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Hace cuatro años, Mitt Romney, entonces un candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, dijo que Rusia era el "enemigo geopolítico N° 1" de su país. Sus oponentes se burlaron de esa hilarante metida de pata.
"La década de 1980 está llamando para pedir el retorno de su política exterior", se había burlado el presidente Barack Obama, "porque la guerra fría había terminado hacía más de 20 años".
Cómo cambian los tiempos. Con Rusia intentando incidir en las elecciones presidenciales estadounidenses, liderando una masacre en Siria, anexando Crimea y hablando como quien no quiere las cosas sobre el uso de armas nucleares, el punto de vista de Romney se convirtió en sabiduría convencional. Casi el único estadounidense que disiente de ella es el candidato republicano actual, Donald Trump.
Cada semana, el presidente Vladimir Putin encuentra nuevas formas de asustar al mundo. Recientemente, trasladó misiles con capacidad nuclear cerca de Lituania y Polonia. Esta semana envió un grupo de portaaviones a través del Mar del Norte y del Canal de la Mancha. Amenazó con derribar cualquier avión estadounidense que atacara a las fuerzas del despótico presidente sirio Bashar al-Assad.
El enviado ruso a las Naciones Unidas dijo que las relaciones con los Estados Unidos están en su momento más tenso en 40 años. La televisión rusa está llena de noticias de misiles balísticos y refugios antiaéreos.
"El comportamiento impúdico" podría tener "consecuencias nucleares", advirtió Dmitry Kiselev, el jefe de propaganda de Putin, añadiendo palabras textuales del presidente ruso: "Si una pelea es inevitable, hay que golpear primero".
En realidad, Rusia no está a punto de entrar en guerra con Estados Unidos. Gran parte de su lenguaje no es más que bravuconería. Supone sí una amenaza a la estabilidad y el orden y el primer paso para responder a esta amenaza es entender que la beligerancia de Rusia no es un signo de su resurgimiento, sino de una crónica, desgastante debilidad.
Rusia se enfrenta a graves problemas en su economía, política y sociedad. Su población está envejeciendo y se espera que se reduzca en un 10% para el año 2050. Un intento de utilizar los ingresos extraordinarios del auge de los productos básicos para modernizar el Estado ruso y su economía falló completamente.
En lugar de eso, Putin concretó un enorme aumento de gastos en el gobierno: Entre el 2005 y el 2015, la participación de los gastos públicos y de las empresas estatales en el PIB de Rusia aumentó del 35% al 70%. Habiendo crecido 7% al año, al comienzo del reinado de Putin, la economía ahora se está contrayendo.
Las sanciones internacionales tienen parte de la culpa, pero la corrupción y una caída en el precio del petróleo pesan más. El Kremlin decide quién se enriquece y se mantiene así. Vladimir Yevtushenkov, un magnate ruso, fue detenido durante tres meses en el 2014. Cuando salió en libertad, había renunciado a su compañía de petróleo.
Putin ha tratado de compensar la vulnerabilidad en el país con la agresión exterior. Con protestas masivas después de la manipulación de las elecciones en el 2011-2012, la sofisticada clase media urbana de Rusia mostró que deseaba un Estado moderno. Cuando el precio del petróleo era alto, Putin podría resistir a esas demandas comprando apoyo.
Ahora apuntala su poder librando guerras en el extranjero y usando sus herramientas de propaganda para avivar el nacionalismo. Él se mantiene atento para no ceder terreno a las ideas occidentales porque el sistema político de Rusia, aunque experto en la represión, es frágil.
Las instituciones que sustentarían una Rusia próspera, tales como el estado de derecho, la libertad de prensa, la democracia y la competencia abierta, plantean una amenaza existencial para el estropeado Estado que administra Putin.
Durante gran parte de su tiempo como presidente de los Estados Unidos, Obama asumió que, debido a que Rusia es una potencia en declive, él no tenía que prestarle mucha atención. Sin embargo, país inseguro, débil, impredecible, con armas nucleares, es peligroso. Y en algunos aspectos, incluso más peligroso que lo que era la Unión Soviética.
A diferencia de los líderes soviéticos después de Stalin, Putin gobierna solo, sin el control de un Politburó o por haber sido testigo de la devastación de la Segunda Guerra Mundial. Él puede seguir al frente de Rusia durante años y años. La edad es poco probable que lo suavice.
Obama dice cada vez más las cosas correctas sobre el putinismo, pero Putin aprendió que puede desafiar a los Estados Unidos y salirse con la suya. Las sanciones occidentales empeoraron la situación del ruso común, pero también les dio un enemigo para unirse en su contra y dar a Putin algo de culpa por el daño económico causado por sus propias políticas.
¿Qué debe hacer Occidente? El tiempo está de su lado. Un poder en decadencia necesita ser contenido hasta que finalmente caiga por sus propias contradicciones, aun cuando la urgencia para castigarlo siga vigente.
Debido al peligro que representan un error de cálculo y una escalada sin control, los Estados Unidos deben continuar participando en conversaciones directas con Putin, incluso, como en la actualidad, cuando la experiencia es desalentadora. El éxito no se mide por avances y treguas –aun cuando ellas sean bienvenidas en un país atormentado como Siria–, sino por la reducción de las posibilidades de algún disparate ruso.
Un error de cálculo nuclear sería el peor de todos. De ahí que las conversaciones deben incluir el control de las armas nucleares, así como la mejora de las relaciones entre los militares, con la esperanza de que las armas nucleares pueden ser separadas de otros temas, como lo fueron en la época soviética. Eso va a ser difícil porque, a medida que Rusia declina, verá su arsenal nuclear como una ventaja a la cual aferrarse.
Otra área de controversia será la frontera cercana de Rusia. Ucrania muestra cómo Putin pretende desestabilizar a sus vecinos para evitar que sigan escapando de la órbita de Rusia. Contrariamente a lo señalado por Trump, el próximo presidente de los Estados Unidos debe declarar que, si Rusia utiliza este tipo de tácticas contra un miembro de la OTAN, como Letonia o Estonia, la alianza lo tratará como un ataque contra todos ellos. Además, si Rusia emprende una agresión a gran escala contra países no aliados de la OTAN, como Georgia y Ucrania, Occidente tiene que dejar en claro que se reserva el derecho a armar a esos países.
Por encima de todo Occidente necesita para mantener la calma. La injerencia rusa en las elecciones presidenciales de Estados Unidos amerita una mesurada retaliación, pero Occidente puede soportar tales "medidas activas". Rusia no pretende ofrecer al mundo una ideología o visión atractivas.
En lugar de eso, su propaganda tiene como objetivo desacreditar y erosionar los valores liberales universales mediante el fomento de la idea de que Occidente es tan corrupto como Rusia y de que su sistema político está igualmente manipulado.
Quiere crear división en un Occidente que ha perdido la fe en su capacidad para moldear el mundo. En respuesta, Occidente debe permanecer unido y firme.