• Por Antonio Carmona

Trascurría, si mal no recuerdo, el año electoral de 1992 en USA. En plena campaña proselitista, en el estado de Oregón, se lo vio al candidato Bill Clinton, parado en un automóvil descubierto, haciendo ondear un diario como si fuera una bandera triunfal. El diario era The Oregonian, tradicionalmente republicano, con más de un siglo de publicación, que, por primera vez en la historia no apoyaría al candidato republicano, George H. W. Bush, en su búsqueda de la reelección, optando por el candidato contrario, el demócrata Bill Clinton, pese a haber apoyado a Bush padre en su primera elección. Es más, justamente por eso.

Vale la pena recordar que los diarios, los medios en general, en Estados Unidos, y en muchos otros países del mundo, adoptan posiciones políticas y las hacen públicas para que sus lectores sepan desde qué posición opinan. Lo explico, aunque parezca de balde, pues todos hemos visto con claridad que los medios opinaban a favor y hasta denostaban al contrario, los que estaban espantados por la pesadilla que se hizo realidad, la victoria de Trump. Pero más allá de este caso, que creo excepcional, lo hacen con más moderación y argumentos. Aquí primó lo de Borges, "no nos une el amor, sino el espanto".

Volviendo al principio, The Oregonian explicó públicamente su posición, tras más de un siglo de apoyo al partido republicano: el presidente en busca del recutú había mentido en la anterior carrera a la Casa Blanca a sus votantes, a los que había prometido no subir los impuestos, cosa que, como suele suceder con la mayoría de las promesas de campaña política, no cumplió.

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Defraudado por el engaño, el diario no hacía sino opinar de acuerdo a sus engañados lectores. Su cambio no fue un cambio de partido, en nuestro pretendido fanatismo hurrero de "único líder", de color de pañuelo y de polka. Fue de fidelidad a sus lectores que es a quienes debemos ser fieles medios y periodistas. Y digo más, que es a quienes deben ser fieles los votantes, a sus intereses, y no dejarse engañar por los verseros.

  • El entonces insignificante gobernador de Arkansas, un David frente al triunfalista Goliat recién salido “victorioso” de la Guerra del Golfo –vale la pena hacer una pausa y recordar que esa guerra fue uno de los disparadores de la atroz situación de violencia que se vive hoy en gran parte del mundo– supo lanzar el bodoque con la ondita al punto cardinal, a la sien del gigante: elemental, querido Bush: “Es la economía, estúpido”.

El diario hizo una buena lectura de sus lectores: Bush había engañado a los norteamericanos, incluidos los republicanos, en el lugar que más nos duele a todos, en el único lugar, como decía Perón, en que no hay que meterle la mano al pueblo, en el bolsillo.

Y Bill hizo una buena lectura del diario, de ahí que le espetara a George en un debate "Es la economía, estúpido", aunque muchos analistas le dan un significado más estratégico. El caso es que la frase se volvió popular y vale la pena traerla a la palestra, porque los votantes, y los medios, muchas veces la olvidamos; capaz que de alguna manera, Trump le devolvió el bombazo a los Clinton… "es la economía…".

El entonces insignificante gobernador de Arkansas, un David frente al triunfalista, el Goliat Bush, recién salido "victorioso" de la Guerra del Golfo –vale la pena hacer una pausa y recordar que esa guerra fue uno de los disparadores de la atroz situación de violencia que se vive hoy en gran parte del mundo– supo lanzar el bodoque con la ondita al punto cardinal, a la sien del gigante: elemental, querido Bush: "Es la economía, estúpido".

La edición que hacía ondear quien sería el próximo presidente era en la que el diario asumía su posición públicamente, explicándola a sus lectores. Una verdadera lección de periodismo independiente, aunque representara claramente una opción política.

Cuando se trata de política, quien no acepta que juega a la política, miente, candidatos, dirigente, ciudadanos, medios, redes, genuinos y falsos "perfiles", gremios, instituciones y hasta los "impolutos predicadores". Y muchas veces los ciudadanos se dejan engañar por el juego político y, sobre todo, politiquero, y se olvidan de lo más importante para todos: "Es la economía, estúpido".

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