Por Pablo Noé

Director periodístico La Nación TV

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Cuando algún funcionario del gobierno (central, departamental o municipal) comete un error, lo primero que hacemos es mirar su afiliación partidaria. Comenzamos a escarbar en sus antecedentes personales, familiares, sus amistades y terminamos por elaborar una completa radiografía de su árbol genealógico, genético y partidario.

Allí lo siguiente, comenzamos a dilapidar a todo lo que sea cercano, revelando que es patrimonio de su familia o grupo político el origen de los males que aquejan a toda la nación. Este ejercicio de "razonamiento e investigación" es una práctica común que la emplean todos los sectores para desnudar las falencias de sus ocasionales adversarios, para sacar una ventaja coyuntural.

En contrapartida, cuando vemos uno de los tantos hechos de inseguridad no hacemos el mismo ejercicio: allí simplemente somos ciudadanos. No preguntamos la afiliación del motochorro ni de las víctimas. Cuando vemos a un niño en situación de calle, deambulando en horario impropio para conseguir un poco de comida para engañar al estómago, con los ojos perdidos en el horizonte, quien sabe por efecto de qué factores, tampoco nos ponemos a escarbar en la ascendencia político partidaria de sus padres, las razones que lo llevaron al chico a sobrevivir en medio de tantas precariedades.

Lo mismo sucede cuando vemos un ejército de niños y jóvenes que no están preparados suficientemente para afrontar los desafíos de la sociedad del conocimiento en un mundo globalizado. O cuando la salud sigue siendo un artículo de lujo, a pesar de que tanto educación y salud son bienes protegidos por la mismísima Constitución Nacional, a la que tanto se apela cuando surge algún conflicto partidario.

Nos quedamos en la anécdota, en repetir ritos intrascendentes y no intentamos entender por qué la sociedad está mal. En el Paraguay de la eterna transición a la democracia real, los partidos políticos están vacíos de contenido. Son autoinmunes, solamente existen para generar conflictos que se reducen a su ámbito de gestión para encontrar allí, héroes y villanos, con los que se intenta disfrazar una preocupación inexistente hacia los verdaderos dramas sociales que matan o dan mala calidad de vida a miles de paraguayos.

Como estos grupos partidarios están carentes de ideas, es imposible pretender que de sus filas se puedan extraer pensamientos que apunten a darle mejores condiciones de existencia a los ciudadanos.

Es imposible saber la posición de un grupo político acerca de la reforma educativa, las modificaciones de la legislación existente para combatir la inseguridad, proyectar una salud gratuita real con calidad para los paraguayos, una mejor distribución de la riqueza, alcanzar una reforma tributaria que genere impuestos justos para todos, como hacer para mejorar la infraestructura general del país para facilitar movilidad y que los productos del campo lleguen a los centros económicos con un precio competitivo. Imposible conocer propuestas, porque no existen.

Los grandes problemas que derivan en los verdaderos dolores de cabeza para los ciudadanos, están ausentes de la agenda partidaria. Para los politiqueros paraguayos lo único que importa es perpetuarse en el cargo que ocupan para beneficiar a su entorno. Esa es la fuerza que impulsa todas sus acciones. El resto, son palabras lindas con las que intentan dotar de un toque de credibilidad a sus propuestas, que en realidad nada tienen que ver con los deseos y necesidades reales de la gente.

Cada cinco años nos piden que votemos por ellos para que sigan actuando como lo hacen, porque es lo único que conocen de memoria, ya que son esclavos de sus apetencias. Paraguay está muriendo lentamente, la politiquería barata es la causa de todos los males. Entendamos esto, antes que sea demasiado tarde.

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