- Por Antonio Carmona
Uno de los comentarios más frecuentes en estos días, en los que coinciden oficialistas y opositores, ya sean coyunturales o a ultranza –ya que el oficio de opositor cada vez se maneja y cotiza de acuerdo a coyunturas electoralistas más variables que el pronóstico del tiempo, con sus anuncios de lluvias variables que terminan en chaparrones o en verdaderas tempestades–, es que hay un problema de comunicación que tendría como eje el Gobierno, que no sabe comunicar las acciones que realiza.
Hagamos en principio una aclaración: la comunicación nunca es un problema; el problema es la falta de comunicación y, más grave aún, la incomunicación, es decir, la comunicación escamoteada, confusa, equívoca o mal dirigida.
No es un problema de este gobierno, sino de todos los gobiernos que tenemos en el recuerdo, desde la colonia. Cito un documento irrefutable rescatado por el laborioso pa'i Melià, titulado "Quinientas mil turbaciones".
El Paraguay –el colonial se entiende– habría vivido desde sus principios en estado de turbación. Es lo que denunciaba el mercedario fray Juan de Salazar cuando a 13 de abril de 1545 escribía al emperador Carlos V diciendo que la Asunción –fundada apenas siete años antes– era "un pueblo de más de quinientos hombres y más de quinientas mil turbaciones".
Y hago otra aclaración: la comunicación es un problema entre el emisor y el receptor, el uno tiene que querer comunicar y el otro querer escuchar, pues, como ya acuñó la sabiduría popular, no hay peor sordo que el que no quiere escuchar.
Vuelvo a la actualidad y salgo del ámbito político que, creo y con fundados argumentos, es el principal motivo de incomunicación, llevándolo al claustro de la comunicación: dos compañeros de programa radial de años, ambos respetables y experimentados, que "en vivo y en directo" terminan un debate con una trompada; aclaro que la primera información que tuve verbalmente fue que terminó a "trompadas"; hubo una sola, un solo culpable. O sea fue una agresión física individual, por causa, supongo, de una incapacidad de conjuntar las dos opiniones sobre un tema de interés público; pero resulta insólito que "en vivo y en directo" se dirima con violencia física un debate entre dos periodistas, sobre un tema tan elemental que asusta que sea causa de semejante desenlace.
Las informaciones al respecto, orales y escritas, que convocaron a comunicadores, fueron tan dispares como que era una trompeada, lo que implica reacción de la contraparte golpeada, que la reacción de demandar al golpeador era una mariconada; que el golpeado se esconde bajo la pollera de la directora de la radio; periodista noqueó a su colega, cuando parece que no fue más de un akãpete; programa terminó a los golpes... que el golpeador había pedido perdón al golpeado hasta de rodillas; que el golpeado afirmaba que no le había perdido perdón... Que el golpeador fue aclamado por colegas, que... puedo continuar, pero aburriría hasta a las hormigas; y estoy hablando de comunicaciones en medios y, por ende, de profesionales de la comunicación, de una comunicación mediática de un conflicto entre periodistas y al aire, es decir, que no fue tan escondida como para crear confusión.
Pongo nuestro ejemplo, por aquello del burro por delante para que nadie se espante.
Y así o peor está la comunicación en los dos grandes partidos seculares, la ANR y el PLRA, que se debaten entre ellos más que con las contrapartes.
Hay incomunicación entre el Ejecutivo y el Congreso, la víctima es la educación, "des-emerginzada" por esa falta de comunicación que no tendría nada que ver con la labor de los dos poderes del Estado y la reparación de colegios en ruinas.
Ahí están los partidos de izquierda que, generalmente, tienen internacionalmente férreas alianzas; aliados en "la internacional" y encarnizadamente peleados en el país.
El minúsculo encuentro nacional que llevó como senador a un colorado, ahora lo quiere hacer renunciar por comportarse como un colorado.
Hay incomunicación entre las fuerzas de seguridad y la Justicia, ya que los unos detienen a los motochorros y demás delincuentes y los otros benefician a los delincuentes con medidas alternativas a la prisión, es decir, dejándolos deambular y acometer actos criminales y que, al parecer, son los únicos beneficiados con la incomunicación… !Por eso son los únicos que no se quejan de la falta de comunicación!
Me espanta releer la carta del mercedario; quinientas almas y quinientos mil conflictos. Lamentablemente ni el Censo de Población tiene buena comunicación para saber cuántos somos hoy con precisión, para multiplicar los habitantes y saber cuántos conflictos tenemos. ¡No quiero ni pensarlo!