Las negociaciones para lograr un acuerdo comercial pleno entre el Mercosur y la Unión Europea comenzaron hace ya más de 17 años, sin que se llegue a una concreción definitiva.

En los últimos tiempos, el gobierno de Cristina Kirchner se había mostrado particularmente contrario al avance de estas conversaciones, arrastrando tras de sí al resto del bloque. De esta forma, los demás socios del Mercosur –incluido Brasil, que por entonces mantenía una estrecha afinidad ideológica con el gobierno kirchnerista– se veían forzados a seguir el compás argentino en este tema de enorme importancia estratégica para las economías regionales.

El kirchnerismo se propuso obstaculizar el proceso con la UE en coherencia con su estrategia proteccionista, que acabó por reducir drásticamente los niveles de competitividad de las empresas y de la economía argentina.

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El escenario político en la región se ha modificado sustancialmente en los últimos meses y, con los nuevos vientos que soplan, es posible pensar en una aceleración de las negociaciones.

A diferencia de las economías brasileña o argentina, la paraguaya es una economía muy abierta, que puede beneficiarse extraordinariamente con la apertura de nuevos mercados.

Hasta hoy, principalmente han primado en el proceso de integración las afinidades políticas y no las estrategias comerciales o los planes económicos conjuntos o complementarios. La dimensión política debería ser una derivación, una consecuencia, de la cada vez mayor integración comercial y complementación económica de los países socios.

La concreción de un tratado de libre comercio con Europa puede contribuir a poner definitivamente las cosas en la perspectiva correcta a nivel del Mercosur.

Tal como ocurrió en otros procesos de integración –como el que dio nacimiento a la Unión Europea, por ejemplo– el factor económico debe preceder inevitablemente al factor político. De lo contrario, la estabilidad y el futuro del bloque dependerán de la mayor o menor coincidencia ideológica entre sus componentes y no de elementos más objetivos y tangibles relacionados a la producción, la infraestructura y las políticas comerciales.

Así las cosas, cualquier viento de cambio en los gobiernos del continente retrotraerá el proceso de integración a un punto que se pensaba superado. Un proyecto que se pretendía histórico estará sujeto a los vaivenes de las preferencias electorales o las simpatías entre líderes y autoridades.

Si el Mercosur aspira a tener algún futuro, debe enfocarse nuevamente en los propósitos y metas que le dieron origen y sentido. En estos asuntos fundamentales –por ejemplo, el cumplimiento de los objetivos básicos del bloque, entre ellos la negociación de acuerdos comerciales con otros mercados– no se invirtieron tantos esfuerzos en los últimos años, como en uniformizar políticamente al Mercosur, a la medida de los requerimientos de los socios más grandes o, para decirlo con más exactitud, a la medida de los grupos que ejercían transitoriamente el poder en esas naciones.

Darle un impulso firme a las conversaciones con la Unión Europea es un paso concreto en la dirección correcta: recuperar cuanto antes la esencia del Mercosur, sus verdaderas metas. Es de esperar que esta línea –que Paraguay ha defendido casi en solitario en estos años– se imponga también en los demás países que integran el bloque regional.

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