Por Pablo Noé

Director periodístico La Nación TV

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Es tiempo de balance, de reflexión; momento de hacer una revisión general de todo lo que fue el año en nuestro país. Sumada a esta sensación de estar finalizando un periodo importante, nos compenetramos con el espíritu navideño que reflota nuestros sentimientos más altruistas. Nos acordamos de los más necesitados, escribimos nuestros mejores deseos, intentamos demostrar lo bueno que somos, deseando un buen pasar para los más desvalidos y una Nochebuena más apacible, entregando alguna sidrita y regalos para que su momento sea mucho más acogedor.

Incluimos en nuestros brindis a aquellos que están injustamente privados de la libertad, a los que trabajan en el medio de la algarabía de las fiestas, a los enfermos, a todos aquellos que consideramos puedan ser merecedores de nuestra compasión. Tristemente hay que decirlo, actuamos como en épocas lejanas en las que se compraban indulgencias para obtener el boleto seguro a la salvación.

La vida tiene sus dificultades, y un cambio real en una sociedad con tantas carencias, como la que estamos sufriendo en el Paraguay, requiere de un esfuerzo constante para que el balance sea mucho más positivo. Por lo tanto el reto es más complicado de lo que aparenta a primera vista. Modificar la lacerante realidad en la que vivimos, conlleva un esfuerzo mucho, muchísimo más sustentable que simples palabras lindas, a las que se las lleva el viento, sin contemplaciones.

El punto es que no sirve, no alcanza, no basta solamente con las buenas intenciones. Debemos hacer algo más. Es fundamental que tomemos conciencia que para mejorar de forma efectiva la condición de un gran porcentaje de paraguayos que viven en la pobreza, debemos comenzar a trabajar en serio.

Deberíamos entender la realidad en la que subsisten miles de compatriotas. ¿Cómo hacen para sobrevivir con ingresos paupérrimos? El aire es gratis. El resto, no. ¿Cómo hacen para vivir con pocos recursos al mes? Solamente alcanza para picotear algo y engañar al estómago. Para lo demás ya no hay. Salud, educación, seguridad, proyección de vida, nada. Repito, no alcanza para nada con buenos deseos. No sirve dar lo que nos sobra para que pasen un día mejor y después librarlos al azar.

¿De qué otra forma se puede entender que la inseguridad se siga apoderando de las calles de nuestro país? Esta es la punta del ovillo de una enmarañada trama que tiene componentes vinculados, como la falta de empleo, las falencias educativas, la exclusión social, la expulsión de compatriotas del campo para engrosar los cinturones de pobreza de las principales ciudades del país, la corrupción, la impunidad, el exilio económico, entre otras.

Este monstruo tiene dos cabezas. Las dos muestran autonomía de accionar y funcionamiento propio. Viven juntas, se conocen, y aunque debieran rivalizar, conviven sin mayores dramas: La apatía ciudadana y la politiquería extrema. En ambos casos podríamos encontrar el génesis de todos los inconvenientes que sufrimos diariamente. No se puede pensar en un país desarrollado sin dirigentes mejores. Tampoco se puede esbozar ningún avance sin un involucramiento serio de toda la sociedad en este proceso.

El camino es duro, largo, lleno de sinsabores. No obstante, es el único que puede garantizar un salto cualitativo que pueda ser sustentable en el tiempo. El rol de los ciudadanos de nuestro país es fundamental para que tomemos conciencia de nuestro compromiso social, y empecemos a remangarnos para comenzar a revertir esta historia.

De lo contrario, podremos seguir en los días previos a la Navidad acordándonos de los pobres, regalándole nuestras sobras y pensar que nuestra conciencia así está limpia y nuestro camino al paraíso está garantizado. Les puedo asegurar que el día en el que utilicen el ticket que están comprando con minúsculas cuotas, se van a llevar la sorpresa de su vida. O de su muerte. Así de sencillo.

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