Por BENJAMÍN LIVIERES PLANO

Periodista

Cuando todo parecía indicar que el tema ya estaba agotado, en los últimos días se relanzó el proyecto de reformar la Constitución vía referéndum, previa aprobación de una enmienda por parte del Congreso, desatando la histeria colectiva de quienes se oponen a esta figura, vigente en todos los sistemas democráticos del planeta.

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La primera en reaccionar en contra, al "estilo" que ya conocemos sobradamente, fue la senadora Desirée Masi, del PDP, para quien está en curso "un quiebre institucional", al que habría que resistir "dentro y fuera del Senado", además de expresar su malestar por el hecho de que, según ella, estaría muy mal "que 23 senadores cambien lo que habían resuelto 28". A ella se sumó el ex pastor Arnoldo Wiens, haciendo referencia a algunas estrofas de Patria Querida, tipo "serán nuestros pechos la muralla…". Y también algunos periodistas, como Vargas Weiler, para quien el procedimiento de poner a consideración de todos los electores sería, en realidad, "un golpe puro y duro".

La verdad, sin embargo, es que no se avizora ruptura institucional alguna ni, consecuentemente, la necesidad de "poner el pecho" a fenómenos extraordinarios, salvo que se considere de tal manera a la discusión política, hecha con seriedad, sobre la importancia de que los ciudadanos podamos ejercer el derecho a manifestar nuestro punto de vista y resolver si corresponde o no la reelección, por única vez, de quienes ya ejercieron la presidencia de la República.

Desirée se rasga las vestiduras porque 23 senadores no podrían cambiar ahora lo que antes decidieron 28 (por momentos dice 29), que según nuestros datos eran menos, pero no hace al fondo de la cuestión. Primero, claro que pueden, pero además, recordemos aquel evento al que hace mención, registrado el pasado 25 de agosto. En dicha ocasión, ella, que tanto habla de democracia, protagonizó junto con sus colegas una maniobra escandalosa, consistente en convocar subrepticiamente a una sesión extraordinaria del Senado para presentar un proyecto –el de la enmienda sobre la reelección– para… ¡rechazarlo!, lo que no tiene precedentes en más de un cuarto de siglo de vida institucional. Y lo que es peor, entre 23, 28 o 29 legisladores, no importa el número exacto, pero solo un puñado, se atribuyeron la facultad de decidir sobre un tema que es de incumbencia de casi 4 millones de paraguayos, inscriptos en el padrón electoral.

A diferencia de hace algunos meses, cuando la idea de la enmienda se planteaba solo desde filas del oficialismo, en el presente se incorporaron otros actores que tornan más viable la iniciativa, como el "luguismo" y el "llanismo". Y ya no se habla solo de rekutu, sino también de otras figuras como el balotaje, o segunda vuelta, en caso de que el más votado no alcance un determinado porcentaje, y que el presidenciable ocupe al mismo tiempo el primer lugar en la lista para el Senado, de manera a que los principales líderes no queden fuera del circuito institucional, en caso de no ser electos para la primer magistratura.

Tal vez corresponda debatir también la posibilidad de que el vicepresidente ejerza la presidencia del Senado, como se practica en la Argentina. Con ello se garantizaría el relacionamiento fluido entre ambos poderes, el Ejecutivo y el Legislativo, la vicepresidencia ya no sería el "florero" que es en la actualidad y la Cámara Alta dejaría de ser escenario de rencillas anuales para determinar quién la encabeza.

Pero volvamos a lo principal. Cualquiera de estos temas, empezando por la reelección, de ningún modo pueden ser aprobados o rechazados por una minoría insignificantes de ciudadanos, por más que éstos ostenten el título de parlamentarios.

Esta debe ser una prerrogativa del soberano, del mandante, es decir de los 4 millones de ciudadanos que estamos registrados como electores, quienes debemos ser convocados a una consulta popular para expedirnos de la forma en que se nos plazca.

Por supuesto, los Desirée, Wiens o Vargas Weiler podrán ejercer el derecho a votar por el "no", así como otros podremos hacerlo por el "sí", para que finalmente se haga lo que dispone la mayoría. Pero, ¿acaso esto se asemejaría en algo al cacareado "golpe"? Por supuesto que no. Solo sería el ejercicio pleno de la democracia.

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