Por Pablo Noé

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Director periodístico La Nación TV

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Siempre es un honor recibir un premio, a pesar de que nuestras motivaciones para abrazar el periodismo pasan más por colaborar a construir una sociedad más justa. La distinción al equipo de La Nación Investiga con el premio Peter Benenson por parte de Amnistía Internacional ayuda a continuar ejerciendo esta vocación y nos invita a repensar sobre el camino andado y las consecuencias del mismo.

"Iglesia oscura" comenzó mucho antes de la primera publicación del 22 de abril, y continúa con más dudas que certezas. Aquella denuncia del equipo periodístico de La Nación hasta el momento no fue rebatida por ninguna de las autoridades de la Iglesia Católica, que en lugar de intentarnos convencer que son extremadamente inocentes, deberían haber planteado medidas claras en contra de las prácticas más perversas del ser humano, la pedofilia y el abuso de menores.

Hasta el momento, y a más de 7 meses de las publicaciones, no se conocen medidas que pudieran despejar las dudas existentes. Asumiendo que todo fue así, como dijeron las cabezas eclesiales que fue un descuido (enorme e increíble, pero descuido al fin), no se conocen medidas que pudieran aumentar el control de los sacerdotes que ejercen su ministerio en nombre de la Iglesia. Tampoco se expusieron públicamente los cambios en el sistema de verificación de datos y antecedentes de curas que vienen del extranjero al país.

La Iglesia Católica, más que ofrecer una respuesta diferente, se enfocó en más de lo mismo: silencio cómplice y doloroso, ignorando el sufrimiento de víctimas, dejando sin protección a miles de niños y adolescentes que acuden a encontrar paz en la religión Católica Apostólica Romana. Esta postura se asemeja más a la decisión de trasladar al cardenal Bernard Law de Boston a Roma, luego de la investigación del Boston Globe que dio vida a la película ganadora del Oscar "Spotlight", en donde se evidenciaron cientos de casos de abusos a niños y adolescentes por parte de miembros de la Iglesia. La salida de la jerarquía eclesial local es radicalmente diferente a la que planteó el papa Francisco cuando pidió castigo severo a los sacerdotes abusadores de menores y a quienes los encubrieran.

En lugar de ofrecer un mensaje claro contra estas prácticas deleznables, la caza de brujas continúa internamente, buscando responsables de haber filtrado la información, con el único objetivo de limpiar el nombre de quienes debieran estar rindiendo cuentas por su negligente accionar.

Aunque la justicia de los hombres tal vez no llegue, después de esta vida –siguiendo los preceptos católicos– el lugar que le tienen reservado en la eternidad es radicalmente diferente al que ellos consideran pudieran merecer.

En el plano social, la Fiscalía General del Estado se había comprometido a investigar a fondo estas denuncias, algo que nunca llegó a concretarse. A estas alturas, pensar que los largos brazos invisibles de los poderes fácticos consiguieron esta complicidad es una hipótesis fuerte, aunque no podemos despreciar la ineficiencia crónica como el factor que desembocó en esta abulia tremenda. Los organismos encargados del control de títulos universitarios y de la calidad de la educación superior está comenzando a despertar de su letargo para verificar la falsedad de los 22 títulos que aseguraba tener Carlos Ibáñez, de los que no existen registro alguno en el país.

Al margen de las interesadas y hasta miserables consideraciones externas que se hicieron del trabajo emprendido por el equipo de investigación del Grupo Nación, el verdadero premio que nos hubiera gustado corone la denuncia (sin restar ningún valor al que con orgullo recibiremos el próximo 2 de diciembre) es que la sociedad cambie. Que la impunidad deje de ser el pan nuestro de cada día. Que los abusadores de menores tengan que pagar ante la Justicia sus horrendos crímenes. Que la autocrítica se instale como factor de crecimiento institucional.

Quizá este planteamiento es demasiado elevado e irrealizable, aunque está movido por el mismo combustible que nos impulsa a ejercer nuestra tarea todos los días, intentando colaborar para construir una sociedad un poco más justa.

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