Por Pablo Noé

Director periodístico La Nación TV

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Dolor, temor, luto. Vivimos en una sociedad que llora por inocentes víctimas y que se desangra en luchas intestinas que se encierran en una mirada ausente de una realidad que conmueve. Las dudas son infinitas y la incertidumbre una compañera de ruta. Entre los desafíos periódicos se incorporó el llegar sano y salvo a casa, después de la tarea cotidiana, esperando que el mismo final haya tenido la jornada de los seres queridos.

Los análisis traspasaron la barrera de lo tolerable y se reducen a aplacar el mal de la manera más rápida posible. Este escenario limita la mirada a un duelo mano a mano, en donde la vida es el premio entre víctima y victimario. Nos ponemos del lado del que sufre un asalto y consideramos que sale mejor parado cuando más daño puede ocasionar al que intenta arrebatarle sus pertenencias.

Miramos desconsolados al entorno y vemos que el esquema de seguridad se ve rebasado por una cantidad de negligencias que son imposibles de comprender. Desde un sistema judicial muy permeable, que otorga una innumerable cantidad de oportunidades para delinquir a un grupo de malvivientes reconocidos, y sin olvidar a la Policía Nacional que juega un rol clave, mitad insuficiente para repeler o prevenir los ataques, y una mitad responsable de los casos por omisión cómplice, que nos invita a pensar mal para intentar entender el motivo de su paupérrimo accionar.

La dirigencia política sigue enfrascada en su mundillo intrascendente, intentando instalar su verdad como la única valorable, en lugar de tomar acciones concretas interpretando el sentimiento de la gente que busca en ellos respuestas a sus temores.

Ese pueblo que en lugar de tener eco a sus reclamos, se tropieza con un huracán de frases preestablecidas intentando engañar en lugar de construir un presente mejor para todos.

En medio de esta compleja realidad que nos impacta, olvidamos el origen de este escenario. Porque la justicia por mano propia se convierte en el principal elemento al que debemos acudir para defendernos ante la sensación de soledad e indefensión que nos invade. Ya no es agradable al oído proyectar como inicio remoto de esta realidad las condiciones sociales en las que subsiste una parte importante de la población, que no tiene acceso a condiciones mínimas de desarrollo.

Esa educación que despreciamos, esa maldita distribución de la riqueza que suena una explicación teórica, esa incapacidad de resolver el acceso a salud, esa falta de atención a los esquemas de reducción del impacto social en las poblaciones vulnerables, ya suenan como una cantaleta más de las miles que nos repiten, como receta mágica que pierde su encanto porque nunca se ponen en práctica plenamente. La ausencia de modelos de éxito, de opciones de vida digna también influyen en un país que pasó de ser solidario a ser temerario en la defensa de su bien más preciado, la propia vida, que es la que se pone en juego en cada esquina como resultado de esta inseguridad intolerable.

Como ciudadano paraguayo, cansado de ver tanto dolor espero que encontremos respuestas claras y contundentes a esta situación que es avasallante. Una reacción que trascienda el honorífico mérito de tener buena puntería para evadir el peligro. Que dibuje sobre la realidad los trazos, que intenten al menos encontrar una salida integral para todos. Que pueda elevar los niveles de calidad de vida de la comunidad para que la guerra no sea entre compatriotas, sino contra los males que nos hunden en esta pelea que parece no tiene fin, en donde tampoco existen ganadores y perdedores.

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