Por Pablo Noé

Director periodístico La Nación TV

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El fútbol es una pasión universal, esa es una realidad innegable. Millones de personas alrededor del mundo siguen expectantes los infinitos encuentros, en donde la descripción de 22 hombres tras un balón queda extremadamente corta. También es insuficiente hablar de este juego sin mencionar los miles de millones de dólares que se mueven atrás de, lo que finalmente es, un negocio altamente lucrativo.

Las grandes estructuras mundiales, que se rigen bajo el mandato de la Federación Internacional de Fútbol Asociado, delimitan su dimensión profesional. Con la fuerza que tiene este deporte en el mundo, reducir la influencia al plano estrictamente rentado es olvidar los escenarios quizá más emotivos, los amateur. Aquel partido so'o que se disputa en cada esquina en donde los protagonistas visten como Messi o Cristiano, pero que en porte y talento están a años luz de su desempeño. Eso no le resta pasión a los encuentros que con garra y esfuerzo se desarrollan en una infinidad de terrenos de todo tipo.

En esas canchitas, las diferencias con la actividad profesional se agigantan. Se anulan las exigencias de la vestimenta, los futbolistas pueden ir con casacas diferentes, jugar descalzos, el balón puede estar en pésimas condiciones, y no necesariamente tiene que estar presente un árbitro. Las dimensiones del escenario son aleatorias y la composición de los equipos está en directa relación a valores medidos en ese momento, como la cantidad de participantes, su capacidad física y las condiciones del tiempo.

Las reglas se negocian previo a cada encuentro, entonces, el offside desaparece, los saques de costado se pueden realizar con los pies, el tiempo de disputa es aleatorio, e incluso los partidos pueden finalizar al llegar a cierta cantidad de goles. Al no existir una "autoridad" que juzgue los instantes polémicos, en nuestras canchitas se establecieron una serie de normas de cumplimiento azaroso que son pactadas previamente, sin mirar el manual de reglas de la FIFA. Algunas son:

Pido mano: cuando el balón se encuentra en una posición poco disputable, el jugador expresa ese pedido en alta voz para alertar al contrincante que hará uso de las manos para destrabar la jugada.

Penal o gol: cuando en plena disputa del balón se produce una falta que pudo haber derivado en un tanto, se discute la existencia de la irregularidad y finalmente se propone esta disyuntiva para dirimir el altercado.

Tres tiros de esquina, penal: una de las normas más raras que se estableció por acuerdo colectivo y que no tiene mucha lógica pero que se utiliza como estrategia para vencer la portería adversaria.

Tiempo: aunque esta versión se observa con mayor frecuencia en los campos profesionales; desde tiempos inmemoriales, ante cualquier lesión de un improvisado atleta, el grito de tiempo se utiliza para detener cualquier jugada, lo que en ocasiones deriva en fuertes disputas por el uso antirreglamentario de esta maña.

Como regla no escrita casi invariable, gran parte de los encuentros de estas características terminan en bodegas y despensas del barrio, en donde se brinda por la victoria o se lamenta el fracaso. Una serie que se repite infinitamente porque el fútbol capta las emociones y principalmente porque la idea es pasar bien en buena compañía. La excusa es jugar fútbol, aunque este fútbol no sea exactamente aquel deporte que vemos por televisión.

Esta descripción de los partidos amistosos sin que importen las verdaderas reglas de juego recuerda mucho a nuestra política criolla. Aquella, en donde las leyes establecidas previamente en la propia Constitución Nacional pueden ser violentadas para que la diversión continúe entre los amigos. En donde los árbitros no existen y la norma se cambia de acuerdo al antojo de los jugadores. En donde los participantes son totalmente informales y el resultado de su actuación no trasciende más que para una historia efímera. La diferencia es que el partido so'o termina en una simple anécdota, absolutamente diferente a nuestra política, cuyas consecuencias afectan directamente a la administración de los recursos de todo un país.

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