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Colinas suavemente inclinadas e iglesias medievales: deliciosos encantos de La Sarthe, en el oeste rural francés, tan discretos como su gente. No hay nada lo suficientemente llamativo para captar la atención el ojo, ni tan mugriento como para evitarlo. En la pequeña ciudad de La Ferté-Bernard, hay una activa parroquia y un grupo scout. La carne de conejo figura en el menú del día en el restaurante Le Dauphin.

Sin embargo, la conversación local es acerca del nuevo minorista de descuentos, Lidl, y acerca de 70 voluntarios en el Secours Catholique, una organización benéfica que ayuda con ropa de abrigo, comida enlatada y tareas semanales para familias en dificultad.

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"Pedimos una pequeña contribución para preservar la dignidad de la gente", explicó Monique Bouché, responsable de las obras de caridad en la ciudad.

"Dignidad" y "respeto" son palabras que se escuchan con frecuencia en La Ferté-Bernard. Ayudan a explicar por qué, en esta localidad provincial, François Fillon obtuvo un colosal 89% de los votos en la primaria del 27 de noviembre para convertirse en el candidato presidencial por el partido republicano de centroderecha. Venció a Alain Juppé, su rival y ex primer ministro.

Fillon, que viene de La Sarthe, está en sintonía con una parte católica conservadora del electorado que siente que la presidencia francesa ha sido dañada durante la última década, primero por Nicolas Sarkozy, de la derecha, y luego por François Hollande, de la izquierda. La pregunta ahora es si Fillon puede aprovechar este apoyo de masas para enfrentar el desafío constituido por Marine Le Pen, la lideresa de la extrema derecha, del Frente Nacional (FN), y obtener la presidencia francesa en la próxima primavera (boreal).

De alguna manera Fillon es un candidato flojo. Primer ministro durante cinco años bajo Sarkozy, el hombre de 62 años puede pretender no representar, ni la novedad, ni el cambio, y está indefenso ante la acusación de Le Pen de que las mismas caras siempre gobiernan a Francia.

Hijo de un notario, él tiene la sobria apariencia de un burócrata de provincia y el conservadurismo social de los católicos. Aunque Fillon no propone cambiar la ley, él votó contra el matrimonio gay y, en privado, está contra el aborto. Su familia valora que va de tono con la fuerte posición contra el matrimonio gay del país, pero eso lo hace tóxico para la izquierda. Si Fillon se enfrentara a Le Pen en una segunda vuelta en el próximo mes de mayo, muchos de ellos podrían abstenerse.

Fillon también podría provocar una rebelión similar contra su política económica. Con el fin de liberar la economía y fomentar la creación de empleo, ha elaborado un programa audaz, prometiendo reducir los sindicatos, achicar el código laboral de más de 3.000 páginas a sólo 150, terminar la semana de 35 horas y recortar el sector público, el cual absorbe el 57% del PIB, mediante la reducción de 500.000 puestos de trabajo en la administración pública.

"Me gusta ser comparado con Thatcher", declaró y "thatcherismo" suele ser un término para insultar en Francia.

Pero lo que él propone puede ser lo que necesita la economía francesa, solo que con su propuesta no es un claro voto ganador. Va contra la persistente desconfianza de Francia hacia los mercados libres y contra la reverencia hacia el Estado, así como contra la marea del sentimiento antiglobalización. Eso hará de Fillon un blanco fácil para los sindicatos iracundos y los servidores públicos temerosos. Un diputado socialista califica su política de "violenta y peligrosa".

También animará a Le Pen a usar su política proteccionista para cortejar el voto de la clase obrera, particularmente en el rezagado norte y este de Francia. Ella ya es la candidata preferida entre los votantes de la clase obrera y comenzó a advertir que Fillon está "destruyendo" la red de seguridad social francesa.

En lo más profundo del país, sin embargo, la dinámica política parece algo diferente.

"La gente aquí dice que sabe que las cosas tienen que cambiar y que será difícil", dijo Jean-Carles Grelier, alcalde de centro-derecha de La Ferté-Bernard. "Están hartos de que se les engañe con promesas, solo para quedar decepcionados".

En los cafés locales, los parroquianos hablan sobre el "sentido común" y la "honestidad" de Fillon. Ellos están más dispuestos a aceptar medidas difíciles que lo que imaginan los políticos de París, dijo Grelier, siempre y cuando formen parte de un plan coherente para revivir la economía y un sentido de orgullo en Francia.

Fillon, quien advirtió en el 2007 que el estado francés estaba "en quiebra", sostuvo que los franceses "están listos para escuchar la verdad". Fingir que no hay nada que hacer, simplemente para ganar el poder equivale a "una hipocresía… en el corazón de la crisis política y moral2 en Francia.

El conservadurismo social de Fillon, mezclado con sus estrechos vínculos con el presidente ruso Vladimir Putin, hace que los liberales se sientan profundamente incómodos. Sin embargo, ese conservadurismo podría ayudar a dañar a Le Pen en partes conservadoras de la Francia rural. En el sur de Francia, en particular, Fillon podría captar a muchos de los votantes que de otra manera podrían sentirse atraídos hacia Marion Maréchal-Le Pen, una diputada del FN –y sobrina de Le Pen– que promueve valores familiares tradicionales y está cerca de la derecha católica.

Durante su campaña Fillon declaró que "el enemigo es el totalitarismo islámico" y pidió controles de inmigración "estrictos". Logró el 77% de los votos en la Côte d'Azur, sede del electorado de Maréchal-Le Pen.

Los próximos seis meses de la candidatura de Fillon serán una prueba para determinar si los principales líderes pueden encontrar una alternativa al populismo dentro de los límites de la política liberal-democrática. En un libro que escribió el año pasado, llega a una ideología liberalizadora a través de la observación –las políticas estatistas no han funcionado en Francia– y desde la creencia de que la prosperidad es una condición previa para preservar la soberanía nacional.

Para ello, Fillon intenta encarnar al líder que restableció el orgullo nacional de Francia, afirmó su independencia y se ganó el respeto, y cuya imagen guardó en la pared de su dormitorio cuando era niño: el presidente Charles de Gaulle. En La Ferté-Bernard resuena la referencia. El último presidente francés que visitó la ciudad fue de Gaulle, en 1965, y el único otro líder político que lo hizo desde entonces fue Fillon.

Las encuestas sugieren que él puede ser lo que los franceses quieren: ahora encabeza la intención de voto para la primera ronda, y puede derrotar a Le Pen en la segunda. La lideresa del FN, sin embargo, está tranquilamente esperando su turno y apenas ha comenzado su campaña. Aún no ha sido derrotada.

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