- Por Cristóbal Nicolás Ledesma Salas
- Periodista del Grupo Nación de Comunicaciones
Las lágrimas derramadas por todo el mundo, no son solamente por las muertes de los futbolistas, dirigentes, periodistas, etc., del fatídico vuelo del Chapecoense, sino por la rabia, la incomprensión, la impotencia de entender cómo se puede cometer un error tan drástico en estos días de la automatización, de los mayores avances tecnológicos que no dan lugar a equivocaciones, salvo que uno haga apuestas a la maldita práctica de la "ruleta rusa".
Las informaciones de hoy hablan que la selección argentina, con esta tristemente recordada empresa de insignia boliviana, voló con solamente quince minutos de reserva de combustible y otras "anécdotas" similares que nos llevan a la conclusión de que los responsables de este chárter andaban al filo de la navaja, jugando con cientos de vidas humanas que no tenían las mínimas sospechas de estas costumbres putrefactas. Esta vez no le alcanzó.
Quienes tuvimos experiencias de volar en un avión y, con mayor razón, de experimentar un momento de "emergencia" (como en aquel día de vuelo a Quito en el avión presidencial, con la Albirroja, y tuvimos que volver por el parabrisas roto) NO sabemos explicar lo que se siente. Uno lucha consigo mismo para no pensar lo peor, recuerda a su familia, a los que ya no están, a Dios (si es creyente) pero sin mencionar –ni con el pensamiento– la posibilidad de caer al vacío y que termine todo.
Hoy es fácil encontrar culpables y más en nuestro país, en el que existen "expertos" en apuntar hacia donde le plazca y disparar a discreción. Soy del criterio de las entidades que regulan el fútbol (la FIFA, la Conmebol o la APF) deben involucrarse con mayor fuerzas para apostar en las empresas que harán los vuelos chárter y recomendarlas en base a profundas revisiones, que busquen garantizar la máxima seriedad de las mismas.
Si Alejandro lo hubiera hecho (recomendado), jamás lo haría sabiendo que pudiera existir un error humano como, yo no tengo dudas, existió, de parte de quien comandaba ese viaje sin retorno. No es de ese estilo de gente. El Presidente boliviano, la selección argentina y los equipos paraguayos volaron en ese mismo avión. Nadie aventuró a pensar siquiera que se volaba con lo justo, era impensable.
Hoy, momentos en que llegan los féretros de los fallecidos, el cielo llora sobre Chapecó y sobre nuestro continente, golpeados por una desgracia que pudo prevenirse.
Será el campeón honorífico, póstumo o como se llame. Antes de esta infausta desgracia, el Chapecoense hizo sobrados méritos para ganarse la simpatía de todos, para darse a conocer, para ser el campeón legítimo, por calidad futbolística, por eliminar a equipos de mucha mayor tradición como Independiente o San Lorenzo, por jugar como si fuese su vigésima participación en copas internacionales.
El Chapecoense dejó muchas lecciones en lo estrictamente deportivo, una de ellas es el que sí se puede alcanzar la gloria con un trabajo ordenado, con una apuesta seria, a pesar del noviciado.
Esto no debió terminar así. El "infortunio" quiso que no se llegue a la final soñada, a ganar en la cancha lo que muchos vieron, le era merecido; sin embargo, el Chapecoense se ganó el corazón del mundo y las llaves del cielo.