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Cuando el presidente electo Donald Trump prometió "¡Hacer a Estados Unidos grande de nuevo!", estaba haciéndose eco de la campaña del presidente Ronald Reagan en 1980. En ese entonces, los votantes buscaban la renovación tras los fracasos de la presidencia de Carter. Este mes, eligieron a Trump porque él, también, les prometió un cambio "histórico que se dará una vez en la vida".

Pero hay una diferencia. En víspera de la votación, Reagan describió a Estados Unidos como una deslumbrante "ciudad sobre una colina". Enlistando todo en lo que Estados Unidos podía contribuir para mantener seguro al mundo, soñaba con un país que "no se vuelque hacia el interior, sino hacia el exterior; hacia los demás". Trump, en comparación, ha prometido poner a "Estados Unidos primero". Demandando respeto de parte de un mundo aprovechado que toma a los líderes en Washington por tontos, dice que "ya no someteré a este país o a su gente a la falsa tonada del globalismo". El Estados Unidos de Reagan era optimista: el de Trump está enojado.

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Bienvenido al nuevo nacionalismo. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, las potencias grandes y ascendentes están simultáneamente cautivadas por varios tipos de chauvinismo. Como Trump, los líderes de países como Rusia, China y Turquía adoptan una visión pesimista de que los asuntos exteriores a menudo son un juego de suma cero en el cual los intereses globales compiten con los nacionales. Es un gran cambio que representa a un mundo peligroso.

MI PAÍS A LA DERECHA O A LA IZQUIERDA

El nacionalismo es un concepto escurridizo, y esa es la razón de que los políticos encuentren que es fácil de manipular. En el mejor de los casos, une al país en torno a valores comunes para lograr cosas que las personas nunca podrían manejar solas. Este "nacionalismo cívico" es conciliatorio y vanguardista; el nacionalismo de los Cuerpos de Paz, digamos, o el patriotismo inclusivo de Canadá o el apoyo alemán para el equipo nacional como anfitriones de la Copa del Mundo del 2006. El nacionalismo cívico apela a valores universales, como la libertad y la igualdad. Contrasta con el "nacionalismo étnico", el cual es un juego de suma cero, agresivo y nostálgico, y el cual se basa en la raza o en la historia para distinguir a una nación. En su hora más oscura en la primera mitad del siglo XX, el nacionalismo étnico condujo a la guerra.

El populismo de Trump es un golpe al nacionalismo cívico. Nadie pudiera dudar del patriotismo de sus predecesores de posguerra, sin embargo, cada uno de ellos apoyó los valores universales de Estados Unidos y los promovió en el extranjero. Aun cuando una sensación de excepcionalismo impidió que los presidentes se unieran a grupos como la Corte Penal Internacional (ICC, por su sigla en inglés) y la Convención de la ONU sobre la Ley del Mar (Unclos, por su sigla en inglés), Estados Unidos ha apoyado el orden basado en las reglas. Al respaldar a instituciones mundiales que evitaron un mundo despiadado, Estados Unidos ha hecho que él mismo y el mundo sean más seguros y más prósperos.

Trump amenaza con debilitar ese compromiso aun cuando el nacionalismo étnico está fortaleciéndose en otras partes. En Rusia, el presidente Vladimir Putin ha rehuido los valores liberales cosmopolitas por una mezcla distintivamente rusa de tradición eslava y cristianismo ortodoxo. En Turquía, el presidente Recep Tayyip Erdogan se ha alejado de la Unión Europea y de las conversaciones de paz con la minoría curda, a favor de un nacionalismo islámico estridente que es rápido para detectar insultos y amenazas procedentes del extranjero.

En India, el primer ministro Narendra Modi sigue mostrándose abierto y modernizador, pero tiene lazos con grupos hindúes nacionalistas étnicos radicales que predican el chauvinismo y la intolerancia.

Mientras tanto, el nacionalismo chino se ha vuelto tan rabioso y vengativo que el partido pasa apuros para controlarlo. Cierto, el país depende de los mercados abiertos, acepta a algunas instituciones mundiales y quiere estar más cerca de Estados Unidos. Pero, a partir de los años 90, los escolares han recibido una dosis diaria de educación "patriótica" que plantea la misión de borrar un siglo de humillante ocupación. Y, para contar adecuadamente como chino, se tiene que pertenecer en la práctica al pueblo han: todos los demás son ciudadanos de segunda clase.

Aun cuando el nacionalismo étnico ha prosperado, el mayor experimento del mundo en "posnacionalismo" ha zozobrado. Los arquitectos de lo que iba a convertirse en la UE creían que el nacionalismo, el cual había arrastrado a Europa a dos guerras mundiales ruinosas, se marchitaría y moriría. La UE trascendería las antiguas rivalidades nacionales con una serie de identidades anidadas en que la persona pudiera ser católica, alsaciana, francesa y europea a la vez.

Sin embargo, en grandes partes de la UE esto nunca sucedió. Los británicos han votado para salirse y en países ex comunistas, como Polonia y Hungría, el poder ha pasado a ultranacionalistas xenofóbicos. Incluso existe una pequeña pero creciente amenaza de que Francia pudiera renunciar a la UE, y así destruirla.

La última vez que Estados Unidos se volcó hacia sí mismo fue después de la Primera Guerra Mundial, y las consecuencias fueron desastrosas. No se debe prever algo tan horrible para temer al nuevo nacionalismo de Trump hoy. Internamente, este tiende a producir intolerancia y alimentar las dudas sobre la virtud y las lealtades de las minorías. No es un accidente que las denuncias de antisemitismo hayan infectado al torrente sanguíneo de la política estadounidense por primera vez en décadas.

En el extranjero, a medida que otros países tomen como ejemplo a un Estados Unidos enfocado hacia adentro, los problemas regionales y mundiales se volverán más difíciles de resolver. La asamblea anual de la ICC esta semana fue eclipsada por la salida de tres países africanos. Las reclamaciones territoriales de China en el Mar Meridional de China son incompatibles con la Unclos.

Si Trump promulga incluso una fracción de su retórica mercantilista, corre el riesgo de castrar a la Organización Mundial de Comercio. Si piensa que los aliados de Estados Unidos no están pagando la seguridad que reciben, ha amenazado con alejarse de ellos. El resultado –especialmente para países pequeños que hoy son protegidos por las reglas mundiales– será un mundo más complicado y más inestable.

AISLACIONISTAS, ÚNANSE

Trump necesita darse cuenta de que sus políticas se desarrollarán en el contexto del nacionalismo celoso de otros países. Una desvinculación no apartará a Estados Unidos del mundo, sino más bien lo dejará vulnerable a la turbulencia y conflicto que engendre ese nuevo nacionalismo.

A medida que la política mundial se envenene, Estados Unidos se verá empobrecido y su propio enojo crecerá, lo cual corre el riesgo de atrapar a Trump en un círculo vicioso de represalias y hostilidad. No es demasiado tarde para que abandone su visión oscura. Por el bien de su país y del mundo, necesita urgentemente reclamar el patriotismo iluminado de los presidentes que le precedieron.

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