Por Pablo Noé

Director periodístico La Nación TV

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Es difícil comprender racionalmente lo que implica el fenómeno de las festividades de Caacupé para el pueblo paraguayo. La movilización en masa de la población que acude cada año a ofrendar su sacrificio, o a pagar sus promesas a la Virgen es prácticamente inexplicable tomando en cuenta varios factores.

Una de las dudas se produce cuando habitualmente el paraguayo asume una postura radicalmente diferente al ser convocado a manifestarse contra las injusticias de una sociedad totalmente desigual. En estas citas, el ciudadano no ofrece el mismo compromiso. Si es convidado a participar de una manifestación contra el despilfarro de bienes del Estado, o la inseguridad, o para pedir una mejora en las condiciones de educación y salud de su comunidad, la asistencia suele ser mínima. El grado de vinculación que tiene para defender estas demandas tampoco alcanza los niveles esperados. Lo máximo que se consigue es un compromiso a regañadientes de boca para afuera.

El motivo principal por el que nos comportamos así se puede entender en el grado de credibilidad que existe en nuestra sociedad hacia nuestras organizaciones. Se asume que honrar el compromiso con la Virgen de Caacupé es fundamental, por la retribución particular que reciben las personas en recompensa a este esfuerzo. El vínculo emotivo con la promesa a la Virgen y su imagen inmaculada, genera una empatía que trasciende las barreras de la racionalidad y el mediocre accionar de los hombres, incluso aquellos vinculados a la administración de la Iglesia.

Una situación totalmente diferente cuando analizamos los otros temas sociales que nos agobian. Principalmente porque el liderazgo de estas convocatorias, o tienen un tinte político, o finalmente, el ciudadano común se siente defraudado pensando en que sus manifestaciones están destinadas al fracaso.

La educación es un factor fundamental para apuntalar esta conducta. La Iglesia Católica, a pesar de su infinita cantidad de gruesos errores que se originan en la propia cabeza de la misma, tiene un impacto fuerte en la sociedad y el paraguayo está formado desde antes de tener uso de razón para comportarse como un buen practicante de las costumbres de la religión. Las escuelas, colegios y universidades sirven para fortalecer este espíritu cristiano que queda grabado en un gran porcentaje de las personas.

En contrapartida, la educación cívica, la defensa de nuestros derechos, el pensamiento crítico son totalmente ajenos a nuestra formación. No se llega a conmover a las personas intentando despertar su interés por defender sus derechos. También se fracasa en establecer el sentido del compromiso. En este punto, la Iglesia Católica también presenta una importante similitud, ya que la inmensa mayoría de los que asisten a la misa central de Caacupé lo hacen por única vez en el año. El resto del tiempo, son católicos de palabra.

Es difícil encontrar motivos en los que los paraguayos podamos unirnos para hacer causa común, buscando obtener satisfacciones, que honestamente nos merecemos. Una mejor formación ciudadana, necesariamente estará acompañada de liderazgos diferentes que ofrezcan y cumplan con sus compromisos y responsabilidades sociales.

Solamente así se podrá comprender que salir a defender nuestros derechos y respetar nuestras obligaciones es el único camino para construir una nación más equitativa, con niveles de desigualdad que se eliminen paulatinamente.

Todos los estamentos sociales requieren de una revisión a fondo. En donde se encuentren los problemas para fortalecer las instituciones y que las personas se transformen en partes de un engranaje y no los únicos salvadores de la patria. Que la racionalidad ayude a comprender y respetar nuestra condición humana, fortaleciendo nuestras acciones respaldadas en una imprescindible paz espiritual.

En la semana de la peregrinación del pueblo paraguayo a la Virgen de Caacupé es importante destacar como ejemplo este signo innegable de nuestra cultura. Debiéramos aprovechar esta conducta para aprender de la misma y no para seguir dividiéndonos. Quizá este sea el rumbo para empezar a construir un país mejor.

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