría escapar al partidismo estéril a través de nuevas formas de democracia local.
El laberinto de impuestos y regulación podría reconstruirse racionalmente. La sociedad podría transformar la educación y el trabajo para que la "universidad" sea un lugar al cual usted retornará durante varias carreras en nuevas industrias. Las posibilidades son todavía inimaginables, pero un sistema liberal, en el que la creatividad individual, las preferencias y el emprendedorismo tengan plena expresión, es más probable que los aproveche más que cualquier otro.Después del 2016, ¿ese sueño todavía es posible? Hay que adoptar cierta perspectiva.El Brexit y la presidencia de Trump probablemente resultarán costosas y dañinas.
La mezcla actual de nacionalismo, corporativismo y descontento popular es explosiva.Sin embargo, el 2016 también representó una demanda de cambio. Nunca se debe olvidar la capacidad de los liberales para la reinvención. No se debe subestimar la capacidad de la gente, incluyendo incluso una administración de Trump y una Gran Bretaña post Brexit, para pensar e innovar la manera de salir del apuro.La tarea es aprovechar ese impulso inquieto, mientras se defienden la tolerancia y la apertura mental que son las piedras angulares de un mundo decente y liberal.
*Liberalismo: Doctrina política, económica y social, nacida a finales del siglo XVIII, que defiende la libertad del individuo y una intervención mínima del estado en la vida social y económica.