Belo Horizonte, Brasil. AFP.
Mientras los futbolistas argentinos se miraban desorientados, Tité esprintó por la banda hasta el centro del montón donde sus jugadores celebraban eufóricos el 3-0 de Paulinho. Lo habían conseguido. Al fantasma del Mineirão lo había eclipsado la luz, Brasil había vuelto para quedarse.
Antes del superclásico, el técnico de la Seleção había reconocido que era un partido especial, el más complejo desde que en junio desembarcó en un equipo en ruinas. También dijo que aquella noche dormiría poco, quizás porque al día siguiente se examinaba frente al mundo.
Tras llegar a la Canarinha como el cirujano que aparece en el último segundo para reanimar a un paciente en coma, Tité no solo se jugaba ante Argentina unos números perfectos, sino la ilusión de una hinchada que comenzaba a reconsiderar su divorcio con la Seleção.
"Más de tres años después, el equipo brasileño por fin arrancó aplausos de la hinchada y estimuló hasta gritos de '¡olé!'. La proeza, antiguamente rutinaria en las presentaciones de la Canarinha, ahora es algo extraordinario, digno de registro", escribió el veterano periodista Antero Greco en su columna del diario O Estado de São Paulo.
"El hincha, después de mucho tiempo, no tiene motivos para avergonzarse de su selección", cerró Greco. La pentacampeona del mundo ya no tiene miedo de serlo.