Una mujer recorre restaurantes y discotecas ofreciendo sus rosas para los enamorados de las noches asuncenas. Quienes frecuentan estos lugares la conocen como Marité, pero ella se llama Esther y hace 24 años que vende rosas. Hoy, una enfermedad la aleja de su pasión y trabajo.

A sus 54 años, lo único que tiene seguro Esther es que ninguno de sus 12 hijos podrá decir que ella le abandonó o no le dio la oportunidad de estudiar. Hace cinco meses que no puede ir a ofrecer rosas a sus clientes de la movida nocturna asuncena, debido a que una simple operación de "piedra" en la vesícula la dejó prácticamente sin posibilidad de caminar. Hoy busca recuperar su salud para volver al trabajo.

Esther se sienta con dificultad en el sillón de cables, de color verde, bajo la sombra de un árbol que da la bienvenida a su humilde vivienda, en el barrio Sebastián Larrosa, que anteriormente era un asentamiento, en la zona sur de Fernando de la Mora. Le cuesta caminar desde que se sometió a la operación, que en principio no presentaba ningún riesgo. Pero Esther está con mucho dolor desde que la operaron en mayo pasado, en la clínica "Da Vinci", que está ubicada en su mismo barrio, pero sobre la avenida Acceso Sur.

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Las manos de Esther, con las uñas pintadas prolijamente en color celeste oscuro, muestran varias heridas, pequeñitas, que son secuelas de las espinas de las rosas. Hace 24 años que manipula rosas. Según Esther, las mismas siguen siendo el mayor símbolo del romanticismo. Sobre una mesa de madera están un par de carpetas, varias hojas y muchas fotocopias. "Mi hija (Jacquelin) está estudiando para probar en la UNA. Estamos haciendo un esfuerzo para que ella pueda estudiar y recibirse", explica Esther.

Esta mujer de ojos claros, que en las noches asuncenas es conocida como "Marité", empezó a vender flores en 1992. Arrancó en el negocio gracias a una vecina –en ese entonces, ella vivía en Santa Lucía, Lambaré– quien le comentó que en los restaurantes y en las discotecas, había mucha gente enamorada, lo que representaba un nicho para explotar económicamente. Así fue que se animó a vender las flores, porque para esa época, la cosa venía difícil para ella y sus hijos. Esther ya conocía las calles muchos años antes de 1992, ya que era vendedora ambulante.

Los ojos de Esther parecen brillar más cuando recuerda esos tiempos. Era una época por la que atravesó momentos muy difíciles, confiesa y se queda callada por algunos segundos. Luego habla. Recuerda, por ejemplo, las noches en que tenían que correr de la Policía estronista o refugiarse de las fuertes tormentas junto a sus pequeños hijos. O la vez en que quisieron secuestrar a su hijo mayor –que en ese entonces tenía 8 años– una tarde de enero. Esther se estremece. Se aprieta las manos. Le duele la espalda.

Su historia

María Esther Portillo nació en Asunción, el 10 de febrero de 1962. Cuenta ella que se enamoró siendo muy joven, tuvo que dejar su casa prácticamente saliendo de la adolescencia y antes de los 30 años, ya era mamá de 5 niños. La exigua economía familiar la obligó a salir a trabajar, y casi sin proponérselo, terminó siendo vendedora ambulante. En aquellos años todavía no era Marité, ni vendía rosas, sino que recorría ofreciendo todo tipo de mercaderías.

Recuerda que la dictadura estronista todavía estaba muy fuerte en ese entonces, aunque algunas voces ya se estaban levantando contra las arbitrariedades policiales. De esa época, Esther revive mayormente momentos difíciles. Su único tiempo de descanso –de las calles– eran los últimos meses de sus embarazos.

No obstante, rememora que igual iba a trabajar encinta, en varias ocasiones. Esther representa, en cierto modo, quizás la historia de varias madres paraguayas en una sola. La suya, tal vez sea la historia de cientos de familias de nuestro país. El sacrificio de los padres, los hijos expuestos al trabajo infantil y la calle como escuela, colegio y universidad. "Mi único temor fue siempre que ellos encuentren cosas que les aleje de mí", dice.

Como vendedora ambulante, Esther formó parte (más bien, sigue formando) de lo que técnicamente se conoce en el mundo de la economía como "subocupación". Y no resulta extraño que en un país machista como Paraguay, la subocupación –que significa una actividad laboral sin las condiciones legales para considerarse un empleo formal– sea el sector en donde la mujer tiene una mayor incidencia. Según datos del propio Ministerio de Trabajo, los niveles de subocupación afectan en un 23% a las mujeres, mientras que un 16,2% a los hombres, a nivel país. Y estos números se acentúan mucho más en los sectores rurales.

La venta de rosas

Tras varios años trabajando de día en la calle y de noche en la casa, Esther decidió probar suerte con la venta de rosas. Empezó con unas pocas rosas rojas y amarillas, que ofreció, en principio, en restaurantes. Como era un terreno "no explorado", quería primero conocer el ambiente y ver si esta nueva aventura comercial redituaría ganancias más importantes. Fue así que en las mejores épocas de las discotecas como Caracol, Coyote o Mouse Cantina, sobre la calle Brasilia, a mediados de los '90, Esther estaba.

"En esos locales todos me conocían, los empresarios, las modelos, la gente me quería mucho y yo también me sentía a gusto porque esto de regalar rosas siempre fue un detalle muy lindo para la mujer", dice.

Antes de llegar a las discotecas, la recorrida de Esther incluía restaurantes. Se concentraba principalmente en los locales de la zona de Carmelitas. Allí, entre mesa y mesa, ofrecía sus rosas a diferentes parejas. La forma en que Esther –a partir de ahora, Marité– ofrecía sus flores muchas veces hacía imposible que las flores sean rechazadas. "Gracias a que yo siempre traté con mucha amabilidad a la gente, los dueños de los restaurantes o discotecas nunca me cobraron nada por entrar a sus locales. Al contrario, en algunos casos, incluso ellos ya me veían futuros clientes. Tengo que agradecer eso a esa gente", cuenta Esther.

La mujer empezaba su circuito diario desde las 20:00 aproximadamente. Y a esto le agregaba los fines de semana, la salida por las discotecas, que podía extenderse hasta la 1 o 2 de la madrugada. Pero para que las rosas tengan una buena presentación, hay todo un proceso previo. Esther cuenta que se despierta antes de las 9 de la mañana para ir a comprar las flores de las florerías con las que habitualmente trabajaba. "Tengo que colocarlas en agua y luego les pongo en las bolsitas diseñadas. Todo requiere su proceso y paciencia", indica Esther.

Las rosas y flores, aunque no aparenten representar un sector muy comercial, tienen su campo e impacto en la economía local, y mucha gente depende de esta actividad. Según datos oficiales de la Aduana, entre el 2012 y en lo que va de este año, se importaron rosas por valor de 5,2 millones de dólares. Los principales mercados de donde se traen son Brasil, Bolivia, Colombia y Ecuador. Pero no solamente se trae, sino también se lleva, aunque con una notable diferencia en cuanto a volumen y valor. Así, se tiene que en los últimos cuatro años se exportaron flores y rosas por valor de 221 mil dólares, a mercados como China, Italia, España y Argentina.

El dolor en la espalda

Hace 5 meses, Esther se sometió a una cirugía. Le detectaron litiasis biliar (piedra en la vesícula) y su intervención estaba prevista realizarse en el Hospital de Clínicas, en mayo pasado. Sin embargo, la huelga de los anestesistas la obligó a buscar otro lugar. Era imposible esperar. "El dolor ya era insoportable, tenía que tomar remedios, se me nublaba la vista. Desesperante era", señala Esther.

Los médicos de Clínicas la derivaron a un sanatorio llamado "Da Vinci", ubicado en Ñemby, donde la atendió el doctor Rubén Ferreira. "Después de la operación, todo bien, pero el dolor empezó horas después y días después. No puedo moverme, me duele mucho la espalda", expresa Esther. Hoy, la mujer está siguiendo tratamiento con un fisioterapeuta y tiene mucho miedo de que ya no pueda caminar.

Con los directivos del sanatorio no tuvieron mucha suerte, ya que supuestamente no hubo ningún error durante la operación. Ahora, con algunas de sus hijas que viven en Buenos Aires, Argentina, están analizando la posibilidad de ir a buscar un hospital en la capital argentina para ver lo que padece. Prácticamente ya no tienen esperanzas en resolverlo aquí.

Esther, la mamá de 12 hijos, abuela de 10 nietos, hoy apenas sueña con tener una recuperación digna. No acepta las sugerencias de sus hijos, que le piden parar con el trabajo y quedarse a descansar. Su vida en los últimos años ha sido trabajar y no conoce otro estilo de vivir. Ella simplemente añora ver, sin dolor en la espalda, la magia del romance en los ojos de sus clientes que compran sus rosas.

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