November 27 2016
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De The Economist
Antes de la elección presidencial, Wall Street temía a Donald Trump como un presidente peligroso, impredecible y disruptivo, aunque improbable. Desde tu triunfo, el temor se ha convertido en esperanza. Los mercados bursátiles están en niveles récord y las acciones de instituciones financieras han estado entre las de mejor desempeño. Resulta que, para las grandes finanzas, Trump parece buena noticia.
En parte, esto refleja el cambio de rumbo de Trump. Hizo campaña como el líder de una rebelión del sector obrero desplazado contra las élites aptas y mimadas. Como presidente electo, parece menos un forastero. Entre los nombres que se rumora están siendo considerados como sus opciones para secretario del Tesoro están Jamie Dimon, director ejecutivo de JPMorgan Chase, y Steven Mnuchin, un veterano de 17 años de Goldman Sachs. Al parecer, es probable que el acceso de Wall Street a los corredores del poder no vea obstáculos.
La euforia refleja mayormente el entusiasmo de la industria financiera por una de las más alcanzables promesas de campaña de Trump, reducir el papeleo. En un video en YouTube esta semana en el que delineó sus prioridades, anunció una nueva regla: por cada nueva regulación, se deberán eliminar dos antiguas. Ninguna industria en Estados Unidos se siente tan intimidada por los reguladores como las finanzas. Espera la hoguera de los reglamentos con alegría.
En este contexto, un discurso pronunciado el 18 de noviembre por Mary Jo White, presidenta saliente de la Comisión de Valores y Cambios (SEC, por su sigla en inglés), representó un canto del cisne para el enfoque del gobierno de Obama hacia las finanzas. Al limpiar los escombros de la crisis del 2008, el presidente Barack Obama alentó un enfoque punitivo a la industria ("No quieren meterse con Mary Jo", era su referencia). En su discurso, ella delineó un "nuevo" y "continuo" modelo para combatir a los delitos administrativos; pero ella y todo un nivel de reguladores designados por Obama están camino a la salida.
Para febrero, con el inicio del gobierno de Trump, su legado regulador también podría estar bajo amenaza, ya sea el acuerdo de grandes compensaciones en dólares por parte de instituciones descarriadas o la producción de aún más reglas. Este enfoque estaba definido por la ley Dodd-Frank, promulgada en el 2010, la cual Trump ha prometido desmantelar. La ley es tan extensa que 30 por ciento de sus 390 reglas distintivas aún no ha sido adoptado, según Davis Polk, un despacho legal.
Incluso ejecutada solo parcialmente, la Dodd-Frank ha tenido enormes consecuencias. Un estudio del Centro Mercatus de la Universidad George Mason en Fairfax, Virginia, que usó datos del 2014, cuando solo 59 por ciento de las reglas había sido adoptado, mostró que la Dodd-Frank ya había conducido a 27.669 nuevas "restricciones regulatorias". Este recuento excluyó los componentes de la Dodd-Frank demasiado grandes para ser cuantificados, como la Sección 1502 que dio a la SEC un papel en monitorear las cadenas de suministro corporativas con el fin de bloquear los minerales procedentes de ciertos países africanos.
Desde la elección, los comentarios formales por parte del equipo de transición de Trump han sido breves, en gran medida en demanda del fin de los rescates y del papeleo, y de más capital para las pequeñas empresas. Una primera fase de la reforma podría estructurarse para captar el apoyo demócrata: un proyecto de ley estrecho que ofrezca alivio regulatorio a los bancos comunitarios e imponga restricciones a los rescates.
Sin embargo, podría seguir más. Se cree que una nueva versión del plan de Hensarling está en proceso. Paul Atkins, un ex comisionado de la SEC con inclinaciones libertarias, está encabezando un equipo de transición que cubre a las agencias regulatorias.
El nuevo gobierno tiene prioridades más urgentes que cambiar las reglas financieras, notablemente el comercio, la inmigración, los impuestos y el gasto en infraestructura. Wall Street sabe que está en la mira de Trump, sin embargo, y parece entusiasmarle la perspectiva.