Las últimas noticias emitidas ayer por agencias internacionales relataban la agudización de una crisis a la que el mundo parecía estar acostumbrándose y observaba ya, luego de transcurridos varios episodios difíciles, con cierta indiferencia. Sin embargo, la suspensión del referendo revocatorio contra el presidente Nicolás Maduro, por parte justamente de su propio gobierno, desató –aunque era la reacción más esperada– una tormenta que todavía está en curso y cuyos oscuros nubarrones se ciernen como una sombra, cubriendo a Venezuela y a su gente, independientemente de su pertenencia a grupos enfrentados.
Desde que se conoció la medida de rechazar el referendo, se suceden las manifestaciones públicas, contra el gobierno y también la resistencia a esas manifestaciones, como la "toma" del Parlamento en el que se debatía sobre la suspensión del referendo revocatorio, por grupos afines a Maduro. Tengamos en cuenta que la mayoría parlamentaria, incluyendo su presidencia, está en manos de la oposición en este tiempo.
En ese país ahora se puede observar con claridad lo que puede resultar de la llamada "grieta", palabra cuyo uso se hizo frecuente en la Argentina dividida fuertemente entre quienes apoyaban al gobierno kirchnerista y los que no lo hacían. Esa grieta o fractura, en el caso de la Venezuela de hoy, separa ya no solo pensamientos e ideologías, sino que destruye puentes entre todos los sectores y a consecuencia de eso también impide que las políticas de Estado sean inclusivas y realizables.
La realidad de lo que se vive en Venezuela hoy es relatada por diversas voces, muchas de ellas interesadas y si se quiere, militantes de ambas posturas intransigentes, pero también alzan su voz para llamar la atención sobre la grave situación, personalidades de indudable prestigio internacional, políticos de países que han intentado interceder por la paz y evitar el derrumbe de la democracia, o lo que queda de ella, rescatando a la vez al pueblo venezolano de la tragedia que puede desatarse en forma masiva.
Hasta lo que podemos avizorar, pocas oportunidades le dan a la democracia y sus mecanismos de control y transparencia en estos momentos, todas las partes en conflicto y mucho menos, los observadores internacionales.
Esa grieta o fractura, en el caso de la Venezuela de hoy, separa ya no solo pensamientos e ideologías, sino que destruye puentes entre todos los sectores y a consecuencia de eso también impide que las políticas de Estado sean inclusivas y realizables .
Mientras el viernes pasado Enrique Capriles, uno de los líderes de la oposición más representativos y ahora impedido de salir del país, anunciaba que en Venezuela está en marcha un golpe de Estado, mujeres salían a la calle masivamente, encabezadas por Lilian Tintori –esposa del dirigente detenido Leopoldo López–, llamando a la gente a resistir y evitar que se destruya la democracia.
Países de toda América Latina y la OEA han expresado la seria preocupación sobre la situación de ese país. El propio secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, ha dado "por fracasados" los intentos de generar un diálogo entre gobierno y oposición, llevado a cabo por el ex presidente de España, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, y otros ex presidentes de América Latina como Martín Torrijos y Leonel Fernández.
La misión de los mismos y la de todos los que alentaron una posibilidad de apertura de diálogo y respeto mutuo han fracasado rotundamente.
Por ello, con tristeza por el destino de un pueblo que ha sido protagonista de tantas historias heroicas y de grandeza, que hoy vive en ascuas, con todo tipo de restricciones, es de esperar que alguien encienda una luz en esa noche oscura en la que hoy está sumido y sometido.