Por Augusto dos Santos

Periodista

Cambiar las reglas de juego somete a una crisis de nervios a un modelo clientelista que lejos de reducirse con la transición alcanzó sus niveles más gloriosos luego de la dictadura. El control de gastos y la transparencia son sus enemigos mortales.

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Si agregamos que somos una sociedad damnificada por sus malas prácticas políticas, su drástico desconocimiento del concepto de lo público, en la que ella aprendió a convertir su ser "damnificado" en un status, con sus dignidades y prerrogativas, en vez de ser disparador de su cambio social.

Nadie olvida a aquella señora que se retiraba del comité de asistencia una vez notificada que ya no habría víveres porque la creciente había acabado hacía seis meses y exhibiendo a sus amigos la bolsa vacía expresó con marcada resignación: "acabo nuestra hermosa inundación".

DAMNIFICADOS DE LA MALA POLÍTICA

Corría el año 1992, elecciones municipales; alguien se trepó a una silla a producir su encendido discurso y tratando que todos entiendan que era un outsider absoluto, concluyó su pieza oratoria con una frase de antología:

-Jamás tuve un cargo, nunca viví del presupuesto público, nunca robé. Denme una oportunidad...!"

La proximidad de las elecciones nacionales saca a la luz nuevamente lo más visceral de la política: su impenitentes prácticas clientelares. Ya veníamos de la dictadura con la cultura de obtener de la política todo lo que una cultura cazadora y recolectora pudiera precisar para su sobrevivencia.

Sin embargo, la transición a la democracia, el proceso que tuviera que haber sido de reparación, no hizo otra cosa que multiplicar exponencialmente el problema. ¿Qué sucedió? Algo muy simple: reestructuración del Estado a partir de la Convención de 1992.

Hasta esa fecha éramos una nación centralista con toda la administración residente en Asunción, casi ninguna delegación de administración e incluso servicios muy poco representativa en el interior y con el grueso de los funcionarios públicos agolpados en los edificios del microcentro de Asunción.

Si bien aquella idea de descentralización –que terminó siendo solo una respetable distribución nacional de recursos– produjo mejoras en la economía del interior por una mayor distribución del dinero estatal, tuvo igualmente su hemisferio torcido: aumento y potenció los niveles de clientelismo político.

Pero, obviamente, muchos de los que accedieron a cargos por tal oportunismo electoral quedarán enganchados a tal empleo, por muchos años. El fenómeno exponencial se produce cuando a partir de la primera remesa de empleados de la nueva estructura, en el primer quinquenio de los noventa, se vio sucesivamente "reforzado" por nuevas demandas de empleos en sucesivas elecciones que se dieron desde este tiempo.

Lo preocupante es la naturalidad como se asume en la construcción discursiva de la política y en la cultura de los votantes que "eso" (el empleo público) es una forma de canje por la participación electoral.

Este fenómeno tiene los colores del arco-iris, no es exclusividad de sector político alguno, pero, obviamente, se ve con mucha más fuerza en los partidos políticos tradicionales y por extensión en los partidos con representación parlamentaria.

Es una hipocresía no asumir que la chispa de la enemistad de los mariscales de la "política tradicional" con Horacio Cartes fue aquel día del 2013 cuando anunció que los cargos se concursaban y los gastos se controlaban por fuera de la discrecionalidad de los punteros políticos. Ese día el clientelismo juró venganza.

DAMNIFICADOS DE LA AUSENCIA DE LO PÚBLICO

Dentro de este asunto juega un papel fundamental y decisorio la tremenda carencia de conocimiento sobre el concepto de lo público.

En nuestra cultura cívica "lo público" no representa lo mismo que representaría en cualquier sociedad cuya democracia ha evolucionado respetablemente. Lo público no es aquí aquello que pertenece a todos por sobre cualquier condicionante que suponga esferas políticas, sociales, deportivas, culturales, educativas. Lo público en nuestra cultura fue durante todo el recorrido histórico aquello que aparentemente es de todos pero que es de mi propiedad y de mis correligionarios mientras yo mande.

Se vio en los gobiernos colorados y también fue muy patente en los gobiernos no colorados como cada Ministerio se vestía del color del ministro a cargo sin ningún disimulo con el objetivo de cazar y recolectar para la tribu.

¿En qué afecta esto a don Felipe o doña María? En que, ambos, destinarán gran parte del tiempo que podía invertir en labrar su satisfacción económica, al fortalecimiento de su comunidad o su sociedad, a batallas por el control de espacios de poder de acuerdo a la indicación de sus punteros; ya que en este estado clientelista don Felipe y Doña María dejan de ser individuos para constituirse en cifras de determinado patrón político que para fidelizarlo usa la plata del tesoro.

Entonces, Don Felipe y Doña María no participan de la política porque ella les ayude para forjarse un futuro mejor sino apenas para sobrevivir con los cupos de favor político por batalla ganada.

DAMNIFICADOS DE UN ESTADO DEPRIMIDO

Un ejemplo patético del Estado que muchos añoran, basado en el clientelismo político y de los poderes fácticos lo vivimos la semana pasada con el caso Pavao-Urbieta.

Estuvimos tan concentrados en el análisis cholulo de la visita y encandilados por el "Pavao-power" que nos olvidamos de dos asuntos fundamentales: que eso que se vio allí no es la actitud piadosa de un condenado, sino nada menos la peor representación del clientelismo que han concentrado los poderes fácticos. Ojo con esto. Que estamos jugando con una serpiente cascabel pensando que ella es de plástico.

En segundo lugar, si el eje del asunto es preguntarse si Pavao tiene o no conexiones con el EPP. Porque nos olvidamos reiteradamente de plantear que eso sea investigado por la Justicia que es donde corresponde. ¿quién sino la Fiscalía puede investigar esto?

Cuando esos resortes funcionan, ya nadie duda sobre cual es el lugar y rol que desempeñan los inocentes y cuáles son los límites por los que deben encuadrarse los culpables.

Si se eternizan estas preguntas y no tienen respuestas, todo pasará al ámbito de la leyenda y puede incluso que Pavao termine convirtiéndose en una especie de gauchito milagroso al que periódicamente acerquemos como sociedad nuestras reverencias y cirios bendecidos. Pero al margen de esta tragicomedia y de todos estos despropósitos debe haber por allí gente seria que asuma que es tremendamente desgraciado y lamentable que el árbitro de nuestras causas resida en una celda de alta seguridad.

De cualquier modo, cualquiera que descrea de esta hipótesis solo debe pegar una vuelta por las regiones rojas o aquellas zonas fronterizas donde capea la mafia y vamos convenir que –en procesión– los clientes acuden a estos liderazgos fácticos y eso no se puede justificar desde ningún punto de vista, aunque quede fantásticamente elegante culparle a la falta de respuesta del estado de este nuestro encandilamiento con los foquitos de colores del hampa.

De los familiares de secuestrados ni hablamos porque se comprende el estado de desesperación en que se encuentran. No son ellos los que deben investigar si desde la cárcel alguien puede conseguir favores con el EPP, es la justicia.

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